Una pluma exquisita, y vigente

El filósofo que nació sobre una rotativa: José Ortega y Gasset y su actividad periodística

Como hombre de diarios, siempre supo que en cada palabra debía estar el lector

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José Ortega y Gasset en los jardines de El Escorial
(foto gentileza Fundación Ortega y Gasset)

por László Erdélyi
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Considerado uno de los más grandes intelectuales de España e Hispanoamérica en el siglo XX, autor del inolvidable La rebelión de las masas (1930), siempre vigente, cosechó una legión de fans también en Uruguay y Argentina. José Ortega y Gasset (1883-1955), filósofo humanista, le tocó vivir y formarse en una España que él consideraba paralizada, vetusta, y reactiva a los valores democráticos. Dueño de una pluma excepcional, no se encerró en el rol del filósofo sino que volcó su humanismo y sus filosas argumentaciones al periodismo. Como integrante de una familia vinculada al periodismo —el diario madrileño El Imparcial pertenecía a los Gasset, y su padre era el director— pisaba un territorio conocido. Publicaría allí su primer artículo en 1904, y luego seguiría en numerosos diarios y semanarios de España y Argentina. En el Río de la Plata fue recibido como una celebridad. En España no lo trataban así.

Se acaba de publicar en España Nací sobre una rotativa, por el catedrático de periodismo Ignacio Blanco Alfonso (Cádiz, 1972), fruto de una larga investigación que se nutre de una amplia variedad de fuentes, entre ellas el epistolario. Está escrito con una amenidad que atrae sobre todo a lectores jóvenes, reflejo de la intensa labor docente que Blanco Alfonso desempeña. También integró el equipo de investigación y edición de las Obras completas del filósofo en 10 tomos (Taurus, 2004-2010).

 El lector en cada palabra. Sus artículos abordaron desde la filosofía y la política hasta la literatura, el arte y la crónica de viajes. Creía que la educación y la difusión de la cultura iban a regenerar a su España.
El centro de su escritura fue el lector, el ciudadano. De ahí que su estilo, a pesar de su altivez, sedujera por su musicalidad y su ritmo. Trasmitía un profundo respeto (“el buen lector es cauteloso y alerta” decía, o señalaba que la filosofía de periódico no tiene más remedio que poner al lector en cada palabra). Pocos han conectado tanto manejando ideas tan complejas. Entendía, como se entiende en el buen periodismo, que lo escrito debe comprenderse sin necesidad de ir al diccionario. Así, las ideas más complicadas se hacían fáciles, y los conceptos cerrados se abrían. Blanco Alfonso pone especial énfasis en esto. Claro que ello exige un lector educado y curioso, un target acotado de clientes, y es ahí donde Ortega choca con la tradición familiar empresarial, esa que entendía que se necesitaba de todos los públicos para mantener saneado un periódico. “Ya a los 22 años” escribe Blanco Alfonso, Ortega no quería estar “a la altura del gusto popular”, del público masivo. Quería que el lector pensara, porque pensando se transforma una sociedad. Es una idea que busca formar ciudadanos críticos, pero que sumió a sus emprendimientos en dificultades financieras. Ocurrió con el diario El Sol, fundado por Ortega y colaboradores en 1917. “Entre las peculiaridades informativas de este gran diario, hay que señalar que renunció a la información taurina”, la de corridas de toros, como también a los crímenes sangrientos y escandalosos. “Este alejamiento de la demanda popular significaba dos cosas: primero, que El Sol era un periódico hecho por intelectuales para intelectuales, y segundo, que el rechazo de temas populares suponía una pérdida importante de cuota de lectores, lo que a la larga produciría débitos insostenibles”.

Su única empresa cultural rentable fue la Revista de Occidente, que cosechó numerosos lectores entre el público intelectual hispanoamericano, y que se publica hasta hoy. Con una plantilla de colaboradores que incluía a Oswald Spengler, George Simmel, Carl Gustav Jung y Johan Huizinga, entre otros, introdujo al público autores como Kafka, Rilke, James Joyce, Virginia Woolf, Conrad, Hemingway, Faulkner, Dos Passos o Eugenio Zamiatin, publicando además poesía de Guillén, Salinas, Alberti y Lorca.

Ilusiones y realidad. El periplo argentino tiene sus bemoles. Se sentía muy americano, y de sus viajes a Argentina volvía energizado. En La Nación publicó más de un centenar de artículos, hasta que en 1937 apareció allí una nota muy ofensiva del escritor conservador argentino Alfonso de Laferrère. Injurioso, describía a Ortega como un “fetiche”, y se burlaba de la famosa frase orteguiana, Delenda est Monarchia, la monarquía debe ser destruida, sustituyéndola por Delenda est Hispania, España debe ser destruida. Ortega renunció al diario a pesar de los largos ruegos de sus directivos. Es una perla más del devenir argentino, del que Ortega luego dejó frases memorables, como “Acaso lo esencial de la vida argentina es eso —ser promesa”, o “cada cual vive de sus ilusiones como si ellas fuesen ya la realidad”, estado que los deja a “cada uno desplegando sus prejuicios, insultos y verdades”. Recibió, por esto, todo tipo de agresiones.

La crisis de España lo alejó de la República a comienzos de los años 30, decepción que se transformó en desprecio por el signo violento y partidista que tomó el gobierno republicano. Luego el exilio y el difícil retorno a la España franquista que quedará a medias, porque se estableció de forma definitiva en Lisboa. Los diarios españoles insistieron en contar con su firma. Destacó La Vanguardia, ya intervenido por el franquismo. Tras un intercambio Ortega declinó, por el dudoso papel que tendría la censura sobre sus artículos, y por los aspectos reputacionales que traería colaborar con un periódico franquista. Esta prensa en general no tuvo piedad, acusándolo entre otras cosas de cometer errores filosóficos y frívolas coqueterías. No quedó ahí. Cuando falleció, el régimen fue más preciso. La circular de la censura del 18 de octubre de 1955 daba estrictas indicaciones a la hora escribir su obituario: la noticia tendrá “una titulación máxima de dos columnas y la inclusión, si se quiere, de un solo artículo encomiástico, sin olvidar en él los errores religiosos y políticos del mismo, y, en todo caso, eliminando siempre la denominación de ‘maestro’”. No todos se amedrentaron. Muchos dejaron clara constancia que no era católico (un tiro por elevación en aquella España) y otros como Pío Baroja lo destacaron con coraje por su genio y universalidad.
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Hay que leer a Ortega, siempre.
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NACÍ SOBRE UNA ROTATIVA, de Ignacio Alfonso Blanco. Tecnos, 2023. Madrid, 312 págs.

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José Ortega y Gasset
(foto Fundación Ortega y Gasset)

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