Mercedes Estramil
EL MUNDO tenía la dimensión de algo inhabitable para Herman Melville, aunque vivió en él 72 años. Esos años tuvieron su buena cuota de tedio y literatura incomprendida, al decir de sus biógrafos y críticos cuando señalan un par de detalles de su vida: su sujeción a un matrimonio insípido y su retiro temprano de la escritura a los treinta y ocho años. El camino inverso al que haría Joseph Conrad, el inglés de adopción que empezó su carrera de letras cuando dejó la exitosa de marino. Melville apostó al fracaso desertando de ambas, y se enterró en una oficina de Manhattan como Inspector de Aduanas entre 1866 y 1885. La renuncia no fue total: publicó dos poemarios y terminó lo que sería su obra póstuma, Billy Budd, la despedida del "lugar" que había marcado su vida y su obra: el mar.
Había nacido en Nueva York el 1º de agosto de 1819, en una familia que venía de la prosperidad (terratenientes holandeses de Albany por el lado materno) y se encaminaba a la pobreza gracias a los malos negocios de los Melville y a la temprana muerte de su padre, cuando él tenía 13 años. En 1939 Herman se enroló en un barco mercante y la travesía, con todos sus inconvenientes, lo atrapó. En 1841 dobló la apuesta ingresando en el ballenero Acushnet, el tipo de empresa que podía llevar a un hombre a pasar años sin pisar tierra y a un trabajo extenuante y peligroso. Duró año y medio y desertó en las Islas Marquesas donde convivió algunos meses con caníbales amistosos; más tarde se amotinó en un navío australiano.
No hacer carrera en el mar le inspiró varios libros. Entre ellos el exótico Las encantadas, que publicó por entregas y con seudónimo (Salvator R. Tarnmoor) en 1854. El archipiélago de las Islas Encantadas o Galápagos, a mil kilómetros de la costa ecuatoriana, había sido clave para la "teoría de la evolución" del naturalista Charles Darwin, que las visitó en 1835, y fue para Melville una cifra más de la atracción, el peligro y el misterio. Las Encantadas eran el mundo inhabitable por excelencia, donde las tortugas gigantes podían sobrevivir pero los hombres encallaban y enloquecían, ya fuera buscando ballenas, pirateando o huyendo de la civilización. Con el tiempo, y en la cabeza de Melville, también iban a ser el paraíso.
LA CACERÍA. Esos escasos cuatro años en el mar como marinero raso le dieron material para una vida. Pero lo agotó en una década escribiendo de modo compulsivo para obtener dinero. Publicó Taipi. Un Edén caníbal en 1846, Omú en 1847, Mardi y Redburn en 1849 y La guerrera blanca en 1850, antecedentes de lo que sería su salto de la aventura juvenil a la tragedia existencial: la gran novela Moby Dick (1851). Marcó un antes y un después estructural, lingüístico y conceptual, y aunque la recepción fue tibia y exigiría una versión condensada y accesible, Moby Dick en su totalidad -con su profusión de citas acumuladas antes o después del cuerpo de la novela, según la edición; con sus capítulos "técnicos" sobre los cetáceos y su caza; y con sus digresiones- es una obra maestra.
Cuando una primera versión estaba casi lista, la rehizo completa, demorando un año más para dar su gran triángulo protagónico: la ballena blanca, el capitán Ahab y el que sobrevive para contar la historia, Ismael, típico narrador melvilliano, testigo manipulador de un universo ambiguo. Desde su inmodesto retrato como "viejo lobo de mar" y "simple marinero" Ismael cautiva con el discurso de un hombre versado en mucho más que la aventura ballenera y su bibliografía, los mitos griegos, la Biblia y Shakespeare. Y más omnisciente que lo que la primera persona deja suponer. A partir del categórico "Llamadme Ismael" (una genialidad de síntesis introductoria) y al revés del común de los balleneros, que no cuentan sus hazañas, Ismael narra con estrategia folletinesca la larga travesía del ballenero Pequod para matar a la ballena llamada Moby Dick.
La plataforma escénica de Moby Dick es la industria ballenera, fuente de iluminación vital para la economía norteamericana de la época, ilustrada en un librito sin par de Charles Olson con picardía. Pero la cacería dejó de ser un lucrativo negocio empresarial para convertirse en una guerra motivada por el deseo de venganza del capitán Ahab queriendo matar a la ballena que le comió su pierna. Ese es el nudo que gobierna la trama y que se liquida en los tres capítulos finales de los 135 que tiene la novela. Los anteriores -la interminable preparación de una captura doble de la ballena y del lector- son lo que sustenta la verosimilitud y la tensión, y hacen de Moby Dick uno de los mejores metadiscursos de todos los tiempos, un libro sobre libros y sobre discursos, en donde el cachalote es la excusa, el símbolo de símbolos.
Armada como un instrumento de relojería, Moby Dick hace valer cada capítulo en función de su necesidad, más que explicativa, reveladora. Es preciso conocer las dimensiones y estructura corporal de la ballena para entender que le sea posible hundir un barco y para calibrar el delirio de Ahab. Es necesario profundizar cada uno de los fugaces encuentros del Pequod con otros balleneros para mostrar cómo es de irreversible la decisión del capitán, y cómo no la cambian ni profecías, ni consejos, ni ruegos desesperados ni enfrentamientos con piratas. El encuentro con el Town-Ho (cap. 54) complejiza además la figura de Ismael y su papel como narrador capaz de mentir (en ese caso, recordando cómo mintió para un auditorio de españoles, refiriendo como propia una historia que le vino de oídas). Hay dos preguntas retóricas de Ismael que orientan su visión del mundo: "¿Quién no es esclavo, decídmelo?" (p. 36) y "¿Quién no es un caníbal?" (p. 468). Una visión ecléctica, tan capaz de justificar la locura magnicida de Ahab como la cordura impotente de sus oficiales. Maniquea, hasta el punto de considerar la pesca ballenera determinante en la liberación de "Perú, Chile y Bolivia del yugo de la vieja España, y el establecimiento de la democracia eterna en aquellos lugares". Pero sobre todo una visión irónica y deprimida, que abre y cierra la novela con ataúdes reales y representativos. Alguien ha señalado que la última palabra de la novela es "huérfano", y esa sensación de estar sin referencias, sin protección y sin ejemplo es la que domina su literatura, descreída de todo tipo de redenciones: religiosas, patrióticas, artísticas y sentimentales.
ANONIMATO Y DINERO. Melville integró el llamado "renacimiento americano" junto a Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau, Walt Whitman y Nathaniel Hawthorne, y todos fueron en alguna medida ladeados por su época. En Melville y Hawthorne predominó una visión trágica y alienada, matizada con antisentimentalismo y humor ácido.
Después de Moby Dick siguió publicando pero empezó a vislumbrar un techo creativo. "He escrito un libro endemoniado y me siento puro como un cordero", le escribió a su amigo Hawthorne, aunque lo segundo quizá no fuera cierto. Sin darse respiro publicó las novelas Pierre o las ambigüedades (1952), una sátira de trasfondo incestuoso a las novelas sentimentales; Israel Potter (1855) sobre la revolución americana y una novelita negra sobre el poder del dinero, El timador (1857), además de una serie de relatos bien pagados por las revistas Putnam´s y Harper`s. La economía había sido uno de los puntos flojos de Melville. Ya en Taipi... el paraíso isleño venía determinado no sólo por la belleza femenina y la camaradería masculina, sino por la ausencia del factor monetario y laboral: "No había ninguna de esas mil causas de irritación que el ingenio del hombre civilizado ha creado para estropear su propia felicidad. No había en Taipi juicios hipotecarios, ni letras protestadas, ni cuentas que pagar, ni deudas de honor; no había sastres ni zapateros irrazonables, perversamente empeñados en que se les pague; no había acreedores de ninguna clase [...] ¡no había dinero!" (p. 142).
En 1847 Melville se casó con Elizabeth Shaw, hija de un acaudalado juez de Boston, con quien tuvo cuatro hijos. Por prolífica que fuera, su literatura no alcanzaba para mantenerlos. En los cuentos que publicó en los años cincuenta era notoria la preocupación y la sorna con que miraba el asunto. Había mucho de él en el hipocondríaco narrador de "¡Quiquiriquí!", antiprogresista y endeudado, que escapaba de su realidad leyendo el Tristram Shandy de Sterne (toda una declaración, elegir esta parodia de la autobiografía) y oyendo el canto feliz de un gallo. El final demoledor del cuento insinúa que el arte no da de comer ni cura enfermedades.
Los años de silencio llegaron antes de que su primogénito se suicidara a los 18 años y su otro hijo varón muriera tuberculoso a los 35. Si ese silencio tuvo que ver con una crisis de valores, de fe religiosa, de identidad sexual, o si fueron producto de un vacío creativo, el resultado fue el mismo. Fueron esos años y un relato largo de 1856 los que inspiraron Bartleby y compañía, el libro del catalán Enrique Vila- Matas donde define como puritanos y solitarios tanto a Melville como a Hawthorne, "fundadores sin saberlo de las horas negras del arte del No". En varios cuentos Melville anticipó el anonimato como una situación ventajosa, que permite disfrutar la vida simple y hallar tiempo para la felicidad ("El fracaso feliz", "El violinista"); pero en otros mostró personajes capaces de defender contra viento y marea espacios de privacidad no redituables y claramente metafóricos ("La veranda", "Yo y mi chimenea").
MARINERO APUESTO. La lectura de un Melville "gay", hecha por una biógrafa seductora pero diletante como Elizabeth Hardwick, recoge agua de varias fuentes. Desde la novelería lapidaria de un D.H. Lawrence ("Melville regresó a casa para enfrentarse a los largos años que le quedaban de vida. Se casó, vivió el embeleso del noviazgo y cincuenta años de desencanto") pasando por su amistad no correspondida en apasionamiento con el autor de La letra escarlata (Hawthorne), hasta el análisis textual de sus obras, carentes de verdaderos personajes femeninos. Hardwick asegura que Melville "carecía del instinto de autoprotección cuando escribía" y eso se notó en la novela Redburn donde ficcionalizaba su experiencia en el St. Lawrence y su arribo a Liverpool y creaba el personaje de Harry Bolton, un homosexual con el que su "alter ego" protagónico se iba a Londres. También el Ismael de Moby Dick vive en un mundo de hombres y su amistad con el arponero caníbal Queequeg toma una dimensión especial desde el rechazo inicial, pasando por el cómico episodio del dormir juntos, hasta el hecho de que Ismael se salve gracias al ataúd construido para su amigo.
Melville murió el 28 de setiembre de 1891 y recién en 1924 se publicó su última y sesgada mirada hacia ese asunto. Billy Budd, marinero, concebido como un "relato testimonial" estaba dedicado a Jack Chase, un marino inglés que conoció en 1843 en la fragata United States y a quien había caracterizado en la novela Chaqueta blanca. En Billy Budd, con la misma gravedad elíptica de las anteriores, se permitió un retrato casi lírico de una belleza masculina poseedora "de una pureza casi femenina". El expósito analfabeto de 21 años, es reclutado por el buque de guerra Bellipotent y de inmediato su belleza alegre y despreocupada le atrae la enemistad del instructor de armas, Claggart. Si el sentimiento es envidia, pasión reprimida o celos, no queda claro, pero la conspiración del superior para acabar con Billy termina provocando la propia muerte de Claggart y la corte marcial para el muchacho.
Melville inscribió la novela en un momento particular de la marina británica, 1797. Ese año, en los fondeaderos de Nore, en el Támesis, varios marineros habían liderado motines exigiendo mejora de las condiciones laborales y del trato de sus superiores. Terminaron muertos, y el clima de prevención represiva posterior es lo que traslada Melville, en la convicción de que el bien y la justicia están perseguidos por la fatalidad.
AUTORIDADES. El cuestionamiento a la disciplina autoritaria ya estaba en Taipi..., donde el protagonista desertaba, y el miedo a la autoridad paralizaba la toma de decisiones sensatas en Moby Dick. Otra versión del problema la dio la nouvelle Benito Cereno, elaboración ficcional de un episodio de las memorias que publicó en 1817 el capitán norteamericano Amasa Delano, jefe del ballenero Perseverance. En 1799 Delano abordó el navío negrero español El Juicio, donde se estaba llevando a cabo una rebelión de esclavos que con dificultades sería reprimida. Melville rebautiza como Santo Domingo al barco español y Bachelor´s Delight al de Delano, aunque los nombres originales eran bastante significativos para la historia que contenían. El narrador en tercera persona de Benito Cereno parece seguir la perspectiva de Delano, que sube al Santo Domingo y queda envuelto en el aire "irreal" del barco sin percatarse de que la extraña camaradería entre negros esclavos y blancos y la excesiva reserva del capitán español son una puesta en escena que está tapando un motín. Benito Cereno registra entre otras cosas las barreras que los prejuicios interponen a la capacidad interpretativa y de juicio: Amasa Delano, un marino avezado proveniente del Norte abolicionista, no registra lo que ocurre menos por tener la ceguera inocente de un buen hombre que por su incapacidad de aceptar otra estructura jerárquica que la de la dominación blanca. Detrás de la simplicidad y corrección aparentes de Delano, Melville subraya el egocentrismo norteamericano y su feroz defensa del statu quo en una época (el relato se publicó en 1856) en que la discusión sobre la esclavitud estaba en un punto álgido, aunque tendría que llegar la Guerra Civil de Secesión para que fuera abolida.
El relato "Bartleby, el escribiente" fue publicado el mismo año y como en toda su obra, los protagonismos se vuelven difusos. Aquí el narrador en primera persona es un gris abogado de Wall Street, autodefinido con ironía como "hombre ya algo maduro" (tiene 60 años), que nos cuenta la historia de uno de sus copistas, Bartleby. La fama del singular empleado proviene de su frase "preferiría no hacerlo" con la que ataja en principio cualquier deseo patronal para que realice actividades extras y luego incluso el trabajo para el que ha sido contratado y finalmente cualquier tipo de actividad. Igual que Cereno para Delano, Bartleby se convierte en una obsesión para el narrador y en cifra de algo que no comprende pero socava su autoridad y debilita su propia posición en el mundo. Así como Benito Cereno permite la "representación" de los negros pero no les da la palabra, "Bartleby" también condena al personaje a una representación absurda y sin explicaciones, frenándose a las puertas mismas del misterio. Una vez más un Melville adelantado al siglo veinte renuncia a explicar la naturaleza humana, en la certeza de que toda perspectiva sobre ella será interesada y muy limitada.
MOBY DICK, de Herman Melville. Alianza Editorial, Madrid, 2005. Tr. de Maylee Yábar-Dávila. Distribuye Puro Verso. 878 págs.
Bibliografía:
BARTLEBY Y OTROS RELATOS, de Herman Melville. Banda Oriental, Montevideo, 1996. 86 págs.
BENITO CERENO, de Herman Melville. Banda Oriental, Montevideo, 1990. 82 págs.
LAS ENCANTADAS, de Herman Melville. Banda Oriental, Montevideo, 1982. 78 págs.
CUENTOS COMPLETOS, de Herman Melville. Alba, Barcelona, 2006. Tr. de Miguel Temprano García. 393 págs.
TAIPI. UN EDÉN CANÍBAL, de Herman Melville. Ed. Valdemar, Madrid, 1993. Tr. José María Valverde. 294 págs.
LLÁMENME ISMAEL, de Charles Olson. Ed. Era, México D.F., 1977. Tr. Héctor Manjarrez. 128 págs.
MELVILLE, de Elizabeth Hardwick. Ed. Mondadori, Barcelona, 2002. Tr. de Mauricio Bach. 190 págs.
BARTLEBY Y COMPAÑÍA, de Enrique Vila. Matas. Ed. Anagrama, Barcelona. 179 págs.
En pantalla
RICHARD Thorpe hizo una versión de Taipi... en 1936, titulada Last of the Pagans. Varias veces fue adaptada Moby Dick, destacándose la versión de John Huston en 1956, con Gregory Peck en el papel de Ahab. En 1962 Terence Stamp interpretó a Billy Budd en La fragata infernal, dirigida por Peter Ustinov. Bartleby fue adaptada para televisión por Anthony Friedman en 1970, y para cine por Jonathan Parker en 2001.