Literatura rioplatense

Edición de las cartas de Alejandra Pizarnik a Clara Silva, con pasajes que son casi poemas en prosa

Viscerales y enfáticas, revelan la admiración de la poeta argentina por la uruguaya

Clara Silva por petrona viera.jpg
Clara Silva por Petrona Viera, detalle

por Juan de Marsilio
.
En cuanto a producir nuevos escritores, la literatura uruguaya goza de buena salud, pero el tiempo hace olvidar a autores valiosos de generaciones anteriores. Por eso estas Cartas a Clara Silva de la poeta argentina Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, 1936–1972), bastante leída y de gran influencia en muchos poetas uruguayos, pueden dar pie a que una de las más notables poetas y narradoras uruguayas del siglo XX sea descubierta por lectores más jóvenes.

La señora de Zum Felde. Clara Silva (Montevideo, 1905–1976) se dio a conocer como escritora en 1945 con el poemario La cabellera oscura. Hasta ese momento, el ambiente literario montevideano la conocía sólo como la esposa de Alberto Zum Felde (Bahía Blanca, Argentina, 1887–Montevideo, 1976) uno de los mayores críticos literarios del país. La escritora siempre declaró que su esposo había sido para ella un maestro y orientador. Por la fecha en que comenzó a publicar puede considerársela una “reservista” de la Generación del del 30, pero también, como prefiere el crítico Ángel Rama, como una integrante de la primera camada de la Generación del 45, también llamada Generación crítica. Que Silva colaborase en la revista Número y publicara en las mismas editoriales que los del 45, en especial Alfa y Arca, argumenta a favor del juicio de Rama. Además de poeta fue narradora y sus novelas y cuentos, en los que muestra el costado sórdido y cruel de una sociedad uruguaya que se negaba a ver su rápido declive, merecerían una reedición.

Flora Alejandra. Pizarnik firma la mayoría de las cartas a Clara Silva —a quien pudo ver muy pocas veces— con sus dos nombres, mientras que en la mayoría de sus publicaciones es sólo Alejandra. Cuando empieza el intercambio epistolar es una muchachita de familia burguesa, judía no practicante, que está a las puertas de publicar su primer libro, La tierra más ajena (1955). Silva, por su parte, tiene cincuenta años y una trayectoria literaria de diez años, con tres poemarios y una novela, que le da reconocimiento en ambas orillas del Plata. La joven admira a la uruguaya tanto en lo literario como en lo humano, pese a lo poco que se trataron en persona. No son cumplidos entre literatas: Pizarnik siente verdadera devoción por Silva, opina en serio sobre la obra de la uruguaya, expone con sinceridad sus inquietudes e insatisfacciones respecto a su propia obra, sus gustos y disgustos sobre diferentes autores y, sobre todo, se sincera acerca de su constante angustia existencial por la vida adulta, que la llevara al suicidio a los treinta y seis años.

Amigas. Las cartas son viscerales, enfáticas y varios de sus fragmentos podrían tenerse en pie como poemas en prosa. El tono adolescente se va perdiendo en la medida que pasa el tiempo —no es lo mismo escribir a los diecinueve años que a los treinta— y la angustia existencial se suaviza algo en los años de exilio parisino de la argentina, entre 1960 y 1964, aunque sin desaparecer. Pizarnik vivió atrapada entre la negativa a asumir las rutinas de la vida adulta y la imposibilidad de refugiarse en los recuerdos y afectos de la infancia, en la que sufrió mucho, sobre todo por la tendencia de su madre a compararla con su hermana mayor. Algo que atrae al lector de estas cartas es su pasión: por momentos puede leérselas como homenajes de amor platónico —aunque Pizarnik suela mencionar que se enreda en amoríos de los que sale angustiada y mande respetuosos saludos al “Sr. Alberto Zum Felde”— y en otros tramos como un requerimiento de contención materna.

La sobreviviente y Dios. Alejandra identifica a Silva con Laura Medina, la protagonista de su novela La sobreviviente. Y ese es el temor, a la postre concretado, del que Pizarnik cree ya a salvo a su amiga más añosa: no sobrevivir, no superar los desafíos de un mundo que no ofrece esperanza (a diferencia de muchos coetáneos, Pizarnik no se vio atraída por la militancia política) y terminar suicidándose. Lo que diferencia a estas amigas, aparte de la edad, tiene que ver con la fe: Silva cree —un año después del inicio de esta correspondencia, ella y su esposo volverán a la práctica del catolicismo y se casarán por iglesia— mientras que Pizarnik, agnóstica, manifiesta no sólo no creer en Dios sino también no necesitarlo, aunque esto último se matiza cuando afirma que si buscara a Dios sería una hipócrita.

El misterio de este libro radica en que entre los papeles de Pizarnik no se conservan las cartas de Clara Silva, y por eso el lector, al tiempo que va consiguiendo mucha información sobre la poeta argentina, que cotejada con su obra y su biografía permite una mejor comprensión de sus versos, ve a la uruguaya reflejada en un espejo de admiración literaria y altísimo aprecio personal, como puede verse en la última carta que se conserva:
.
Buenos Aires, 3/II/66
.
Querida Clara, me pregunto si ese reiterado decirme, la última vez que nos vimos, que yo había crecido, que estaba lejos de la distraída y despreocupada adolescente sin graves cargas en este mundo,    
me pregunto, Clara querida, si ese súbito crecimiento ya que había comenzado unos pocos meses antes de nuestro encuentro que se manifestaba en una excesiva gravedad y en una irritación como si me obligaran a ser adulta,     
me pregunto si no estaba preparado, si todo ello no era presentimiento, pues me acaba de pasar algo muy terrible,    
acaba de morir mi papá, que tú conociste, murió de súbito, de sorpresa, sin enfermedad previa, así, en medio de una conversación. Tenía 57 años.     
Estoy segura de que aunque lo viste unos pocos minutos te diste cuenta de su enorme, enormísima bondad.     
Y no sé, no tengo fuerzas para escribirle a nadie pero a vos necesito decírtelo.     
Un gran abrazo de                                          
Alejandra

Ésta edición, que incluye la reproducción facsimilar de las cartas y fotos de ambas escritoras, está diagramada con maestría, tanto en lo que refiere a la lectura cómoda de los textos, las notas y el valioso ensayo analítico de Florencia Morera. Hay algunos pocos errores de poca importancia que es de esperar se corrijan en futuras reediciones.

CARTAS A CLARA SILVA. Edición, notas y estudio de Florencia Morera. Edición no comercial, 2024. Montevideo, 328 págs.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar