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Con Marta Peirano: "Siempre estás bajo vigilancia, es el ecosistema"

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marta peirano

Internet y libertades personales

Las plataformas empobrecen el discurso y no persiguen el bien común, dice la periodista española que llegó a presentar un nuevo libro.

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La periodista Marta Peirano (Madrid, 1975) llegó a Uruguay para presentar su libro Contra el futuro. Resistencia ciudadana frente al feudalismo climático. Pudimos interceptarla en su breve estadía para conversar no solo sobre su trayectoria, sino también sobre capitalismo de plataformas, herramientas de manipulación, libertades personales y otros problemas que atañen al presente.

Libros y problemas

—En vez de hablar sobre el futuro, que es tu tema, hablemos del pasado. Puede que los lectores uruguayos no te conozcan.
—Sí, me sorprendió igual que mi charla en el Centro Cultural de España se llenó, y también la presentación del libro.

—¿Cómo observás tu recorrido profesional, desde ser jefa de redacción y periodista, al perfil de conferencista y escritora?
—Entré a trabajar en un periódico de muy joven, de hecho dejé la universidad para hacerlo. Siempre quise ser periodista y coincidió justo en los 90, que comenzaba a llegar Internet a España. Soy una ratona de biblioteca de toda la vida pero me fascina la tecnología y la ciencia. Empecé a escribir sobre esto y nunca paré. No siento la necesidad de definirme en ninguno de esos espacios. Las tecnologías en nuestro tiempo definen la cultura y me pasa que trabajo 5 años en un periódico, me quemo, luego paso 4 o 5 años fuera de un periódico, lo echo de menos y vuelvo a él. Antes era un problema, ahora es un patrón.

—Una buena mixtura.
—Sí, una cosa lleva a la otra y me devuelve al camino. Me va bien así, porque la redacción es un lugar donde estás cubriendo la actualidad pero fuera del mundo. No la vives, la reportas desde esta especie de burbuja extraña que es el mundo de la información.

—¿Pensás tus libros al mismo tiempo en que producís todo lo demás?
—Claro. Fijate que mi libro anterior, El enemigo conoce el sistema (2019), en realidad fue el resultado de una investigación de muchos años, y que eclosionó cuando estaba viviendo en Berlín, ciudad que se convirtió en el corazón de la vida de los hackers europeos. Yo estaba vinculada a la escena hacker de allí y junté a 6 o 7 amigos que eran especialistas en criptografía y nos pusimos a escribir un libro. Me reservé la parte de criptografía para periodistas, para explicar por qué aprender criptografía era imprescindible en su trabajo, pues no lo enseñan en ningún lugar. Tenía el ejemplo de Edward Snowden, que había llamado a The Guardian para darle una exclusiva que lo iba a cambiar todo, y desde el periódico no supieron valorarlo. El derivado de ese libro en realidad había sido otro, El pequeño libro rojo del activista en la red (2015). Luego de El enemigo conoce el sistema sentí que me quedaba la cuestión de saber si las tecnologías de nuestro tiempo son apropiadas para resolver los problemas de nuestro tiempo. Y de ahí salió Contra el futuro.

—Desde El rival de Prometeo (2009) al presente va casi una década en donde se mantienen tus obsesiones temáticas.
—No una década: todo el rato.

—A modo de juego, seleccioné algunas palabras clave que se reiteran a lo largo de tus obras y charlas: datos | vigilancia | revolución | capitalismo | plataformas | comunidades | algoritmos | futuro | humanidad. ¿Está todo conectado?
—Total. Esas palabras que mencionaste tienen que ver con la vida contemporánea y sus servidumbres, sus libertades. Un juego de tensiones entre la desinformación y la democracia, los derechos, las responsabilidades de las grandes plataformas y la capacidad que tienen de llegar a millones de personas de forma instantánea y a coste cero, pero también de manera oculta. La gente piensa que las plataformas digitales son como la radio o la tele o la prensa, pero más rápido, más grande y global, cuando son una cosa totalmente distinta, porque permiten contarle a cada persona una cosa diferente sin que los demás lo sepan.

—Segmentan.
—Además, pero no es solo que tú y yo podamos recibir dos campañas distintas del mismo candidato, o dos programas distintos, sino que pensamos que estamos recibiendo el mismo mensaje, cuando no es así. La gente no se da cuenta de que lo que genera esto es la eliminación del debate.

—Eso también nos vuelve débiles ante el sistema y frágiles ante la crítica del que piensa diferente.
—Exacto.

—Si está todo conectado, ese mapa de inquietudes debe actualizarse, ¿no? Imagino que hablar del futuro en cada época debe tener sus peculiaridades.
—Claro, estoy pendiente de la actualidad porque mis temas fetiche son esos, pero por ejemplo, hoy me llamó mi jefe para decirme que escriba un editorial sobre por qué Elon Musk compró Twitter. Entonces pregunté: ¿cuándo lo vas a sacar? Y me dijo, pues no sé. Yo: a ver, mañana puede haber cambiado todo.

—Mañana es tarde.
—Sí, y a mí esto me pasa todo el rato. Puedo hablar de por qué Elon Musk compra Twitter pero para mí lo importante es: Twitter es una esfera pública en una plataforma privada, ¿qué consecuencias tiene?, ¿qué significa que el debate público suceda en una plataforma que puede comprar un multimillonario?

—Ahí bajás a la órbita del ensayo, donde la reflexión puede respirar más.
—Claro, termina por no ser actualidad, sino una reflexión sobre en qué mundo vivimos y a quién sirven realmente las herramientas que utilizamos. En realidad las plataformas no están diseñadas para el bien común.

—Bajo el velo de promover valores de comunicación, crear comunidades, conectar, facilitar...
—¿Acaso el diablo te dice que es el diablo?

Privacidad y control

—¿La entrevista a Edward Snowden fue un punto alto en tu carrera?
—No lo sé. Siento que no soy una periodista de exclusivas. No me interesan, porque requieren trabajar sin tiempo para reflexionar; y segundo, porque no me gusta la gente, sino las bibliotecas. Prefiero pasar el tiempo leyendo que entrevistando personas.

—Me sorprendió de esa entrevista el nivel de realidad descarnada, del estilo “te están espiando todo el tiempo, sea quien seas y aunque no lo creas”.
—Tal cual. Es curioso que lo menciones, pero es verdad. También era un truco que él utilizaba, su forma de decir “esto es cierto”. Siempre estuvo tranquilo sobre la veracidad de los hechos de los que hablaba. Una de las cosas bonitas del caso Snowden es que a muchos nos pasa eso en distintos lugares donde trabajamos: acabas asumiendo o aceptando compromisos que rebajan tus expectativas éticas, tanto en un periódico como en una fábrica, y durante un tiempo negocias esto contigo mismo hasta que decides (o no) que no puedes más. A él le pasó esto y tardó años en resolverlo.

—También es interesante cuando menciona que ya no existe una expectativa razonable de privacidad, y que eso ya es una verdad aceptada.
—No hay que ser nihilista tampoco. Llevar un teléfono encima con aplicaciones que te rastrean es una parte, pero tampoco te libras de eso en el otro extremo, creyendo que si te vas a vivir al monte sin electricidad lo solucionas, porque no es así. Siempre lo comparo con la crisis climática: puedes reciclar, no tener hijos, no tomar aviones ni tener coche, comer legumbres secas remojadas en el agua del río y aun así no te salvas. Puedes renunciar a todo lo electrónico pero aun así no te salvas de la vigilancia, porque es el ecosistema. Te puedes proteger.

—¿Lo hacés?
—Soy periodista y entonces ahora mismo todo el mundo sabe dónde estoy, pero intento hacer cosas que no permitan controlar mis propios patrones de conducta. Algo que hago es aumentar la fricción con las aplicaciones al no tenerlas en el teléfono. Uso Twitter y lo adoro, pero no la tengo instalada, porque les das permiso para que se te instalen de verdad.

—Entras a la web en tu computadora, no desde la aplicación del teléfono.
—Exacto. Pero hacerlo así es horrible.

—Te quita el entusiasmo.
—Es súper pesado, te quita la inmediatez, o no logras entrar de una vez.

—La interface es fea, sí.
—Claro, no es casual, es deliberado.

—Quieren que uses la app.
—Sí, entonces he conseguido enlazar la incomodidad que siento cuando quiero publicar algo con mi autoprotección. La frustración para mí equivale a una resistencia personal a las plataformas a las que odio, y me va bien así.

Reflexión y comunidad

—En tu escritura mezclas referencias provenientes del cine, del cómic, de otras artes, con aspectos políticos y sociales.
—Sí, creo firmemente en el poder de la cultura popular, que sirve de metáfora para muchas cosas.

—La tendencia actual del ensayo busca no crear un texto duro, pero a la vez termina siendo una conversación de bar, lo cual genera una especie de omisión de fuentes o recorridos reflexivos que desembocan en un “las cosas son así porque a mí se me ocurre”.
—¿Tú crees que en Contra el futuro me salto partes del proceso que son importantes?

—Es que no las conozco. Confío que tu investigación sobre lo que estás hablando es veraz, útil. Aun formando parte de esa comunidad crítica, si se quiere, a la que te dirigís, pero no me queda opción.
—Me da pena que me digas esto, es decir, te lo agradezco, porque lo primero que aprendí cuando empecé a escribir fue la frase: “esto lo tiene que entender tu abuela, sino lo has escrito mal”.

—No sería tan duro con eso, porque por ejemplo mi abuela no entendería tu libro.
—¿Tú crees?

—Sí, porque por más que sepas leer, no contar con el background de referencias a la que está ligado el discurso te pone distancias. También se requiere de cierta abstracción intelectual para conectar a Jeff Bezos con Tony Stark. No todos pueden hacer esa conexión.
—Entiendo.

—Sin embargo, en tu caso, ofrecés un camino de soluciones a los temas sobre los que reflexionás, no te quedás en lo descriptivo o en la reflexión encriptada, como los filósofos.
—Siento que mi trabajo como periodista, sobre todo en este entorno, es escuchar lo que dicen las grandes plataformas, investigar lo que hacen y señalar las diferencias, pero al mismo tiempo creo que como persona que lleva treinta años pensando en profundidad sobre tecnología, estoy en una posición en la que solamente decir todo lo que está mal empobrece el discurso. Es importante ir a buscar lugares donde la tecnología se usa para buscar el bien común.

—Hay un paso más que hacés en tu libro, que es desdoblarte del rol de periodista hacia el de ciudadana.
—Total. Pienso que el valor de este libro está ahí. Hay que denunciar que las tecnologías en las que estamos invirtiendo nuestro dinero, tiempo y esperanza, no están diseñadas para ayudarnos.

—“Hemos evolucionado para resolver lo urgente a costa de lo importante”, es tremenda frase.
—Antes nuestros padres podían ahorrar dinero y comprarse una casa, planear vacaciones, tener hijos. Si pasaba algo, había un colchón. Ahora no, ahora todo es al día: si te quedas sin trabajo, al mes siguiente ya no puede pagar el alquiler; si se te rompe la nevera, no te puedes comprar otra. Si se te rompe un brazo, en muchas partes del mundo se acabó tu vida, te quedas en la calle porque no puedes trabajar. Emocionalmente también lo hacemos, volvemos a casa reventados luego de entregar nuestro espacio mental a estas aplicaciones que se supone nos ayudan a gestionar nuestro tiempo y energía. Es el gran chiste de esta industria: son el propio analgésico del daño que causan.

—En tu libro nunca mencionás a Greta Thunberg, la joven activista sueca.
—No he pensado mucho en ella. Para mí las personas más importantes en el activismo son gente que genera comunidad en los espacios en los que viven. Greta ha trascendido a esto y ahora viaja por el mundo para congregar a mucha gente alrededor del activismo medioambiental. Me parece que ha hecho un trabajo formidable y ambicioso para la edad que tiene. Pero yo creo en los líderes de barrio, en la capacidad de las asociaciones, de los colegios, para transformar los espacios en los que viven. Es mejor convencer a tu colegio de que baje la temperatura de la calefacción. La ambición de transformar el mundo es un obstáculo para transformar tu calle.

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