por Gera Ferreira
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En la casa de Magela Ferrero (Montevideo, 1966), artista visual, fotógrafa y escritora, corre un aire fresco que invita a relajar el cuerpo, a sentarse junto a los ventanales para observar las nubes y escuchar a los árboles. Esta silenciosa fiesta de sentidos ocurre de fondo, mientras se conversa sobre arte, la vida, la muerte, los libros, la fotografía y el tiempo.
—¿Tenés largas temporadas de estoy acá con lo mío, o alternas con otras distracciones?
—Hago todo lo que puedo. También en algún momento hay que leer, hacer y dejar que la vida se asiente en la vida. Entonces es natural que eso que compartiste en algún lugar surja en la soledad, en la casa.
—En el repliegue.
—Sí, es así, como un bandoneón. Todo el tiempo hay que estar con el fuelle, haciendo que entre aire y después soltar. Trabajo mucho, la verdad. De hecho me levanto y hay todo un ritual, porque el trabajo lleva una preparación para el trabajo. Aprovecho todo el tiempo posible para estar conectada con la vida. Para mí el arte superior es la vida. Ese es el arte que practico, y no es un discurso. Hoy sé que venís vos, entonces me preparo, me levanto temprano, no hice otra cosa. Lo que vamos a hacer ahora es algo que también lo hacemos para publicar, y nos vamos a comunicar con personas que no están en esta mesa, y hablamos entre nosotros de todo a la vez.
—Hablando de lugares, encontré un trabajo tuyo titulado Un lugar común, proyecto que integró el pabellón uruguayo en la 54 Biennale di Venezia, con Alejandro Cesarco. ¿Qué recordás de ese proceso?
—Quería hacer fotos grandes y sobre todo detalles de esas prendas que ves ahí y que se viera bien el territorio. Los chicos de Domino, Diego Velazco y Santiago Epstein, me prestaron una mega cámara Hasselblad digital para hacerlo. Esto está todo escrito, aquí no se ve…
—¿Cómo hiciste para...?
—Agarré un clavito, lo afilé y después le hice un soporte para agarrarlo y… sí, muchas horas me llevó. Estas fotos las vendí todas.
—Que la obra siga su camino.
—Sí, un poco me costó. A veces necesitás plata para seguir y el desapego hace bien, porque te genera un vínculo con aquello de lo que te desapegaste, del cual aprendés bastante. En verdad siempre extrañás lo que perdés. Que te desapegues no quiere decir que te desvincules.
—Queda la huella del proceso.
—Sí, lo que sentís. Mientras tenés la cosa ahí siempre es un desafío, pero hay algo que dejás para después porque la materialidad del cuerpo, la foto, la persona, lo que sea, te asegura que haya un después: el origen del sentimiento está presente.
—En una entrevista te referiste a la fotografía y al aspecto técnico, como que los conocimientos técnicos a veces nublan lo visceral de todo creador.
—No necesariamente. Hay muchas personas que hacen un arte en el cual lo técnico es central y lo usan de una manera que te conmueve. Nada es excluyente. Sé que las personas tenemos pares con los que coincidimos, y por si hay alguien que se siente acompañado/a, representado/a, pero las cosas no son de un solo modo. Tenemos que habilitarnos para ser libres y lo fundamental es que tengas la posibilidad de hacer lo que estás queriendo hacer y no lo que el mercado te pide o exige.
—En tu obra aparecen puentes y una comunicación fluida entre diversos lenguajes.
—Sí, todo nace de ese diálogo invisible que uno va teniendo consigo mismo.
—Ahí también aparece la función del arte, ¿no?
—Sí. Siempre cuando alguien me dice yo también escribo, yo también saco fotos, yo también lo que sea, siempre pienso que en realidad todas las personas hacemos esto porque lo necesitamos. La diferencia entre alguien que puede decir que es un escritor profesional o un músico, es básicamente la dedicación que le ponga. El tiempo es la masa madre de todo lo que hacemos.
—Qué difícil distribuirlo.
—Se trata de una distribución de tus recursos y de dónde se desarrolla tu cuerpo, que es en el tiempo.
—A veces tenés tiempo y no tenés la idea, la conexión que te mueve.
—Lo que hay que dedicarle a cualquier pulsión que tengas para que se revele es tiempo.
—Algo va a emerger.
—Claro. Pensá en un vínculo. Para cultivar un vínculo tenés que ofrecerle tiempo, sobre todo si pensás en la mayor parte de las cosas que se rompen y se transforman: tiene que ver con cuánto tiempo le dedicamos.
—Dijiste alguna vez: siempre hay un momento importante en el que debemos decidir entre el “quiero ser” y el “voy a ser”.
—Tiene que ver con estar fino, con tener las intuiciones personales de cualquier proceso, o de cualquier idea que te lleven un paso más, a estar pisando en confianza sobre lo que uno hace, porque a veces ese tiempo se desperdicia en malas decisiones.
—Tenés muy entrenado ese dejar entrar, o sea, manejar la realidad de una forma positiva.
—Imaginate que para decirte todo esto mi pulsión de muerte es enorme. Siento estas cosas porque tengo una oscuridad enorme, un pantano y bueno, hago todo lo que puedo para sobrevivir a eso, para salir de allí. Esa oscuridad es la que alimenta este modo de ver la vida. Tengo que trabajar mucho para estar bien, porque tengo carencias y miedos. No es que todo está desenraizado, no es una visión simplemente contemplativa. Es una militancia.
—En tiempos donde las cosas son de una manera vertiginosa, productiva, atomizada, poner pausa y distribuir las emociones parecería una rareza.
—Tuve muchas maestras en la vida que me ayudan y enseñan, y una de ellas siempre repite: las raíces de todos los árboles, plantas, todo, están en la oscuridad. De hecho, viste que las macetas no son transparentes. Todas las raíces están ocultas en el barro. Estás en una oscuridad.
—Pensando en la oscuridad del proceso creativo, ¿cómo lo ves en la fotografía?
—Hay algo que ocurre cuando hacés el clic, esa emoción, por un instante, un micro instante, en el momento que disparás hay una pulsión que tiene que ver con el ser.
—Una reafirmación.
—Sí, ese momento está disociado de lo que se imprime, de la captura, entonces están unidos porque es lo que motiva que agarres la cámara y oprimas el obturador, es lo que tenés delante, lo que estás buscando. La emoción que sentís cuando estás sacando fotos es muy profunda y tiene algo erótico también. Me parece que hay una sensación de estar ejerciendo tu existencia, tu individualidad.
—A propósito de Un lugar común, Cleo Bugel menciona algo respecto al olvido y a la memoria en tu obra: la forma de conservar objetos que simbolizan momentos, experiencias que uno no quiere olvidar.
—Las cosas salen como salen y tenés que hacer el esfuerzo de aprender que bueno, que sos la mejor versión posible, no la versión soñada. La versión soñada es algo que está dentro tuyo para ser desarrollada, es tu Ulises.
—El potencial.
—Sí. Por eso es lindo que muchas personas tengan la oportunidad de exponer y hacer cosas. Hay que moderar la crítica, que a veces es tan despiadada en todos los órdenes. No la voz autorizada, la común. Salís del cine y antes de levantarte decís qué horrible. Eso es fuerte, no se sabe si es crítica o inconformismo natural. Hay un ejemplo que a veces propongo: antes de criticar la performance del trompetista, intentá sacar un sonido a la trompeta. ¿Alguna vez lo intentaste?
Las únicas veces.
—Un nombre es una trampa (2012) era un políptico integrado por nueve fotografías y un Libro de direcciones. ¿El libro desapareció o lo tenés?
—Lo tengo. Me pregunto dónde…
—Qué momento, porque hay uno solo.
—Tengo muchos libros así.
—¿Libros de artista?
—Sí, únicos. Ese libro, estando en Venecia, un coleccionista inglés me lo quiso comprar, pero en ese momento no lo podía vender, no estaba preparada. Era invaluable.
—¿Y hoy?
—Hoy lo vendería, porque ya dio muchas vueltas y puede irse, lo puedo soltar.
—Ahí pusiste a prueba el funcionamiento de ese archivo inclasificable de cosas que guardaste durante años.
—Sí, eran direcciones de muchas cosas, la dirección de la alegría, la del viento, la de la fraternidad, de la casa, de los árboles, del dolor, todas esas direcciones. Hice coincidir un montón de información, documentos que tenía con el lugar del placer, de la tradición, de la esperanza, del mar, del sueño, de la tranquilidad, todas las direcciones asociadas, como un gran mapa de afectividades.
—Trabajás con insumos y documentos íntimos, atrayentes.
—Hay un libro que hice, que para mi era muy valioso, en el cual están las muchas recetas de internaciones que tuve, las primeras recetas de medicamentos; hay una de mi primera consulta psiquiátrica a los cuatro años.
—¿Cómo se llama el libro?
—No tenía nombre pero pasó algo muy bueno, siguiendo con el desapego. Ese libro para mí era muy importante, y en un momento tenía una deuda con mi terapeuta, una deuda elevada, millonaria, y él tuvo la generosidad de ofrecerme hacer un intercambio por una obra. Me pareció que la obra tenía más sentido que la tuviera él, que me había ayudado con mi salud mental.
—¿Fue el primer lector de ese libro?
—No, ese libro había estado en una exposición que se llamó Queriéndolo todo; hice como treinta libros. Por suerte también los vendí, digo por suerte porque eran muy queridos.
—El verdadero desapego.
—Sí, a mí esos sacrificios me hacen bien. Me van ayudando, porque la tarea es prepararnos para el amor y para la muerte.
—Sos como una Peter Pan, “forever young”. O sea, tenés 58, falta un cacho…
—Lo que pasa es que ahora tengo a mi mamá con 90 años y me doy cuenta de lo difícil que es. Lo que ella me está ofreciendo como madre es este espejo. Es difícil envejecer, abandonar la vida con alegría y agradecimiento. Entonces, pase lo que pase con mi vida, lo que quiero es, aunque suene paradójico, terminar agradecida, en paz, ordenada con mi alrededor.
—En ese texto decías, “yo documento mis actos para comprender”, como un concepto que se amplía a tu obra.
—Lo extraordinario ocurre justamente en lo ordinario, en el día a día, cuando mirás en esos tickets, en esos boletos, en esos recuerdos, ves de qué está hecha tu vida. Todas las cosas que hiciste son importantes en la medida en que ocurren por única vez. Hay que tener cariño por eso. Guardo los tickets si fui a comer con una persona que quiero mucho, el taxi que me tomé hasta su casa...
—¿Hasta ahora lo hacés?
—Ahora mismo te puedo mostrar una cena especial con alguien que quiero mucho, lo que compramos en el súper, la comida que encargamos. Todo lo que hayamos hecho lo junto y guardo. Así sé lo que hice.

También música
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Además de artista y escritora, Magela Ferrero (Montevideo, 1966) también es cantante. Estudió fotografía con Diana Mines, y cine con Hilia Moreira y César de Ferrari. Fue reportera gráfica en el diario El Observador y la revista Tres. Tiene casi una veintena de exposiciones realizadas como artista plástica.