por Laura Chalar
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En uno de los episodios más desgarradores del libro, el perrito del narrador, “panza rosada y ojos negros”, cae en las garras de una maquinaria aterradora: la perrera. Casi una entidad viva de tan monstruosa, consiste en un camión con varios esbirros colgando, armados de “horcas largas preparadas”. La pérdida definitiva de su mascota a manos de ese espanto hace caer al niño en un estado fronterizo con la muerte, del que sólo el amor paciente de su abuela y sus conjuros en quechua podrán traerlo de vuelta.
Esta superposición entre el mundo cotidiano y sórdido de la villa miseria y la magia —referida o practicada— que late apenas debajo de él y da alguna esperanza a la vida de sus habitantes es una constante en las historias que cuenta este libro, una suerte de autobiografía familiar estructurada en forma de cuentos de Gustavo Barco (Buenos Aires, 1971). Hijo de inmigrantes bolivianos que recalaron en una Buenos Aires sin glamour —para ellos, sólo un descampado “con casillas desordenadas, rodeadas de lonas, bolsas de plástico, zanjas humeantes”—, Gusty, el narrador, es y no es argentino, como se lo recuerda la crueldad banal de los pasajeros del ómnibus que tratan a su familia y vecinos de “bolitas” con “olor a verdura”, o la hostilidad de quienes, en una discusión de tráfico, los llaman “villeros de mierda, bolivianos”. Él es el nexo entre la obcecada inocencia de sus padres —“don Américo” y “doña Martha”— y esa patria de acogida donde siguen siendo pobres, y ahora encima extranjeros.
La violencia del padre —autoritario y golpeador, como casi todos los padres en este libro— lo convierte, por momentos, en una figura detestable, hasta que las páginas finales dedicadas a su infancia y adolescencia, rescatan la apaleada humanidad de quien fue huérfano temprano y esclavo durante demasiado tiempo.
A la editorial Ninguna orilla le cabe el mérito de haber publicado estas páginas que conjugan dureza y ternura y, en ocasiones, escapan de la crónica familiar para adquirir ribetes de fantasía lindante con el realismo mágico. Ellas revelan en sus personajes curtidos, estoicos y siempre sorprendentes, algunas de las mejores creaciones de la escritura argentina actual. Lectura luminosa y, sobre todo, necesaria.
LA PERRERA, de Gustavo Barco. Ninguna orilla, 2022. Argentina, 154 páginas.