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Cómo conocer gratis Nueva York y no morir en el intento

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Wynton Marsalis
SGP

Crónicas de arte y música

La ciudad que disfrutan los neoyorquinos, muchas veces gratis, está al alcance del turista. Sólo es cuestión de investigar un poco antes de viajar, y no pisar Times Square.

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Lo primero que hace un turista apenas llega a Nueva York es ir a Times Square. Al mediodía, tarde o noche se deslumbran con las pantallas led, o las tiendas ancla de las grandes marcas (carísimas, sólo para mirar), o el kiosko para entradas baratas de los espectáculos de Broadway.

El neoyorquino, sin embargo, jamás pisa Times Square, y eso es una señal. Hay otra forma de disfrutar de esa mágica ciudad sin pisar los atestados cruces de avenidas entre la calle 42 y la 48. Nos sucedió hace días. Tras dos semanas gozando del mejor teatro, música, danza, y exhibiciones de arte y fotografía, descubrimos que nunca habíamos pisado Times Square. No fue deliberado, solo sucedió. Y la experiencia fue sorprendente. Hay otro Nueva York que el turista curioso y motivado debe explorar. Uno al margen de esa máquina de sacarle plata al turista, a veces de forma abusiva. Uno donde abundan los espectáculos gratis, de primer nivel, que los neoyorquinos buscan con pasión.

Jazz e historia

Nueva York en verano se vuelca a sus plazas públicas y parques, el espacio ciudadano por excelencia, en todos los boroughs o barrios. La ciudad, a través de su organización Summer Stage, ofrece espectáculos de todo tipo, la mayoría gratis. Participar exige cierto arte: hay que llegar temprano para conseguir asiento (lo más común), o hacer colas largas por entradas (o, en algún caso, pocos, acampar de noche hasta que la boletería abra). Los piques están en internet. El Charlie Parker Jazz Festival, por ejemplo, se desarrolló del viernes 26 al domingo 28 de agosto con entrada gratis, ofreciendo una selección de artistas de primera para los amantes del jazz, mientras el público presente era la más pura expresión democrática de la ciudadanía neoyorquina. Los ancianos, por ejemplo, se portaron muy mal, son leyenda y dignos herederos del malhumor de Jack Lemmon en la película El prisionero de la Segunda Avenida (1975).

Los primeros dos días del festival fueron en el anfiteatro del Marcus Garvey Park de Harlem, y el último día en el Tompkins Square Park cerca del Bowery, en el sur de Manhattan. La presentadora bramó que en “la capital del jazz del mundo” el festival volvía a full luego de la pandemia en su trigésimo aniversario. Deslumbró el cantante sudafricano Vuyo Sotashe (un deleite, ¡qué registro y sensibilidad!), la vibrafonista Nikara Warren acompañada por los Black Wall Street (cuya hermana menor, Be, recién recuperada de un terrible accidente automovilístico, cantó una increíble versión de “Don’t Let Me Be Misunderstood” de Nina Simone) y la canadiense Bria Skonberg, gran trompetista y cantante de un registro vocal sorprendente. En general es jazz fusión y poco jazz clásico (el que Francisco Yobino pone en escena en el festival de El Sosiego todos los años). El cierre del domingo fue con el legendario Archie Shepp (muy anciano, no debió haber subido a escena), acompañado por Jason Moran en el piano. Pero el tema, claro, fue el público, sobre todo la gente mayor. Impertinentes, maleducados, peleadores, irrespetuosos, auténticos tiranos del espacio público de la ciudad más rica del mundo. El gesto predilecto era pararse y dejar sin visión a todos los que estaban detrás, muchos de ellos veteranos del jazz, también ancianos. Ignoraban cualquier reclamo para sentarse (los pedidos, claro, siempre respetuosos, hasta que...). O la señora mayor, muy elegante, que ofrecía vino a un par de borrachines (¿sobrinos, nietos?) ambos muy altos, también parados, que impedían de forma impertinente la visión, y que festejaban ruidosamente cada trago. Nuestro sector, hasta las seis de la tarde, fue abrasado por un sol implacable, pero la salvación llegó de mano de unas muchachas que ingresaban bolsos llenos de hielo, refrescos y cerveza, a ¡un dólar! (lo habitual, cuatro o cinco dólares). Un anciano detrás tarareó, con toque de connoisseur y en voz alta, cada una de las melodías anticipando tal o cual acorde, y no se inmutó por los problemas de visibilidad. Era ciego.

En esos días también se presentaba en el Central Park el legendario trompetista Wynton Marsalis, ahora líder de la orquesta de jazz del Lincoln Center, la big band más icónica de Nueva York. Gratis. Los organizadores advertían que las puertas para el escenario abrían antes, pero faltando una hora la larga cola de más de cinco cuadras serpenteaba por el parque, mientras los corredores trotando preguntaban sin detenerse quién tocaba. El ingreso fue ordenado, conseguimos buen asiento, y la big band iluminó esa espectacular y cálida noche de verano. La orquesta arrolló con temas de Duke Ellington, Count Basie, Thelonious Monk, Dizzy Gillespie y Charles Mingus, entre otros. Destacó el saxofonista y arreglador Sherman Irby, mientras Marsalis, sentado atrás, con la cuerda de trompetas, ejecutó sus solos y habló con el público entre tema y tema. Fue conmovedor cuando se refirió a Dizzy Gillespie: “Dizzy me pidió que mantuviera viva la llama de las big bands, y aquí estamos”. Así es Nueva York: al deslumbrante virtuosismo artístico se suma la historia, la necesidad de reafirmar el gesto creativo homenajeando a las anteriores generaciones, a los ancianos de la tribu.

Algo que se pudo comprobar dos días antes en el sótano del legendario club de jazz Vanguard, en el Village. Ahí estaba tocando, como cada lunes desde 1966 y 2.700 lunes después, la big band del Vanguard. Apiñados en el sótano junto al público que disfrutaba de sus tragos, los cinco saxofonistas, las cuatro trompetas, los tres trombones, más Adam Birnbaum al piano, David Wong en el contrabajo y John Riley en batería, dieron una lección de jazz soberbia, contundente. Ese sótano tembló. Estaba prohibido tomar fotos pero uno se atrevió, levantó el celular y tomó la imagen. De inmediato dos señores muy grandes se le acercaron y mantuvieron con él un breve diálogo (que era fácil de intuir). Recordé, entonces, la actuación del gran contrabajista Ron Carter en el club Blue Note del pasado mes de marzo, con el presentador advirtiendo al público: “A partir de ahora debe haber un estricto silencio”. No voló una mosca.

Un nuevo centro

La compañía de danza moderna de Chicago, la Hubbard Dance Street, también se presentó gratis en el mismo escenario que Marsalis. Mientras ingresábamos al Central Park por la calle 72, ya se podía percibir que el público era otro, por la vestimenta, mucho más exótica. Era un público de danza que esperaba con ansiedad a los de Chicago. La compañía de 14 integrantes, que cumplió 45 años de existencia, deslumbró con un repertorio contemporáneo en el cual destacó una reinterpretación del Bolero de Ravel por Ohad Naharin, interpretado por dos bailarines, Jaqueline Burnett y Simone Stevens. El cierre, apoteósico, los tuvo a todos en escena con una pieza de Darrell Grand Moultrie.

Días antes, en el Shed de los Hudson Yards, un nuevo complejo edilicio sobre el río Hudson, hubo un espectáculo también gratuito de la compañía de danza Kinetic Light, cuyos cuatro integrantes son minusválidos. El espectáculo, titulado Wired, colmó las gradas, muchos en sillas de ruedas. La obra buscó repensar la minusvalía desde el lenguaje y deconstruir los estigmas. Para los artistas en escena su minusvalía no era un obstáculo a superar, sino fuente de inspiración artística y creativa. La puesta, en dos actos, permitió ver volar a esos bailarines profesionales de la luz y el movimiento, auténticos atletas que no se desprendían de sus sillas de ruedas o sus prótesis, pero actuaban como si éstas no existieran. De hecho, para el público, esos objetos desaparecen, lo que resulta mágico. Es ese acto de anulación de la “muleta” lo que deja en evidencia los prejuicios del lenguaje cotidiano respecto a los minusválidos, esos que expresamos en frases del tipo “ah, mirá lo que logra hacer a pesar de que le falta...”.

El Shed es un edificio adaptable con un gigantesco techo corredizo obra del famoso estudio de arquitectura Diller Scofidio + Renfro. En la explanada de los Hudson Yards, a su vez, deslumbra el Vessel, esa escultura monumental obra del arquitecto Thomas Heatherwick._La zona bulle con turistas, mientras en una de las esquinas destaca el edificio con uno de los miradores que más convoca de Nueva York, el Edge, que otorga, pagando una entrada carísima, una vista única de la ciudad. Pronosticaron que los Hudson Yards iban a ser un ano contra natura en la ciudad, un lugar artificial en vidrio y acero carente de calidez humana, pero no. Se equivocaron.

Allí, junto al Shed, se inicia el High Line, ese parque lineal en altura que adaptó una antigua vía de tren, obra también del estudio Diller Scofidio + Renfro, y que hoy convoca a neoyorquinos y turistas por igual. Caminando por él se llega al corazón de Chelsea a través del Meatpacking District. Al final hay mucho, la Little Island, esa isla artificial sobre el Hudson, el Chelsea Market para comer y comprar con aire hippie, y la nueva sede del Whitney Museum de arte americano. Que tiene joyas en su colección permanente, obras de Georgia O’Keeffe, las miniaturas completas y desplegadas del famoso “Circo” de Calder (acompañadas de la filmación original, para quedarse allí horas), unos deslumbrantes Edward Hopper o notables piezas del expresionismo abstracto (¡17 obras de Pollock!). Estaba en pleno la Bienal del Whitney 2022, que ahora volvía tras pandemia en varios pisos de la institución. Los curadores entendieron que, por todo lo que sucedió desde el 2019, “el tiempo se ha expandido, contraído, detenido, desdibujado”, por lo que decidieron dejar abierta la consigna a los 63 artistas convocados a la Bienal. Comprendieron que la abstracción, el arte conceptual y las narrativas personales de los artistas filtradas por lo político, literario y popular, iban a rendir mejor si quedaban liberados, sin consigna. El impacto es tremendo. Por ejemplo la escultura de Rebecca Belmore, a cuyos pies cae una alfombra de casquillos vacíos de bala que la “protegen”. O la performance de Buck Ellison que recrea, con falsas fotografías, la intimidad de Erik Prince, fundador de la firma de seguridad privada Blackwater, de polémico papel en Iraq y Afganistán. También la luminosa instalación en la terraza del museo de Alia Farid, que en las noches irradiaba el barrio como poderoso árbol de Navidad. O el impacto devastador del video de Coco Fusco deambulando en un pequeño bote alrededor de la isla Hart, cerca de la ciudad de Nueva York, donde enterraron en fosas comunes a decenas de miles de víctimas del Covid, y donde han sido enterrados en otras fosas más de un millón de neoyorquinos desde el año 1869.

El dildo de Ginsberg

Nueva York es una ciudad infinita. Puedes recorrerla una y otra vez, y volver y tratar de descifrarla, que siempre te sorprenderá. En estos días pudimos recorrer la muestra de ese icono del arte neoyorquino, el artista plástico Basquiat, en Chelsea, donde la familia mostró obras poco conocidas del artista pertenecientes a la colección familiar, y objetos personales. Por ejemplo ilustraciones de Basquiat de su etapa adolescente donde ya se evidenciaba el excelso dibujante. O la muestra homenaje de la Morgan Library por los 100 años de la primera edición del Ulises de James Joyce, con objetos y manuscritos que meten al visitante en la demencia que fue escribir esa magna novela. O la exposición sobre Lou Reed de la New York Public Library ofreciendo el acervo y los objetos personales del gran músico que Laurie Anderson, albacea de Reed, donó a la biblioteca. O el novedoso y sutil Museo del Sexo de la 5ta. Avenida y la calle 27, con un acercamiento respetuoso, divertido y hasta académico de la sexualidad humana (destaca el consolador original de Allen Ginsberg, gran poeta beatnik, al que Bob Dylan le dedicó la canción “You Are My Dildo”). O el icónico retrato de Adele Bloch-Bauer de la Neue Gallery, conocido como La dama de oro, que el nazi Göering le robó a la familia Bloch-Bauer, y que inspiró la película con Helen Mirren y Ryan Reynolds, Woman in Gold (¡espectacular la vienesa Sachentorte de la cafetería!). O la deslumbrante puesta de Shakespeare de los Public Theaters en el teatro Delacorte del Central Park, al aire libre y gratuita, con la obra As you like it (reborn in song). Son 70 artistas en escena que habían recorrido con la obra los cinco boroughs de Nueva York. Es un Shakespeare dirigido a un público joven, con voces que quitan el aliento y mucho, muchísimo humor. Un musical excelso en la mejor tradición de Broadway donde alternan los diálogos isabelinos originales con el rap, y que tuvo en el Delacorte un público de neoyorquinos ávidos de todos los barrios, los de Queens, Brooklyn, Bronx y hasta algunos de New Jersey, aunque éstos, cuando levantaron la mano, “sólo cuentan como medio voto”, les aclaró el presentador, desatando una carcajada general.

Wired
Alice Sheppard y Laurel Lawson en "Wired", de la compañía de danza Kinetic Light, en el Shed de los Hudson Yards. (foto Robbie Sweeny/Kinetic Light)
Shakespeare
La obra de Shakespeare "As you like it (reborn in song)" en el teatro Delacorte al aire libre, Central Park (foto Joan Marcus/Public Works)
Alia Farid
La instalación de Alia Farid, "Palm Orchard, 2022", para la bienal del Museo Whitney de arte americano (gentileza Whitney Museum)
Basquiat
"Jail Birds, 1983" de Jean-Michel Basquiat (colección familiar), es parte de la obra poco conocida del artista neoyorquino expuesta en una galería de Chelsea, Nueva York.

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