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La ausencia escrita también es poema

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Eduardo Milán

POÉTICAS

De la conjunción entre sonido y silencio, entre alarma y sirena, salta la síntesis.

Eduardo Milán

Entre el silencio y el sonido se juega esto. Pero sigue al sonido. El silencio tiene sus porciones: su porción desierto, su porción cementerio, su porción fondo de mar donde nadie llega y se imagina el terror de una especie que empezó allí sin ser, en su comienzo, encumbrada en posición cenit: “mejor que las ardillas”. De la segunda porción me acuerdo bien, la cementerio, mi padre y yo ante la tumba de mi madre, cosa de pares ante la ausencia que iba a ser escrita como un asalto o, en mi caso, como un poema. Del desierto no sé absolutamente nada. Está el místico que es hablado, al que le vienen palabras como ganas —las del espíritu, no las del cuerpo y mucho menos las del “espíritu de cuerpo”—de la nada —de esa misma nada que no sé— que pactó con el viento que se las trae. Pero ese ya es místico de ciudad, no loco. Me quedo con el que ponía los ojos en blanco y se le caía la baba. Terminaba ardiendo con leña a los pies en el centro de una plaza, una imagen conocida, medieval. Entre el humo ascendente un balbuceo hacía de escalón. Me inclino hacia el costado del sonido, el que fisura el silencio. La imagen es el canto de las sirenas. Viene la nave de Ulises en completo silencio. Atado Ulises, no encerado en la escucha, quiere oír. En la atención de las manos anudadas las venas son azules, en las orejas paradas como un lince, en la cuerda que cuelga del árbol que no pudo con el cuello de Villon —todavía falta mucho para eso—, suspenso. La sirena lo atraviesa de lado a lado en forma de canto. Eso alarma, en 1968, corríamos 18 abajo por Agraciada —¡agraciada la calle que te libra de los cascos y de los golpes, loor, loor, no la playa y el desembarco!—, una sirena en Montevideo alarma, uno ya sabe lo que va a venir, uno no piensa en una ambulancia: sirena y alarma son las verdaderas fuerzas conjuntas. De esa conjunción entre silencio y sonido, entre alarma y sirena, saltó una síntesis: Libertad, el único nombre que no resiste un presidio. Pablo Silva Olazábal hizo un llamado a cambiar el nombre de aquel establecimiento sombrío que seguía el sonido del preso ahora común, no político. No llegó a 60 firmas de apoyo. Eso pasa en el país de la vida estricta —así la bautizó Nicolás Alberte. A esta altura de la noche ya debe de haber cerrado Prohibido Pensar, la revista que dirigió Sandino Núñez. Por falta de suscriptores en el antiguo latinoamericano país del pensamiento.

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