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La verdad tras el asesinato de Delmira

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La dramaturga Marianella Morena en una apuesta arriesgada sobre Delmira.

Marianella Morena arriesga

El 6 de julio de 1914 Delmira Agustini fue asesinada por quien había sido su marido y era en ese momento su amante. En la habitación de la casa de la calle Andes, alquilada después de la separación, Enrique Job Reyes le pegó dos tiros y después se suicidó. El día siguiente la prensa reprodujo la escena de los cuerpos -tirado en el piso el de Delmira, en la cama el de Reyes-, proporcionó información sobre los protagonistas y realizó especulaciones sobre los motivos que podían haber llevado a la tragedia. La juventud de ambos, 27 años Delmira, 28 Reyes, y el glamour con que Delmira había investido su figura un tanto incómoda para la sociedad del Novecientos, agregaron espectacularidad a lo que en la época se consideró habitualmente como “crimen pasional”.

MUNDO AUTOSUFICIENTE. Los franceses llamaron fait divers a lo que entre violencias y singularidades de todo tipo no entraba en las columnas serias de información u opinión de la prensa, pero, de otra manera, daba cuenta de la actualidad. En un conocido ensayo de los años sesenta, Roland Barthes consideró al fait divers como un mundo cerrado y autosuficiente. Es el suceso que perturba la causalidad, que no tiene explicación más allá de sí. Un asesinato si es político es información, si no lo es, es un fait divers, escribía Barthes.

Durante más de cien años el fait divers constituido por la muerte de Delmira fue inspirador de relatos que en forma de novelas, obras de teatro y artículos de prensa intentaron entender cómo se llegó al crimen. Basándose en la abundante documentación preservada sobre la vida y la obra de la poeta, narradores y dramaturgos pusieron en juego un elenco bastante estable de personajes: la familia de Delmira (padre, madre, hermano), el novio-marido-amante-asesino, el enamorado fugaz (Manuel Ugarte), aunque la función de cada uno en la trama que lleva al desenlace varíe según los autores.

En la obra teatral No daré hijos, daré versos. Sobre Delmira Agustini Marianella Morena no quiere dar una nueva versión de esta historia. La autora declara en el prólogo al libro que “la mirada contemporánea sobre el pasado” es política. Desde esta perspectiva el asesinato de Delmira deja de ser un fait divers. Como ha proclamado el movimiento feminista, no es posible explicar su crimen ni el de cada mujer muerta a manos de su novio-marido-amante a partir de las “pasiones privadas”. Delmira es un acontecimiento que una y otra vez impugna a la sociedad patriarcal, sus tabúes, sus miedos, su manera de propiciar el abuso y el dolor.

Marianella Morena preparó la representación escénica para el año 2014, cuando se cumplió el centenario de la muerte de Delmira. Mereció el Premio Florencio y, desde entonces, ha recorrido con ella varios lugares del mundo y cosechado más premios. En el libro, la pieza teatral está precedida por un “Diario de dirección”: un texto interesante y valioso que logra un tono a un tiempo íntimo, reflexivo y de manifiesto político-poético. Es un diario de escritura y de preparación del trabajo escénico que hace visible la dimensión colectiva de un proyecto personal y testimonia el proceso de surgimiento y de realización de la obra. Morena no quiere reconstruir una historia, una figura, un contexto, una época. La obra está estructurada en tres actos: en el primero la acotación señala que lo que sigue sucede el día del asesinato en “una habitación destrozada como si hubiera estallado una guerra”. El segundo está centrado en la familia, tiene como subtítulo “Hacia el realismo” y está encabezado por una anotación que dice que actores y actrices “intentan reconstruir un comedor de 1900, pero nunca lo logran”. El tercero, titulado “Lote Delmira. Hiperrealismo” realiza la ejecución de un remate. Se instala en el presente y rompe la “cuarta pared”. Como dice en su diario de dirección este es un teatro de pos-representación. Lo que se busca es elaborar “poesía que dialogue con el pasado”. Cuenta la autora: “La primera imagen que tengo es una bala atravesando cielos”.

El diario de dirección explica los criterios con los que Morena trabaja con los actores. El actor no debe sucumbir “a la abstracción del personaje previo”, “no desaparece en el personaje”; por el contrario, “el personaje debe convertirse en una herramienta para el actor”. Así en el escenario aparecen los cuerpos y las voces de actores y actrices que son y no son los personajes convocados. El conjunto crea una multiplicidad espacial y sonora a través de monólogos paralelos, el canto o el diálogo.

El título “No daré hijos, daré versos” y el subtítulo “Sobre Delmira Agustini” presentan uno de los conflictos que se plantean en escena: la mujer escritora que elige que su descendencia será su poesía, y una forma de acercamiento. La obra es “sobre” Delmira. Marianella Morena piensa a Delmira como un acontecimiento y se lo plantea así a sus actores y al público. En el primer acto aparecen tres Delmiras y tres Enriques Job Reyes. Esta escenificación inicial rompe con la larga interpretación de Delmira como presa de una doble personalidad. Así como no es posible reconstruir el espacio del hogar del Novecientos porque el límite entre el adentro y el afuera está roto, tampoco se conciben individuos autosuficientes. Por eso en lugar de personajes aparece en escena un flujo de voces y cuerpos, por momentos intercambiables, porque el sentido de lo ajeno y lo propio atraviesa a los sujetos que actúan.

SOCIEDAD ASESINA. La canción que empieza y termina la obra y la escena inicial instalan la imagen de la guerra: “Hay guerras que son de una sola persona./ La bala cruzó la ciudad (…) La bala volvió para matarme otra vez/ dos tiros, Reyes me dio dos tiros./ Soy Delmira…”. Es asesinada y “rematada” en tiempo presente. El texto juega desde el comienzo con el trabajo de Reyes, que se ganaba la vida como rematador. La función social del novio-marido-amante contiene en sí el verbo “matar”. El asesinato ocurre una y otra vez, y en el tercer acto, la que ejecuta es la sociedad toda. En el año 2010 -así lo consigna la obra- un lote-Delmira es subastado. Todo se compra y se vende, y aceptarlo pasivamente es participar de un crimen. La ironía del último acto encierra esta comprobación amarga.

El lote-Delmira contiene un grabador antiguo en el que está guardada una “confesión”. El relato de la hija de la mujer que alquilaba la pieza donde Delmira fue asesinada. En esa imagen y con las cartas intercambiadas entre Manuel Ugarte y Delmira reproducidas al final, lo testimonial aparece ficcionalizado. Los documentos están al servicio de la verdad poética.

NO DARÉ HIJOS, DARÉ VERSOS. SOBRE DELMIRA AGUSTINI, de Marianella Morena. Criatura editora, 2019. Montevideo, 86 págs.

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