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Andrea Abreu y una ficción que rompió el tedio

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Andrea Abreu

Escritora debutante

La narradora de Panza de burro, de la canaria Andrea Abreu, es una niña cuya mirada ingenua todo lo transforma. Una novela sobre España que le debe mucho a la literatura latinoamericana.

Un mundo matriarcal, donde los hombres están ausentes, muertos, escapados, trabajando todo el día o encerrados en las cantinas bebiendo y jugando a las cartas. Un universo donde el ser mujer, que no está exento de miserias, violencia, y desigualdad, también significa ser, ni más ni menos, las sabias de la tribu, el conocimiento, la inteligencia, la memoria, la historia, los valores, la justicia, quienes sostienen el día a día de la comunidad. La historia de dos niñas a punto de entrar en la adolescencia, en un lugar semiurbano, un barrio popular de las Islas Canarias, la exploración del lugar y los cuerpos, el despertar sexual, la amistad, el deseo, el amor. Panza de burro es la primera novela de la escritora canaria Andrea Abreu (Tenerife, 1995) y ha tenido una repercusión sorprendente en España, tomando en cuenta que se trata de una escritora debutante y de una novela editada en una editorial chica, la andaluza Barrett.

Desesperanza y belleza

El relato, contado en primera persona por Bitch, una de las niñas, acompaña las peripecias diarias de las niñas, entre el ocio de verano y la inquietud, entre la desidia paralizante y a la vez unas ganas enormes de vivir y poseer el mundo. Un mundo que para las niñas, pero también para gran parte de los habitantes del lugar, parece no ser más grande que la isla que habitan. Un mundo encerrado en sí mismo, que gira como en círculos de eterno retorno, lo que genera una sensación de mucha desesperanza y resignación de parte principalmente de los adultos, pero con un grado de amor por esas repeticiones que hacen que se puedan encontrar momentos de vida y belleza dentro de tanta monotonía, en capítulos como el de una fogata gigante organizada por los vecinos o la erupción de un volcán.

Ahí está gran parte del mérito de esta novela, en la conjunción entre monotonía, calor y depresión con ganas de vivir, deseo, alegría y belleza. En ese sentido, que la narradora sea una niña en pleno descubrimiento del mundo, brinda una mirada ingenua que transforma cualquier cosa desagradable, fea o sin gracia en algo hermoso, porque lo que las niñas privilegian por encima de todo, por más que no sean conscientes de ello, es que están vivas. Por eso viven con todo lo que tienen y no están dispuestas a guardar nada. El cuerpo es brindado, explorado y llevado al límite, la naturaleza y los animales están en un mismo nivel que los humanos, la sabiduría viene de los libros y de las personas pero también del clima, las supersticiones y las creencias populares. El universo de Panza de burro no niega nada, es un gran todo donde nada queda afuera y todo interactúa entre sí, generando un ambiente lleno de vida, lo cual se traspasa al relato y la prosa que no es letra muerta sino que vibra, vive.

Para enriquecer ese ambiente, es interesante la radiografía que hace del tiempo y el lugar. El pueblo no es esa homogeneidad artificial de mucha novela actual, sino que la diversidad, la incoherencia y las contradicciones marcan la tónica de la composición del lugar. Un pueblo canario donde la inmigración latinoamericana ha sido fundamental, y donde lo local y lo migrante se han unido en algo nuevo y único. Tradiciones españolas, comidas colombianas, música mexicana o portorriqueña, un habla híbrida y en constante transformación, el cristianismo tradicional y las religiones populares, el merengue, la bachata y la ranchera, las películas españolas y las telenovelas venezolanas, todo forma parte de un universo que tiene mucho más que ver con la composición de las nuevas ciudades, en tiempos de capitalismo y migración, que mucha literatura realista que sigue leyendo la vida en las ciudades con ojos del siglo pasado. Otro punto interesante que enriquece el universo es todo lo relacionado a los consumos del tiempo. La novela está ambientada en los primeros años del siglo actual, y las marcas de época son muchas y variadas, pero al tratarse de un pueblo periférico en términos de centros de poder, todo desde las ciudades va llegando de forma despareja. Es interesante ver cómo el acceso a la tecnología se va dando por partes, y cómo las clases populares tienen otro proceso en ese sentido. Un ejemplo es la forma en que el MSN, el “mésinye” para las niñas, empieza a cambiar la forma de vincularse, y hasta el acceso a un universo más allá de las islas, y cómo la única forma de usarlo es a través de los cibercafé, que se empiezan a transformar en los verdaderos centros de referencia para esas nuevas generaciones. En los cibercafé y no tanto en los centros de estudio o las bibliotecas, esas niñas y sus iguales es que descubren el mundo.

Oralidad vehemente

La principal cualidad de Panza de burro es el uso de la oralidad, pero de una oralidad desbordada que trasciende las reglas y hasta la propia escritura. Se trata de un recurso muy explotado en la literatura latinoamericana principalmente a partir del llamado boom, pero que en las literaturas europeas aún no se había sumergido con tanta vehemencia como en este caso. Autores como Juan Rulfo, Rosario Castellanos, Miguel Ángel Asturias, Clarice Lispector, Luis Rafael Sánchez y quizás más recientemente Fernando Vallejo, Fernanda Melchor, Luis Zapata, Mónica Ojeda, entre otros, han llevado la oralidad a la escritura de un modo absolutamente libre y liberador, han expandido las narrativas, ampliando sus límites. De aquí parece abrevar la autora y no es un hecho menor. Si bien desde por lo menos mitad del siglo pasado, las narrativas latinoamericanas han influido la obra de autores europeos, seguía siendo la tradición europea y norteamericana la fuente principal de alimentación de la narrativa de ese continente. Y de ese modo, siguiendo el rumbo que marca la hegemonía económica y cultural, los autores latinoamericanos durante décadas se han visto marcados por esas narrativas. Al igual que como sucedió recientemente con el pensamiento en torno a los nuevos feminismos, que posicionó a América Latina como el centro neurálgico de las ideas de avanzada en torno a este tema, y generó que las intelectuales tanto de Estados Unidos como de Europa quedaran atrás, debiendo seguir las posiciones de vanguardia marcadas desde Latinoamérica, quizás esta novela dé cuenta de un cambio que podría estarse generando en la nueva literatura española, y es la influencia decisiva de las literaturas latinoamericanas, y a su vez la constatación de que las búsquedas más audaces e interesantes están proviniendo de estos lugares.

Panza de burro es una novela que brinda una bocanada de aire fresco a una literatura española tan inteligente y racional como previsible y tediosa, y en el ida y vuelta con la literatura latinoamericana recupera un diálogo sin jerarquías entre narrativas, fermental, y recuperador de tradiciones que muestran que la literatura latinoamericana es muchísimo más que el boom, la violencia narco o las copias al primer mundo.

PANZA DE BURRO, de Andrea Abreu. Barrett, 2020. Sevilla, 176 págs.

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