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¿Quo vadis, coalición?

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A pesar de algunos perfilismos que ensaya cada tanto Cabildo Abierto, la cohesión de los partidos integrantes de la Coalición Republicana (CR) se mantiene estable, contra los peores -e interesados-pronósticos. A esta altura, pasada la mitad del período de gobierno, empieza a hacerse más frecuente la discusión sobre su futuro electoral. ¿Hay que avanzar un paso más, redactando un programa común? ¿O muchos más aún, propiciando un lema unificado?

Sigo esta polémica con atención. Hace unos días, el editorial principal de El País postulaba que había que ir “juntos pero no entreverados”, argumentando que la cualidad catch all de la actual oferta electoral oficialista se alimenta de la diversidad y, por el contrario, se asfixiaría por un unitarismo artificial. Leonardo Guzmán y Francisco Faig también han escrito en ese sentido, el primero entendiendo que no sería correcto avasallar las tradiciones de los partidos y el segundo promoviendo la diversidad como fortaleza electoral.

Me interesa sumarme al debate desde la perspectiva del ciudadano de a pie, ese que no se identifica con ningún partido y constituye el 20% del electorado que siempre termina definiendo las elecciones, para un lado o para el otro. A lo largo de mi vida cívica me he comportado como un votante estratégico, que decide su voto no por filiación partidaria sino por el análisis profundo de la oferta electoral, sopesando liderazgos, programas y entorno competitivo.

Tiro la bomba: yo voy por el programa común y -por qué no- también por el lema unificado, aún a sabiendas de que en más de un departamento del interior, blancos y colorados tienen más enfrentamientos que coincidencias.

Analicémoslo en distintos ejes.

Desde el punto de vista de la tradición, puede ser que unir partidos que se enfrentaron en la mayor parte del siglo XX resulte incomprensible para quienes se formaron políticamente en ese conflicto. El tema a debatir es cuánto pesa la historia partidaria y cuánto la afinidad ideológica en un país que, lenta pero inexorablemente, se encaminó a un nuevo bipartidismo a partir de la reforma de 1996, instauradora del balotaje.

¿Existe o no un conflicto ideológico entre la CR y el FA? Recientemente, mi amigo Francisco Vernazza ha declarado a este diario que las diferencias no son tales, que la experiencia de la izquierda en el gobierno demuestra la continuidad de las reglas de juego democráticas y de política económica, y que el erizamiento de la contienda es más retórico que otra cosa: “Ahora se tiran con piedras, pero antes se arrancaban los ojos. Son dos automovilistas que se putean de lejos. Se desahogan, pero no se chocan”.

No estoy tan de acuerdo. El discurso opositor de estos tiempos es de una virulencia semejante a la que el Frente agitaba en su época fundacional. Vuelven a hablar como entonces de oligarquía, corrupción, blindaje mediático, acusaciones que no procuran contrastar con el adversario sino lisa y llanamente desacreditarlo.

En tanto, los partidos que integran la CR son afines ideológicamente en su concepción liberal en lo político: la “libertad responsable” promovida por el gobierno en pandemia fue un relevante punto de partida. Y no es casual que haya sido criticada por la oposición en el marco del viejo debate entre libertad e igualdad, un conflicto intelectual que sintetiza en forma contundente la brecha entre las democracias liberales y los colectivismos (de izquierda y derecha, tanto las primeras como los segundos).

Los partidos de la CR también son afines en su vocación republicana: el rechazo al mesianismo de quien se cree propietario del poder. Una disfunción que se hizo evidente hace unos días, cuando el alcalde emepepista de Barros Blancos rechazó la visita de un ministro de Estado, porque este no le había avisado que venía a “su territorio”.

Y en lo que hace a la teoría económica, más allá de que exista un saludable arco que va del fundamentalismo libertario a la moderación socialdemócrata, está claro que los partidos oficialistas se identifican por su confianza en la economía de mercado en oposición al dirigismo estatal, que la intelligentsia frenteamplista aún defiende a capa y espada.

Mi pregunta es: ¿por qué no formular una alianza política a partir de un programa común, que matrice definitivamente estas afinidades, dejando a cada integrante originario en libertad para complementarlo con las medidas y énfasis que entienda oportunos?

Y si Cabildo Abierto no quiere integrarla, ¿cuál es el problema? ¿Realmente tiene potencial para superar a los demás partidos de la CR sumados? ¿Qué importa que se aparte antes, si está claro adónde se inclinará en el balotaje? Podría ser hasta mejor, pensando en los viejos términos del espectro ideológico: un partido minoritario a la derecha, el Frente a la izquierda y nuestra alianza en el centro, que es el posicionamiento político que tradicionalmente más ha identificado a las mayorías nacionales.

Asumo que es una idea polémica, pero vale la pena discutirla, ¿no?

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Álvaro Ahunchain

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