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Las huellas de los perros

En “Perros e Hijos de Perra” Arturo Pérez Reverte muestra una faceta distinta. El Académico de la Real Academia Española, escritor de libros formidables como El Asedio u Hombres Buenos, realiza relatos cortos de la vida de perros famosos.

Como el de “Jemmy” y “Boxer”, mascotas del regimiento de húsares británicos. Acompañaron la famosa carga de la Brigada Ligera en el Valle de la Muerte en la guerra de Crimea el 25 de octubre de 1854. En esa carga a caballo de un kilómetro y medio contra una batería rusa participaron 666 hombres y estos dos perros. Volvieron sólo 395 (muchos de ellos heridos).

Cuando se formaron para cargar, Jemmy y Boxer se ubicaron al costado de los caballos como lo hacían en desfiles y marchas. Los soldados les gritaron que se marcharan pero no atendieron la orden. Recorrieron el kilómetro y medio de ida y de vuelta junto al regimiento entre la metralla y el fuego de los cañones rusos.

Cervantes, en cita que hace Pérez Reverte, escribió que “Ha habido perros tan agradecidos que han estado sobre las sepulturas dónde estaban enterrados sus señores, sin apartarse de ellas, sin comer, hasta que se les acababa la vida“.

En la casa de mi madre hay un cartel que dice: “Los perros dejan huellas en tu corazón”.

Desde que tengo recuerdo compartí la vida con canes. Cuando niño con “Simón”, un cocker spaniel blanco y marrón que seguía a mi madre por toda la casa. Cuando ella salía se sentaba detrás de la puerta. No se movía hasta que volvía.

En Durazno teníamos tres galgos de nombre “Gurí”, “Charol” y “Garrincha”. Gurí, amarillo con cuello blanco, era más grande y lento que los otros dos de pelo negro. Pero era el que mandaba. Cuando saltaba una liebre Charol y Garrincha hacían el desgaste. Gurí los seguía a distancia mientras la liebre realizaba quiebres y cambios de dirección. Cuando la alcanzaban los veloces llegaba Gurí y los otros se apartaban.

Luego llegó “Rabito” un perrito que recogimos en la calle. Creímos que era cachorro por su tamaño y enormes ojos negros. En realidad ya tenía 10 años y era sólo pequeño de físico.

“Pancho” fue un Airedale Terrier amigable y familiero. Gran cazador, mantenía a los depredadores alejados del gallinero y las casas.

Compartí quince años con dos amigos de veras: “Lucas” y “Camila”. El primero un enorme labrador rubio, inquieto pero obediente. Camila, de pelo negro, tranquila y guardiana.

Con ellos corría en las mañanas por el parque.

Por las noches Lucas se iba de farra por el barrio. Un gran atleta, no parecía haber cerco que lo parara. Me preocupé hasta que me di cuenta que siempre volvía. El tipo solo quería disfrutar un poco de la libertad.

Una madrugada me tocaron el timbre para avisar que estaba muriéndose en la puerta, en medio de un gran charco de sangre. Lo curé como pude y llevé al veterinario. Este me dijo que se debía haber peleado con varios perros y era muy difícil que se salvara. Lo dejé tendido en una camilla, con suero, peleando por su vida.

Volví a la mañana siguiente.

La veterinaria tenía un ventanal al frente. Detrás de él, tendido sobre la camilla, estaba Lucas. Apenas me vio empezó a mover la cola, con no poca dificultad y dolor, golpeándola contra la camilla. Su mirada decía todo.

Se salvó y volvimos a correr por las mañanas.

A los 15 años murieron. Primero se fue Camila, con la misma tranquilidad con que vivió. Se acostó a dormir y no despertó. La envolvimos en una sábana vieja y enterramos frente a un enorme eucalipto. Lucas vino con nosotros quizás sin entender lo que estaba pasando.

Tenía dificultad para moverse por lo que ya no corríamos sino que caminábamos. Cuando pasábamos frente al eucalipto donde habíamos enterrado a Camila se detenía y olfateaba.

Al mes y medio, ya casi ciego, llegó el final de sus días. Quince años de vida compartida.

Lo enterramos debajo del mismo eucalipto, al lado de Camila.

Ahora comparto la vida con “Lola” y “Ramón”. Lola es una perrita que dejaron abandonada, casi muerta de hambre, y que recogimos. No es linda pero su inteligencia y lo cariñosa que es la transforman en la mejor.

Ramón es un un enorme labrador rubio que piensa que su misión en la vida es comer, dejar sus huellas en sillones y almohadones y mover la cola.

Cuando salgo con ellos por las mañanas recuerdo el eucalipto donde enterramos a Lucas y Camila.

Es que los perros dejan huellas en el corazón.

Por todo esto no entiendo el decreto del Gobierno que nos obliga a castrar nuestros perros. Dicen que es por las jaurías que andan en campaña matando animales. Si ese es el motivo debieran castrar a esos y no a los que viven con nosotros en nuestros hogares.

También preguntarse qué es lo que está pasando con los zorros que liquidan miles de corderos por año. Es una especie protegida dicen y no se puede perseguir.

¿A esos no los chipean y castran?

Como siempre regulamos y establecemos obligaciones para los que cumplen con las normas. Es más fácil de controlar. Eso sí, no solucionamos el problema y las jaurías y zorros siguen depredando.

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Pedro Bordaberry

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