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La China de Xi

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La política china no está guiada por un cálculo de la conveniencia coyuntural, sino por la creencia profunda en fuerzas subyacentes que guían el cambio histórico y que inevitablemente impulsan al país. Así lo deja claro la Revista Foreign Affairs en su número de fin de año y varios artículos de The Economist en los últimos meses, en donde se analiza al líder chino Xi Jinping.

Desde la muerte de Mao, el Partido Comunista chino había evitado crear un nuevo líder todopoderoso, que domine el sistema político y que se perpetúe en el poder. En sus dos últimos congresos las cosas cambiaron: primero en 2017, cuando el pensamiento de Xi queda inscripto en los estatutos del Partido y luego en 2022, cuando se elimina el tope de edad para que el mandato sea vitalicio. El ascenso de Xi en el poder es el retorno a China de un líder absoluto como Mao, pero más complejo al combinar pureza ideológica con pragmatismo tecnócrata.

Xi tiene 69 años y está destinado a gobernar China hasta sus últimos días. Su padre murió a los 89 y su madre vive con 96 años. Si la longevidad de sus progenitores se toma como referencia, hay Xi para rato al frente de China.

Las publicaciones de Xi sobre su ideología son bastante más extensas que las de todos sus antecesores desde Mao. Inspirado en el materialismo histórico y dialéctico, Xi cree en el determinismo del éxito del modelo chino y en el conflicto. Tanto en el conflicto interno contra las fuerzas reaccionarias -sector privado, organizaciones civiles y religiosas-, como en el conflicto externo contra Occidente. Xi ha comunicado al Partido con total claridad que China es ahora más poderosa que nunca y que intentará usar ese poder para imponerse.

El talón de Aquiles de Xi es la economía. La actividad económica se está enfriando, como muestran tanto el PIB como los indicadores adelantados de producción industrial y de servicios. El control estricto del Partido Comunista sobre el sector privado y la búsqueda permanente de la redistribución, hacen difícil que el crecimiento retorne a las tasas prepandemia. El creciente riesgo político -campaña anticorrupción sin garantías, arbitrariedades judiciales y presiones para favores políticos- afecta a la inversión privada. A lo anterior se le suman debilidades estructurales como el envejecimiento de la población, la baja productividad y el elevado endeudamiento.

A pesar de ello, Xi tiene confianza en una nueva generación nacionalista de elites educadas en China, que asume posiciones relevantes y que se ven a sí mismos como la vanguardia de la revolución. Además, cuenta con tecnologías de vigilancia que le permiten controlar el disenso de formas nunca imaginadas.

En palabras de Xi: “la disolución de un régimen comienza por el área ideológica”. No por casualidad, en 2019, lanzó una amplia campaña de divulgación ideología que decía “no se olviden de propósito original del partido, tengan siempre presente nuestra misión”, con el objetivo de adoctrinar a los miembros del Partido.

Las ideas de Xi tienen un profundo impacto en el contenido de las políticas públicas en China, así como en su política exterior. Los pronunciamientos de Xi definen la forma como el Partido y sus 100 millones de afiliados entienden al país y su rol en el mundo. Ellos se toman en serio los textos de Xi, el resto del mundo también debería hacerlo.

“China cambió mucho con Xi”, me decía hace unos meses atrás en Sídney el ex primer ministro australiano John Howard, quien firmara el TLC entre Australia y China.

Por algo me lo habrá dicho.

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Ignacio Munyo

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