Redacción El País
La higiene personal es clave en todas las etapas de la vida, pero en la vejez requiere ciertas adaptaciones. A medida que envejecemos, el cuerpo cambia: la piel se vuelve más fina, pierde aceites naturales y se reseca con mayor facilidad. Por eso, para las personas mayores de 60 años no siempre es necesario bañarse todos los días, como se suele recomendar en la adultez.
Una rutina de dos o tres baños por semana suele ser suficiente para mantener una buena higiene sin dañar la piel. Bañarse con más frecuencia de la necesaria puede provocar picazón, enrojecimiento, descamación y hasta microlesiones cutáneas, que aumentan el riesgo de infecciones. Además, en los días en que no se realiza un baño completo, es importante reforzar el aseo por zonas, especialmente en axilas, genitales, pies y pliegues de la piel, para mantener el confort y prevenir olores.
Factores que modifican la rutina
Por supuesto, la frecuencia del baño puede variar según las circunstancias personales. En casos de incontinencia, sudoración excesiva, exposición al calor o afecciones dermatológicas, puede ser necesario asearse con mayor regularidad. Lo importante es que estos cambios se hagan con la orientación de un profesional de la salud, como un médico geriatra o un enfermero especializado.
También deben tenerse en cuenta factores como la movilidad, el equilibrio y la autonomía del adulto mayor. Para quienes presentan dificultades físicas, los baños diarios pueden convertirse en una situación de riesgo.
Cuidar la piel en cada baño
A la hora del baño, se aconseja usar agua tibia —nunca caliente—, limitar el tiempo a no más de 10 minutos y optar por jabones neutros o suaves, sin perfumes. Al salir de la ducha, conviene secar el cuerpo con una toalla suave, a toques, sin frotar, y aplicar una crema humectante en todo el cuerpo para conservar la hidratación.
Cómo prevenir accidentes en el baño
El momento del baño puede representar un riesgo importante para los adultos mayores, sobre todo si hay problemas de equilibrio o debilidad muscular. Para prevenir caídas y golpes, es fundamental adaptar el entorno del baño:
- Colocar barras de apoyo antideslizantes en la ducha y cerca del inodoro.
- Usar alfombras antideslizantes en el piso.
- Asegurar una buena iluminación, tanto en el baño como en el trayecto.
- Regular la temperatura del agua antes de entrar.
- Tener todos los elementos de higiene al alcance de la mano.
- En caso de dependencia, contar con la asistencia de un familiar o cuidador capacitado.
También puede ser útil instalar un asiento especial o banquito de baño, sobre todo si hay dificultad para mantenerse de pie por mucho tiempo.
Más allá del baño: otras pautas de higiene
La limpieza diaria no se reduce solo a bañarse. Hay otras rutinas que también aportan al bienestar de las personas mayores:
- Cambiar la ropa interior y las prendas de vestir todos los días. Lo ideal es usar ropa cómoda, preferentemente de algodón.
- Mantener las uñas de manos y pies limpias y cortas.
- Cepillarse los dientes —o higienizar las prótesis dentales— al menos dos veces por día.
- Limpiar con cuidado orejas, nariz y ojos, sin usar elementos punzantes ni productos irritantes.
En definitiva, la higiene en la vejez debe adaptarse a cada persona. Bañarse con menos frecuencia no es sinónimo de descuido, sino de cuidado inteligente. Ajustar las rutinas es parte de acompañar el envejecimiento con salud, dignidad y calidad de vida.