Redacción El País
Durante años, se instaló la idea de que un bebé “bueno” es aquel que duerme sin interrupciones y de forma independiente, algo que dio pie a toda una industria dedicada al entrenamiento del sueño. Sin embargo, las prácticas familiares en torno al colecho son mucho más diversas y, según una nueva investigación, también bastante menos problemáticas de lo que se cree.
Un hábito histórico que sigue generando debate
Dormir con los hijos —el clásico “compartir la cama”— fue la norma durante siglos y aún es lo habitual en muchas culturas. Pero, pese a su larga tradición, continúa siendo un tema polémico. Mientras algunas guías médicas insisten en los riesgos cuando se practica antes de los seis meses, otros trabajos subrayan los posibles beneficios para el bienestar infantil.
Ahora, un estudio liderado por la psicóloga Ayten Bilgin, catedrática de la Universidad de Essex, arroja luz sobre este punto. El análisis indica que compartir la cama con un bebé no se relaciona con problemas emocionales ni de conducta a largo plazo. Según la investigadora, cuando el colecho se practica con seguridad, no debería ser motivo de preocupación para las familias.
La mirada amplia del trabajo permite contraponer creencias instaladas en torno a la autonomía y al sueño infantil, mostrando que el colecho puede integrarse en diversas dinámicas familiares sin consecuencias negativas.
Un estudio masivo con 16.599 niños
La investigación tomó datos del Millennium Cohort Study, que siguió a 16.599 niños del Reino Unido desde los 9 meses hasta los 11 años. Se trata de una muestra representativa de distintas realidades étnicas y socioeconómicas, lo que aporta robustez estadística.
Los padres informaron si practicaban colecho cuando sus hijos tenían 9 meses y, en distintos momentos, reportaron síntomas de internalización (como ansiedad o depresión infantil) y de externalización (agresión, hiperactividad). Estas mediciones se realizaron a los 3, 5, 7 y 11 años.
El análisis permitió identificar cuatro trayectorias de desarrollo: una mayoría con niveles bajos de dificultades, otros grupos con síntomas moderados que disminuyeron con el tiempo y un pequeño porcentaje con síntomas persistentes. Sin embargo, el dato clave es que no se encontró relación entre dormir con los padres y pertenecer a uno u otro grupo. Es decir, el sueño compartido no influye en el desarrollo de estos problemas.
Este hallazgo derriba uno de los mitos más extendidos sobre el colecho: que incrementaría los desafíos emocionales o conductuales en la infancia.
El colecho no es el problema: importan otros factores
El estudio también identificó condiciones asociadas tanto al colecho como a las trayectorias de síntomas: la angustia materna, el nivel educativo de los padres, la lactancia prolongada y la frecuencia de despertares nocturnos. Estos factores, más vinculados al contexto familiar, parecen explicar mejor los comportamientos observados que el acto de compartir la cama.
Para Bilgin, este dato debería llevar tranquilidad a quienes se sienten juzgados por practicar colecho o lo hacen por necesidad, especialmente en los meses más demandantes. La investigadora señala que “es probable que compartir la cama no afecte el desarrollo emocional y conductual de un niño”, en línea con otro estudio suyo que ya había mostrado que esta práctica no interfiere con la conformación de un apego seguro.
Una práctica funcional para muchas familias
El análisis histórico incluido en la publicación recuerda que hasta el siglo XIX dormir en contacto estrecho era común en el Reino Unido. La Revolución Industrial, con nuevas rutinas laborales y mayor énfasis en la independencia, instaló la idea de que un bebé debía dormir solo para fomentar su autonomía.
Hoy, a pesar de las recomendaciones divididas, millones de familias siguen optando por compartir la cama. Para muchas, no es una filosofía de crianza sino una forma realista de transitar noches con múltiples despertares, cuidando tanto el descanso del niño como el de los adultos.
Aunque los profesionales continúan insistiendo en las medidas de seguridad necesarias para practicar el colecho —superficie firme, ausencia de almohadas grandes, evitar ambientes de riesgo—, la investigación de Bilgin es contundente: acompañar a los hijos a dormir no perjudica su desarrollo psicológico y, en algunos casos, puede favorecer la regulación emocional y fortalecer el vínculo afectivo.
En base a El Tiempo/GDA
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