Redacción El País
En la vida cotidiana, los conflictos son inevitables. No importa cuán tranquilo sea el carácter de una persona, en algún momento se enfrentará a una charla incómoda o a una discusión con su pareja, un amigo, un compañero de laburo o alguien de la familia. Aunque suelen evitarse, estos intercambios son fundamentales para construir vínculos sanos y duraderos.
Sin embargo, hay personas que le tienen un miedo enorme a la confrontación. Para ellas, cualquier situación tensa les genera un nivel alto de ansiedad, y su forma de manejarlo suele ser el silencio. Callan, ceden, esquivan, aunque eso les cueste su propio bienestar emocional.
La necesidad de evitar el malestar
Según los especialistas, hay muchas razones por las que alguien puede tenerle fobia a los conflictos. Algunas personas son naturalmente poco confrontativas y valoran mucho la armonía. Buscan mantener la calma a toda costa, incluso si eso implica renunciar a sus opiniones o deseos.
Otras crecieron en ambientes en los que cada discusión terminaba mal: gritos, violencia o rupturas emocionales. En esos casos, el miedo no es solo al conflicto en sí, sino a lo que puede traer consigo. Para estas personas, evitar confrontar es un mecanismo de defensa que aprendieron para no salir lastimadas.
También puede haber temor a perder el control de lo que uno dice, a herir a alguien querido o a poner en peligro un vínculo importante. A esto se suma el miedo a decepcionar a los demás, algo muy presente en personas que buscan aprobación constante o que lidian con inseguridades profundas. En quienes tienen fobia social o baja autoestima, el simple hecho de imaginarse siendo juzgados ya les resulta paralizante.
Conductas que se repiten
Las personas que temen al conflicto suelen compartir ciertos comportamientos. Suelen esquivar las situaciones incómodas, no dicen lo que realmente piensan o sienten, y muchas veces terminan cediendo, incluso cuando no están de acuerdo. Esta actitud sostenida en el tiempo genera frustración, desgaste emocional, pérdida de identidad y, en algunos casos, síntomas físicos como dolores musculares, problemas digestivos, fatiga o señales de ansiedad y depresión.

¿Cómo se puede cambiar?
Superar el miedo al conflicto no es fácil, pero es posible. El primer paso es identificar los pensamientos que alimentan ese temor. Muchas veces son ideas exageradas, suposiciones erradas o recuerdos del pasado que ya no aplican al presente.
También es clave aprender a comunicarse de manera asertiva: decir lo que uno siente o necesita sin agredir ni dejarse pisar. Esta habilidad no es innata, pero se puede desarrollar con práctica, empezando por situaciones más simples y de bajo riesgo emocional.
Por otro lado, entrenar la tolerancia a la incomodidad es fundamental. Los conflictos no son agradables, pero evitarlos siempre solo refuerza la idea de que no se pueden afrontar. Herramientas como la meditación, la respiración consciente o técnicas de relajación pueden ser aliadas valiosas en este proceso.
Aceptar que los conflictos forman parte de toda relación humana es un paso clave. Y si la angustia es muy grande o las dificultades persisten, pedir ayuda profesional puede hacer la diferencia. Un psicólogo o terapeuta puede acompañar a la persona en la exploración de sus miedos, brindarle contención y enseñarle estrategias para relacionarse con más confianza y autenticidad.