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Lo que el mercado no debería estar separando

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THOMAS L. FRIEDMAN(*)

Analista

Al revisar el nuevo libro del filósofo Michael Sandel, What Money Can`t Buy: The Moral Limits of Markets" ("Lo que el dinero no puede comprar. Los límites morales de los mercados"), me di cuenta de que, una y otra vez, daba vuelta a las páginas diciendo: "No tenía ni idea".

No tenía ni idea de que en 2000, "un cohete ruso con un gigantesco logotipo de Pizza Hut transportó publicidad al espacio exterior", o que en 2001, la novelista Fay Weldon escribió un libro que la compañía de alhajas Bulgari le comisionó y que, a cambio, como pago, "la autora acordó mencionar la joyería Bulgari en la novela al menos una docena de veces". No tenía ni idea de que en 2001 una escuela primaria en Nueva Jersey, "a cambio de un donativo de 100 mil dólares de un supermercado local, le cambió el nombre al gimnasio por el de "Centro ShopRite de Brooklawn`". Un bachillerato en Newburyport, Massachusetts, ofreció los derechos para nombrar a la oficina del director por 10 mil dólares. Para 2011, siete estados habían aprobado la publicidad en los ómnibus escolares.

Aisladamente, esta invasión comercial es bastante inocua. Sin embargo, Sandel la ve como una tendencia negativa: "En las últimas tres décadas, hemos ido a la deriva, de tener una economía de mercado a convertirnos en una sociedad de mercado. Una economía de mercado es una herramienta -valiosa y efectiva- para organizar la actividad productiva. Sin embargo, una `sociedad de mercado` es un lugar donde todo está a la venta. Es una forma de vida donde los valores del mercado rigen en cada esfera de la vida".

¿Por qué preocuparse? Porque, argumenta Sandel, los valores del mercado están desplazando las prácticas cívicas. Cuando las escuelas públicas están cubiertas con publicidad comercial, enseñan a los alumnos a ser consumidores en lugar de ciudadanos. Cuando subcontratamos la guerra a contratistas militares privados, y cuando tenemos filas separadas y más cortas en controles de seguridad aeroportuaria para quienes pueden pagar, el resultado es que los ricos y los pobres viven vidas cada vez más separadas, y se erosionan las instituciones para la interacción de las clases y los espacios públicos que forjan un sentido de experiencia común y de ciudadanía compartida.

Este alcance de los mercados en cada aspecto de la vida fue, en parte, el resultado del final de la guerra fría, argumenta, cuando la victoria de Estados Unidos se interpretó como una victoria de los mercados sin restricciones y con ello impulsaron la noción de que los mercados son los instrumentos primarios para lograr el bien público. También fue resultado de que los estadounidenses querían más servicios públicos que no estaban dispuestos a pagar con más impuestos. Las corporaciones llenaran el hueco con gimnasios escolares auspiciados por ShopRite.

En 1965, los mejores lugares en un estadio costaban tres dólares, y las gradas al sol, 1,50 dólares. Hoy no sólo la mayoría de los estadios tienen nombres de corporaciones, sino que los adinerados van a palcos que cuestan decenas de miles de dólares la temporada, y la plebe se queda afuera bajo la lluvia.

Estamos perdiendo lugares e instituciones que solían reunir a las diferentes clases sociales. Sandel llama a esto "la plateaficación de la vida estadounidense" y es inquietante. A menos que los ricos y los pobres se encuentren unos a otros en la vida cotidiana, es difícil pensar que participemos en un proyecto común. En un momento en el que para arreglar a nuestra sociedad tenemos que juntos hacer cosas grandes, difíciles, la mercadización de la vida pública se vuelve otra cosa más que nos separa. "El gran debate ausente en la política contemporánea", escribe Sandel, "se trata de la función y el alcance de los mercados". Deberíamos preguntarnos dónde sirven los mercados al bien público y dónde no encajan, argumenta. Y deberíamos preguntarnos cómo reconstruir las instituciones para la interacción de las clases.

"La democracia no exige una igualdad perfecta", concluye, "pero sí exige que los ciudadanos compartan una vida en común. Ya que es la forma en la que aprendemos a negociar y tolerar nuestras diferencias, y en la que llegamos a que nos importe el bien común".

(*)Friedman ganó tres veces el premio Pulitzer, lo que es un mérito grande. Publica dos columnas por semana en el New York Times, lo que tampoco está mal. Autor de varios libros, muchos disponibles en español (entre ellos, El mundo es plano), en sus textos predica una nueva forma de democracia en tiempos globalizados. En este texto, publicado por el Times, analiza a una sociedad estadounidense que dejó de lado algunos principios en nombre del libre mercado.

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