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A los pobres les gusta gravar a los ricos menos de lo que se cree

| Esta aparente paradoja está basada en la "aversión al último lugar", a nadie le gusta estar en el piso de la distribución

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En el clásico western "La Diligencia", un banquero villano con una bolsa de dinero mal habido en su falda se muestra impaciente por el estado de la economía norteamericana: "Nuestra deuda nacional es algo asombroso", se queja. Ese año la deuda pública de Estados Unidos estaba justo por encima de dos quintos del PIB. Este año, estima el FMI, va a ser superior a 98%, aumentando a más de 102% en 2012. Si todavía estuviera en la vuelta, el inescrupuloso banquero tendría problemas para expresar su indignación, aunque podría encontrar consuelo en el hecho de que el acuerdo de Estados Unidos del 2 de agosto para aumentar el techo de la deuda prevé 2,4 billones de dólares en recortes del gasto pero ningún aumento de impuestos. Esto resulta extraño a muchos, tanto afuera de los Estados Unidos como adentro. Un congresista demócrata llamó al acuerdo de deuda un "bocadito satánico, pero con cobertura dulce".

Sin embargo, refleja vagamente diferencias de larga data entre las actitudes frente a los impuestos de Estados Unidos y las de gran parte del resto del mundo rico. Estados Unidos es mucho menos proclive que muchos de sus pares del mundo rico a usar los impuestos y la redistribución para reducir la desigualdad. La OCDE estima que los impuestos se llevan un poco menos del 30% de la compensación total promedio estadounidense, comparado con cerca del 50% en Alemania y Francia. La tasa más alta de impuesto federal a los ingresos, 35%, es más baja que en muchas otras economías avanzadas (aunque la mayoría de los estadounidenses también pagan impuestos estaduales). La tasa más alta de Gran Bretaña es 50%. Los suecos y daneses aceptan tasas impositivas que pondrían furiosos a muchos americanos: la tasa más alta sueca es 57% y la de Dinamarca es 55%. Como es de esperar, el Estado norteamericano es también menos generoso con los pobres. Los beneficios por desempleo en los Estados Unidos reponen una porción más chica del ingreso, y se terminan más rápido, que en la mayoría de los países europeos.

Las diferencias de actitud frente a los impuestos redistributivos no son solamente entre países sino también dentro de ellos, y los economistas tienen varias explicaciones para ello. Cuando se trata de diferencias entre países, la cohesión social juega un papel importante. En términos generales, los países que son más homogéneos étnica o racialmente están más cómodos con la idea del Estado ocupándose de mitigar la inequidad transfiriendo algunos recursos de los ricos hacia los pobres a través del sistema fiscal. Esto podría explicar por qué los suecos se quejan menos sobre los impuestos altos que los habitantes de un país de inmigrantes como Estados Unidos. Pero también sugiere que incluso sociedades con una tradición de impuestos altos (como las escandinavas) pueden encontrarse con que sus ciudadanos podrían estar menos deseosos de financiar programas de bienestar social generosos si una porción mayor de su población fuera de inmigrantes. La inmigración también puede alterar sutilmente la actitud general hacia esas cuestiones de otra manera. Un estudio de 2008 realizado por economistas de Harvard encontró evidencia de que las actitudes de los inmigrantes frente a los impuestos y la redistribución tienen sus raíces en los lugares que dejaron atrás.

Las divisiones sociales también tienen un papel en determinar quién dentro de una sociedad prefiere mayores impuestos redistributivos. En Estados Unidos los negros -que es más probable que se beneficien de los programas de asistencia social que los blancos ricos- tienen una disposición mucho más favorable hacia la redistribución a través del sistema fiscal que los blancos. Un estudio de 2001 observó información de más de 20 años de la Encuesta Social General de Estados Unidos y encontró que mientras el 47% de los negros consideraba que el gasto social era muy bajo, solo el 16% de los blancos creía eso. Solo un cuarto de los negros creía que era muy alto, comparado con el 55% de los blancos. En general (aunque no siempre), aquellos que se identifican con un grupo que se beneficia de la redistribución parecen querer más de ella.

Paradójicamente, cuando la porción de población que recibe beneficios en una cierta área aumenta, el apoyo a la beneficencia social cae. Un nuevo trabajo del National Bureau of Economic Research (NBER) encuentra evidencia de una hipótesis aún más interesante y provocativa. Sus autores señalan que quienes están cerca, pero no al final, de la distribución del ingreso en general son profundamente ambivalentes acerca de una mayor redistribución.

Los economistas por lo general han explicado el desdén contra-intuitivo de las personas pobres por algo que les podría mejorar sus vidas invocando movilidad en el ingreso. José el plomero puede no estar ganando suficiente como para verse afectado por las alzas propuestas en las tasas de impuestos para aquellos que ganan más de 250.000 dólares al año, sostienen, pero espera algún día ser uno de ellos. Esta teoría explica algunas diferencias entre países, pero también predice un apoyo mayor para la redistribución cuando las desigualdades en el ingreso se ensanchan. Sin embargo lo opuesto ha ocurrido en Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países ricos donde la desigualdad ha crecido en los últimos 30 años.

AVERSIÓN. En vez de oponerse a la redistribución porque las personas esperan alcanzar la cima de la escalera económica, los autores del nuevo trabajo sostienen que a las personas no les gusta estar en el piso de la distribución. Una consecuencia paradójica de esta "aversión al último lugar" es que alguna gente pobre puede oponerse a gritos al tipo de políticas que en realidad aumentaría su propio ingreso un poco pero que podría incluso también empujar a los más pobres que ellos a una posición comparable o más alta. Los autores realizaron una serie de experimentos donde a los estudiantes se les asignaba al azar cierta cantidad de dinero, separados por $ 1, y se les informaba sobre la "distribución del ingreso" resultante. Luego se les daban otros $ 2, los que podrían darle a las personas directamente arriba o debajo de ellos en la distribución.

Consistente con la noción de "aversión al último lugar", las personas que estaban un lugar por encima del último eran las que tenían una mayor probabilidad de dar el dinero a la persona que estaba por encima de ellos: pagándole al "rico" pero asegurándose que alguien permanecía más pobre que ellos. Los que no corrían el riesgo de convertirse en los más pobres no parecían preocuparse tanto por caer un poco en la distribución del ingreso. Esta idea está respaldada por información de encuestas en Estados Unidos realizadas por Pew, una compañía encuestadora: aquellos que ganaban justo un poco más que el salario mínimo eran los más resistentes a incrementarlo.

La pobreza puede ser deprimente, pero poder sentirse un poco mejor que alguien la vuelve un poco más tolerable.

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