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Fotógrafo errante

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LOS JÓVENES universitarios europeos siempre aspiran a realizar Interrail alguna vez en su vida. Este es un convenio de ferrocarriles europeos que permite recorrer con un único boleto todo el continente. Es un viaje de mochila, comida barata y hostales para visitar algunas de las capitales más importantes de Europa. Pero también es recorrer a la manera antigua, conocer los alrededores, los lugares perdidos y el país a través de sus verdaderas arterias, la red de vías que lo dividen. Ser viajero y no turista.

Como si fuera uno de esos jóvenes en busca del pasado errante, el libro Europa, del fotógrafo francés Bernard Plossu, es un viaje en tren con paradas espirituales más que geográficas, ya que no se organiza según el mapa sino según una temática íntima y difícilmente catalogable. Puertos y barcos desde Lisboa al Canal de La Mancha o Amberes que no son fotos de barcos, son el olor al puerto, el viento del barco… Restaurantes y cafés desde Bruselas, Londres a Polonia. En resumen, sensaciones que por su cotidianeidad solo son perceptibles para aquel que se alejó durante un tiempo. Según Plossu, "viajar no es cruzar fronteras sino cambiar de olor".

Naturaleza y cine. Bernard Plossu nació en 1945 en Dalat, una colonia francesa al sur de Vietnam. Su relación con la fotografía, como con los viajes, empezó pronto. A los 13 años le regalaron una cámara Brownie Flash y viajó con su padre desde Francia al Sahara, donde quedó fascinado por los desiertos. Ese primer contacto con la naturaleza fue determinante, convirtiéndose desde entonces en uno de los temas con más presencia a lo largo de toda su carrera.

Aunque ha sido relacionado con la ecología, e incluso con el movimiento beatnik, es quizás entre los fotógrafos españoles donde más ha calado su mirada poética (como destacaba Rafael Doctor en la presentación de otro de sus libros, Forget me not). En él, sin embargo, la mayor influencia no proviene de la foto fija sino del cine, de las películas de la Nouvelle Vague que veía en la Filmoteca en el París de principios de los sesenta. Como los directores de esta corriente cinematográfica, Plossu usa la fotografía como herramienta de autoconocimiento y de exploración de la realidad más allá de lo que aparece en el cuadro. Además, las cámaras, el lenguaje propio y los instrumentos de bajo costo serán también elementos característicos de su obra.

El primer gran viaje fue a México en 1965, donde tomó las instantáneas para su primer libro, Le Voyage Mexicain. A partir de entonces su movimiento es continuo: África, Estados Unidos, Nuevo México, India, el Mediterráneo español -con una etapa de asentamiento en Almería, ciudad de la familia de su esposa, la fotógrafa Francoise Núñez- y de vuelta a sus orígenes en el sur de Francia. Durante su viaje a la India en 1970 crea las "series subanalistas", denominadas así por ser banales escenas populares y, al mismo tiempo, surrealistas. En 1978 nace su hijo, que se convierte en protagonista de sus imágenes, y diez años después Plossu recibe el Premio Nacional de Fotografía de Francia.

POÉTICA. En sus imágenes no ocurre nada extraordinario, no muestran el "instante decisivo", ni lo que va antes o después de este; sino los "momentos hechos de nada", como señalaba el poeta Juan Manuel Bonet. Es un recuerdo del día a día, de las cosas mínimas que van tejiendo la historia común de una ciudad y sus habitantes.

Al sacarlas de su contexto, estas fotografías producen una fuerte sensación poética. En Plossu, además de lo artístico de la composición y el ojo del fotógrafo, la poética se apoya en elementos técnicos: el blanco y negro, el formato pequeño y la calidad deliberadamente imperfecta.

El artista siempre utilizó cámaras que él llamaba "de juguete", desechables y pequeñas cámaras como la Instamatic o Brownie Flash; además, trabaja con un lente fijo de 50 mm y una película de 400 ASA. Nunca tuvo una Leica porque, según él afirma, siempre prefirió "usar ese dinero para viajar". Durante una época también fue conocido por emplear el proceso fresson. Esta técnica de impresión tiene su origen en Francia a fines del siglo XX y fue muy usado por los pictorialistas. En los años 70 se puso nuevamente de moda por su durabilidad y conservación, y porque provoca un mayor dramatismo al crear más contraste y tonos saturados.

DESIERTOS místicos. En cuanto al tamaño, Plossu prefiere los cuadros pequeños; sus desiertos, mares y trenes caben en el tamaño de una tarjeta de visita: "Frente a una geografía sin límites solo cabía hacer fotos pequeñas, de tamaño casi diminuto, 11.4 por 7.6 cm. Una dimensión perfecta: los inmensos espacios así condensados llaman a la reflexión. (…). Yo los desiertos los tengo en blanco y negro en la cabeza." Manuel Arce, poeta y autor de un ensayo incluido en el libro Europa, reconoce en la concepción de Plossu de esta inmensidad natural "algo de geografía mística, en la que adquiere conciencia de estar habitando un mundo con significado".

Aunque los negros y blancos en los que el francés dice ver los desiertos quizás deberían leerse como "grises". La gran variedad tonal, de brillos y contrastes, silueteados y sombras, es donde reside la maestría de su foto. Iniciado en el color, lo abandona por completo en 1975 durante un viaje a Níger con la intención de distanciarse de la fotografía comercial. También rechaza la visión de la fotografía como pintura, y la define como "emulsions d`émotions" para colocarla directamente junto a la poesía y el diario de viaje.

Sus escenarios emocionales toman sentido completo en sus imágenes nocturnas, donde Plossu declara encontrar una especial seducción conceptual. En ellas, no importa incluso que el objeto fotografiado esté fuera de foco o incluso movido. "La noche -como afirmaba Brassa- sugiere, no enseña".

EUROPA, Bernard Plossu. Fundación Santander 2016 y La Fábrica, 2010. Madrid, S/N. Distribuye Océano.

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