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El movimiento de lo invisible

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María Sánchez

A CUALQUIER persona se le ha roto alguna vez un vaso: se puede recordar el vaso aún con el líquido dentro, el momento y la causa por la que cae, y también el resultado, el charco mojado y el cristal roto. Pero el proceso, el movimiento de las piezas disparadas, es siempre un espectáculo ajeno y oculto.

Con cara de no haber roto un plato -aunque sí el resto de la cristalería- Harold Edgerton (1903-1990), científico y fotógrafo estadounidense, dedicó su carrera al estudio del movimiento y es considerado uno de los pioneros de la fotografía científica. Sus imágenes abarcaron disciplinas tan diversas como la biología, la física nuclear o la arqueología submarina. Ingeniero eléctrico, profesor, investigador, fotógrafo e inventor -con más de 40 patentes registradas-, Edgerton fue un hombre forjado al estilo renacentista.

PHotoEspaña 2010 -uno de los más importantes festivales de fotografía actuales- estuvo dedicado al tema "Tiempo". En su colaboración con el certamen, la Fundación BBVA presentó en Madrid la muestra "Anatomía del movimiento. Fotografías de Harold Edgerton", comisariada por Sérgio Mah y José Gómez Isla. Con casi un centenar de imágenes, esta fue la primera exposición del artista que llega a España y una de las mayores fuera de Estados Unidos.

PRIMEROS PASOS. Harold Eugene Edgerton nació en 1903 en Freemont, Nebraska. Sus primeras investigaciones con el bromuro de plata empezaron como un juego infantil; fue de la mano de un tío de Iowa. Pronto, el joven Harold monta su propio laboratorio en la cocina del domicilio familiar.

El verano antes de ingresar en la universidad trabaja en la empresa Power and Light. Su tarea en la compañía eléctrica era la de analizar los grandes generadores de energía y su comportamiento ante las subidas de tensión. Esta experiencia laboral determina la dirección de su carrera. Cinco años más tarde se gradúa en Ingeniería Eléctrica por la Universidad de Nebraska y trabaja para General Electric con motores eléctricos de rotación.

Con su cámara fotográfica y el título de ingeniero eléctrico bajo el brazo, Edgerton ingresa en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). Allí empieza a utilizar el estroboscopio -un sistema de iluminación parpadeante- para analizar los rotores de un motor. El MIT se convirtió en su segunda casa: allá obtiene su maestría y es donde se queda como investigador y profesor hasta el final de su carrera. Su energía y entusiasmo por la ciencia contagiaba a alumnos, colegas e incluso a los trabajadores del Instituto. Paul Penfield Jr., profesor de Ingeniería Eléctrica, lo recordaba: "Doc siempre llevaba un bolsillo lleno de postales con su foto más famosa para dársela a los niños (y a algunos de nosotros, aún niños en el fondo)".

el movimiento. Harold Edgerton consiguió lo que todos los profesores de liceo ansían, que el público no especializado se interese por la ciencia. Los ingredientes para conseguir y mantener esa atención son: la imagen de un globo hecho jirones en el momento de explotar, la inquieta calma que produce una gota suspendida en el vacío o el estrépito de una bala saliendo del cañón. Fotografías que muestran esos procedimientos cotidianos que el ojo es incapaz de registrar.

La obra de Edgerton persigue analizar el movimiento a través de dos métodos: la congelación de un instante concreto (una exposición) y el registro de varios de los pasos que componen una secuencia de movimiento (varias exposiciones).

El segundo método tiene como base filosófica las teorías del pensador presocrático Zenón de Elea, quien defendía que el tiempo y el espacio son infinitamente divisibles. Según señala en el catálogo José Gómez Isla, comisario de la exposición, "el registro estroboscópico de movimientos ultrarrápidos de su flash electrónico permitiría materializar visualmente las paradojas planteadas por Zenón de Elea. (…) Según él [Zenón], todo movimiento de un objeto (por ejemplo, una flecha disparada), no era más que la suma de las distintas posiciones en reposo que adopta ese objeto en el espacio durante su trayectoria". Por lo que el movimiento no existiría como una forma de continuidad, sino como múltiples paradas a lo largo de la distancia recorrida.

CRONOFOTOGRAFía. Esta forma de estudiar el movimiento de forma fasciculada sitúa a Edgerton entre los herederos de la cronofotografía, una corriente iniciada a finales del siglo XIX y en la que destaca la figura de Eadweard Muybridge. El pistoletazo de salida lo dio Jules Janssen en 1874 con su "revólver astronómico", un aparato que Janssen utilizó para el tránsito de Venus frente al sol, aunque no obtuvo los resultados esperados.

Fue gracias a las investigaciones del fisiólogo Étienne Jules Marey que Muybridge ingresó a la cronofotografía. En 1870 Marey estudiaba el movimiento animal con medios mecánicos. Una de sus afirmaciones era que el caballo tiene las cuatro patas en el aire durante un determinado momento de su galope. Esta era una discusión clásica que dividía a los aficionados a los caballos. Stanford, millonario gobernador de California, hizo una apuesta: 25.000 dólares a favor de las teorías de Marey; y contrató al inglés Muybridge para comprobarlo.

Después de varios años de investigaciones, en 1878 Muybridge consiguió tomar una serie de doce imágenes con doce cámaras situadas a lo largo del recorrido del caballo. Diseñó disparadores electromagnéticos de modo que era el carro a su paso el que presionaba los bastones y activaba las cámaras. Stanford, tras ganar la apuesta quedó tan impresionado que siguió invirtiendo en el fotógrafo. Al año siguiente el número de tomas de la serie se multiplicó hasta 24 y de la descomposición del movimiento se pasó a la reconstrucción, antecedente del cine.

Marey, como Edgerton, fotografiaba en un solo negativo las diferentes fases del mismo movimiento. Con el invento del fusil fotográfico -inspirado en el revólver de Janssen-, consiguió imprimir en una placa circular doce fotografías sucesivas, lo que se podría considerar la primera filmadora.

AVANCES TéCNICOS. Edgerton da un paso más que Muybridge y Marey en el desarrollo de la cronofotografía con un simple cambio en el objeto prioritario de estudio. Los pioneros mejoraron la velocidad y precisión de los obturadores, Edgerton se centró en controlar la luz. El obturador permanecía completamente abierto y el estudio, a oscuras.

Sus avances permitieron tomar fotografías de muy breves exposiciones, 1/50.000 y 1/1.000.000. Son imágenes absolutamente imperceptibles para el ojo humano, que puede percibir solo diez imágenes por segundo. Las cámaras actuales no llegan a 1/8.000, por lo que aún hoy la fotografía convencional está lejos de alcanzar a Edgerton

Además de los sistemas de iluminación, el científico tuvo que desarrollar novedosos métodos de disparo que se ajustaran a la velocidad requerida. En algunos casos utilizó el sonido: un micrófono situado cerca del objeto activaba el flash. Muchas de las fotografías de revólveres y balas atravesando objetos utilizan esta técnica. En otras fue la unión de dos cables lo que sirvió de interruptor, como en Patada de fútbol americano (1934). Aunque la búsqueda de la composición armónica y la belleza estética es indudable, el predominio del utilitarismo de la imagen es visible. En varias de las fotos los mecanismos de disparo quedan visibles dentro del cuadro.

FLUIDOS y biología. Edgerton empieza a aplicar el flash ultrarrápido a la fotografía científica en su trabajo final de tesis. Ventilador y vórtices de humo (1934) se convierte así en una de las primeras tomas que muestran el giro del aire que produce la rotación de un motor.

Desde que un grifo que goteaba en el estudio captara su atención, los fluidos se convirtieron en una constante a lo largo de toda la obra. La incorporeidad del agua inquieta y fascina al fotógrafo, y juega a tallarla como si se tratara de una escultura de hielo. Corona de gotas de leche (1957) es la culminación de 25 años de trabajo con líquidos. Pero sobre todo, la perfección técnica y plástica de esta imagen desacredita las voces que niegan una pretensión artística en la obra de Edgerton.

A partir de los años `50 se mete de lleno en el agua a bordo del barco de Jacques Cousteau. En colaboración con el oceanógrafo francés inventa un flash capaz de funcionar a más de 13.000 pies de profundidad, así como cámaras subacuáticas y sonares. Jugando a ser Julio Verne, encontraron el buque de guerra hundido Mary Rose, cerca de la isla de Wight, e incluso se aventuraron con el monstruo del Lago Ness.

Aunque no hallaran más que fango en el fondo del lago, sus aportes para la biología humana y animal sirvieron para comprobar o refutar teorías y plantear nuevas hipótesis. El número de veces que aleteaba un colibrí por segundo no pudo ser comprobado hasta la llegada de Edgerton a la fotografía. En 1947 aparece en National Geographic el artículo "Colibrís en acción", con fotos suyas que mostraban el movimiento de las alas y los patrones de vuelo.

Gran parte de la obra de Harold Edgerton es un estudio de la anatomía humana en movimiento. Gimnastas, golfistas, tenistas, músicos y hasta saltadores realizaron sus actividades en la más absoluta oscuridad, penetrada únicamente por la luz parpadeante del flash. Este método de trabajo -filmado por George Sidney en el documental Quiker`n a Wink (1940)- requería de gran precisión, tanto por parte de los sistemas de registro de Edgerton como por la de los retratados.

TECNOLOGÍA MILITAR. Paralelamente a la actividad humanista, el interés del investigador por la tecnología bélica se descubre desde sus primeras fotografías. Las balas de su revólver atraviesan latas de pintura haciendo estallar la tapa por la presión del fluido, explotan tres globos simultáneamente o penetran una manzana convirtiéndola en zumo. Esta última instantánea fue tomada en 1964 y es, junto a la gota de leche, una de sus más famosas imágenes en color.

Pero su inclusión en el "mundo de la guerra" no se quedó en el campo de tiro. En 1939 el ejército del Aire de Estados Unidos le encarga el diseño de un sistema de iluminación con potencia y alcance suficientes para realizar tomas aéreas nocturnas. Para probar la tecnología eligieron un escenario apartado de miradas indiscretas, Stonehenge. Un avión a 1.500 pies iluminaba los monolitos con un flash de 50.000 vatios por segundo mientras el fotógrafo registraba el proceso en tierra con una cámara de bolsillo. Esta tecnología será determinante en los días previos al desembarco de Normandía.

Tras la guerra, Edgerton y dos de sus colaboradores fundan la empresa EG&G para seguir colaborando con el gobierno estadounidense en materia de energía atómica. Entre sus muchos inventos, destaca la Rapatronic -una cámara que permite fotografiar experimentos con bombas atómicas a varios kilómetros de distancia- y un sistema de obturación óptica, sin componentes mecánicos.

Más allá de la destrucción que sigue a la explosión, la belleza de las imágenes de Edgerton es impactante. En Explosión de una bomba atómica de 1952 los cactus conocidos como árboles de Josué, se recortan delante de una bola de fuego en expansión. Unos microsegundos después las plantas no serán más que cenizas, pero en la imagen de Edgerton, y en la memoria del espectador, quedarán congelados en un estado de reposo atemporal. En la quietud de lo que ocurre antes de que el sonido rompa el silencio.

ANATOMÍA DEL MOVIMIENTO. Las fotografías de Harold Edgerton, con prólogo de José Gómez Isla. La Fábrica, 2010. Madrid, 95 págs. Distribuye Océano.

©Harold & Esther Edgerton Foundation

©Harold & Esther Edgerton Foundation

©Harold & Esther Edgerton Foundation

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