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Un respiro para la crisis de la Iglesia Católica

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Foto: Fernando Ponzetto.
Gente rezando en la Iglesia Matriz o Catedral de Montevideo, religion cristiana, ND 20150904, foto Fernando Ponzetto - Archivo El Pais
Archivo El Pais

Un respiro. La Iglesia Católica detectó en 2014 que tenía un déficit de más de US$ 400 mil al año: los ingresos no daban para cubrir un tercio de los gastos. Con distintas medidas se logró reducir esa brecha a US$ 160 mil. Ahora, tras una campaña inédita, los números parecen volver a cerrar.

Daniel Sturla fue nombrado arzobispo de Montevideo el 11 de febrero de 2014. Al día siguiente, pidió al sacerdote y contador Pablo Coimbra que fuera su secretario personal y le diera "una mano con la economía". Días después, por iniciativa del mismo Sturla, Coimbra inició una auditoría interna sobre los números de la curia montevideana. Cinco meses más tarde, estaba el resultado: más de US$ 400.000 de déficit. De un presupuesto anual de US$ 1.200.000, no se alcanzaba a cubrir un tercio.

Hasta hace dos o tres años esa brecha se cubría con donaciones de organismos internacionales como Cáritas, Ayuda a la Iglesia que sufre o Adveniat, el brazo solidario de la Iglesia alemana. Pero con la mejor situación económica de Uruguay y el aumento del ingreso per cápita, estas organizaciones priorizaron a otros países con mayor urgencia y empezó a menguar el aporte para estos lados.

Entonces el agujero en el presupuesto empezó a notarse. Se generaron deudas con el hogar de sacerdotes ancianos y con el seminario de curas en formación. Ahora algunos reconocen que estaban "malacostumbrados a la plata que caía como mágicamente" de Europa. A Sturla lo recibieron con ese terrible panorama.

Coimbra —un hombre de 47 años que se ordenó sacerdote hace apenas siete y que antes trabajó 20 años como contador— no se limitó a evidenciar los más de US$ 400.000 faltantes. Anexó a la auditoría una serie de medidas que, a su entender, podrían contribuir a achicar el déficit. En ese momento Sturla lo nombró ecónomo de la Arquidiócesis y el contador puso manos a la obra.

"No hay ninguna ciencia —dice Coimbra, sentado en un amplio escritorio de la curia—: reducción de gastos y aumento de ingresos". No echaron gente pero sí eliminaron vacantes; vendieron bonos en los que tenían dinero invertido y así saldaron las deudas; redujeron el gasto en todas las dependencias. También renegociaron el valor que cobran por el alquiler de unos campos donados, que estaban a un precio desajustado a la realidad.

Después de poner la curia en orden, Coimbra volvió a hacer cuentas: el déficit había bajado de US$ 400.000 a US$ 160.000. Ya había aplicado todas las medidas correctivas posibles. "No tenemos nada más por hacer", le informó a Sturla. Pero al arzobispo se le ocurrió una idea: hacer una campaña pidiendo ayuda a los fieles. Sus subalternos estuvieron de acuerdo. El fundamento sería la "corresponsabilidad" en el sostén de la misión. La llamaron "Iglesia de todos". Nunca antes la Iglesia Católica había hecho un pedido de colaboración de este tenor.

Una ayudita.

La campaña tiene tres destinos concretos: la formación de los seminaristas de Montevideo, el mantenimiento de los sacerdotes ancianos y enfermos, y las parroquias más carenciadas de la capital.

Se habilitaron cuentas para hacer depósitos bancarios, se dispuso de una línea telefónica para comprometerse con donaciones mensuales o anuales, se abrieron colectivos en Abitab y Redpagos y se ofreció la posibilidad de debitar el aporte de la factura de Antel.

También se apeló a otros recursos. Según contó Coimbra, se organizaron dos desayunos en el World Trade Center (con alimentos y espacio donados) y se convocó a "algunas personas para explicarles la situación". "Fieles y no fieles, pero sí gente que sabemos que colabora con distintas obras. Gente que se supone que tiene recursos. Los invitamos personalmente a que fueran a ese desayuno. Una vez que informamos de todo, les pedimos directamente si podían colaborar. A esas personas, que dejaron sus datos en un formulario, se les llamó por teléfono luego para saber si iban a hacer el aporte al que se habían comprometido", relató.

Según supo El País, esto cayó mal a algunas personas que se sintieron presionadas por la curia. De todos modos, hubo buen eco. Asistieron unas 250 personas y más de la mitad colaboró.

La campaña lleva dos meses activa, y si bien planean darle cierre en noviembre, Coimbra ya adelanta algunos resultados: desde fines de julio hasta ahora han colaborado 1970 familias. De ellas, la mitad se comprometieron a hacer aportes mensuales. Entre los que pusieron por única vez hubo donaciones grandes; en cambio, la mayoría de los que aportarán de aquí en más lo harán por montos pequeños (desde $ 50 a $ 1.000). Pero son estos últimos los que permitirán a la Arquidiócesis acceder a los US$ 160.000 que faltan al año (y que se vienen cubriendo con dinero de donaciones puntuales de las que no quieren depender).

"Quiero dar un mensaje positivo. Estamos contentos, la campaña ha sido exitosa por la cantidad de familias que se involucraron. Pero apostamos a más", dice el contador. Y no es por ambición, explica. "No solo se trata de cubrir el déficit. Eso es lo mínimo, lo básico. Si nosotros quisiéramos hoy hacer una misión, que es lo que la Iglesia tendría que hacer —una inversión en pastoral—, no podríamos".

La última vez fue en 2011. Se llamó "Misión en Montevideo"; consistía de una campaña masiva en medios y ciertas tareas puntuales en las parroquias y obras de la Iglesia. Pero quedó trunca. No se pudo terminar con lo planeado porque, justamente, faltaron recursos.

La Arquidiócesis también aspira a aumentar el aporte mensual a los sacerdotes. De 83 parroquias que hay en Montevideo, solo 26 se autosolventan (las de los barrios de la costa). Las otras 57 dependen de la ayuda de la curia porque el aporte de los fieles es insuficiente. A varias se les pagan la luz y el agua. Actualmente los sacerdotes de las parroquias pobres reciben $ 1.500 por mes para sus gastos personales. Como no les alcanza, la mayoría trabaja en colegios o facultades, dando clase, dirigiendo el área pastoral o la capellanía. En consecuencia, dedican menos tiempo a la parroquia y el resultado a la vista es que muchas deben cerrar buena parte del día. Coimbra dijo que la intención es aumentar el aporte a $ 5.000 mensuales para que puedan prescindir de sus empleos.

"Nosotros apostamos al aporte, al óbolo de la viuda (como dice la Biblia), a los 50 pesitos que una persona pueda dar por mes para contribuir. La Iglesia no es una empresa ni produce nada; por tanto, tiene que vivir de rentas y donaciones, no hay otra", concluyó.

(Formas de colaborar con la campaña: www.iglesiadetodos.arquidiocesis.net)

La sombra que pesa sobre el arzobispado de Cotugno.

Como el déficit de la Iglesia Católica de Montevideo saltó justo cuando Nicolás Cotugno dejó el arzobispado en manos de Daniel Sturla, varias voces sugieren a la interna de la Iglesia que la de Cotugno fue una administración "desmesurada". Algunos mencionan la compra de propiedades como Radio Oriental (que en parte de financió con una donación del exterior), el Liceo Jubilar o la casa de retiros Vianney, en Melilla. Durante la administración de Cotugno —que se extendió de 1998 a 2013— también se hicieron inversiones en el Liceo Católico del Cerro y se compró la casa de unas monjas. Según supo El País, en esa casa habita hoy Cotugno, pero es propiedad de la diócesis. Los más críticos sostienen que se compraron propiedades con el dinero que "mágicamente" llegaba de Europa, pero que se "olvidó" que todo aquello necesitaría un mantenimiento. Por su parte, el ecónomo Pablo Coimbra negó que en el período anterior haya habido gastos en exceso. Explicó, a modo de ejemplo, que el precio de algunas rentas estaba desactualizado (lo cual se corrigió hace unos meses). Coimbra resaltó que antes no se había visibilizado el déficit operativo porque se cubría con amplias donaciones de organismos internacionales, que justamente hace dos o tres años dejaron de ver necesidad en la Iglesia Católica uruguaya y pasaron a priorizar a otros países. En tanto, Cotugno dijo a El País que ha resuelto no dar entrevistas por el momento. "Es por prudencia, y por el ciclo de vida", explicó. Agregó solamente que Coimbra y Sturla ya estaban en otros roles en la Arquidiócesis antes, por lo que conocen lo que sucedió en su administración.

Cómo se compone el presupuesto de la curia.

La Iglesia Católica de Montevideo detectó en 2014, tras una auditoría, un déficit de US$ 400.000 anuales. Con algunas medidas lograron reducirlo a US$ 160.000 y ahora, luego de dos meses de campaña de recaudación, se estima que se logrará reunir esa cifra con aportes mensuales que permanecerán en adelante. Han colaborado 1970 familias.

El presupuesto anual de la administración central de la Arquidiócesis es de US$ 1.200.000. Incluye el mantenimiento y la formación de 24 seminaristas de Montevideo, con un costo de US$ 1.180 mensuales per cápita. También abarca la cuota del hogar sacerdotal, donde residen alrededor de 15 curas de Montevideo. El costo per cápita es de unos US$ 1.700, pero la diócesis paga solo US$ 224 (el resto se cubre con dinero de una fundación). También hay gastos variables de la pastoral.

De 83 parroquias que hay en Montevideo, solo 26 se autosolventan por el aporte de la comunidad en la que están; el resto recibe ayuda de la curia para los gastos básicos del cura y de la parroquia, y eso también entra en el presupuesto de la Arquidiócesis.

Entre los ingresos hay rentas por el alquiler de campos y casas, rentas por espacio de la Iglesia utilizado por antenas de telefonía, dinero invertido (en bonos u otros) y la colecta del Fondo Común Diocesano, que se hace tres veces al año entre los fieles.

HOGAR DE SACERDOTES ANCIANOS.

"Montevideo está en déficit y lo sufrimos todos".

Las puertas del hogar sacerdotal Jacinto Vera, a metros del Comando del Ejército, están abiertas a las visitas durante la mañana y la tarde. Sin embargo, a las 10 el ambiente es de una paz extrema. Dos viejitos observan frente a una pantalla de televisión sin volumen imágenes del papa Francisco durante su discurso en el Congreso estadounidense el día anterior. Uno está sordo y el otro bastante desconectado de la realidad, explica el sacerdote Richard Arce, de la comisión del hogar. Otro cura, de apellido Rocca, deambula por los pasillos limpísimos hasta que encuentra a Arce y se alegra al entregarle un suplemento de prensa en italiano. En tanto, don Mario Inmediato reposa en un cómodo sillón frente al ventanal que da a un patio bien cuidado. Hojea un ejemplar del quincenario Entre Todos mientras espera que sean las 11 para ver en vivo un nuevo discurso del Papa, esta vez en una asamblea de la ONU.

"Yo no tengo a nadie", dice Inmediato sin vueltas, pero luego se corrige: "Bueno, tengo dos sobrinas". "Y mucha gente que lo quiere", interviene Arce. "El suyo es un caso extraño, porque generalmente al cabo de un año, se olvidan", agrega. Entonces el sacerdote minuano, de 87 años de edad, recuerda que a él, siete años después, lo siguen yendo a ver, e incluso han salido ómnibus de Minas para visitarlo. Ese cariño, dice ahora, "es como el perfume de una flor".

Mario Inmediato es, a pesar de su edad, uno de los sacerdotes más desenvueltos del hogar. Hace algunos años cayó "con cabeza y todo" en una zanja, sufrió fracturas y luego una obstrucción intestinal. "Sobreviví a todo eso", dice orgulloso. Cuenta que en 2013 le hicieron un homenaje en Minas, colgaron una placa frente a la parroquia y habló hasta la intendenta. Cuenta, también, todos los detalles de cómo un día lo nombraron párroco de Minas, para concluir que fue solo "porque Dios quiso".

No quiere dejar de decir que el hogar da un servicio "cinco estrellas", con habitación y baño privados, y destaca la atención de las tres religiosas que trabajan allí. "Son las que, a mi entender, generan el calor de hogar a esta casa", dice. A pesar del parkinson, camina con bastón o andador durante media hora cada día, anda en bicicleta fija y hasta hace gimnasia. "Estoy cómodo y contento", asegura.

Inmediato tiene muchas ganas de conversar, pero ya son las 11 y sale disparado a ver al Papa en la ONU. Entra en la habitación de Uberfil Monzón, un cura que dirigió durante años el INDA. Hoy Monzón sufre una hemiplejia y se alimenta mediante una sonda. Inmediato elige acompañar a su amigo, que casi no habla, para ver juntos a Francisco.

El olor a guiso ya se empieza a sentir, y algunos sacerdotes se sientan a la mesa a esperar durante la hora y media que falta para el almuerzo. Arce, de la comisión, muestra con orgullo cada sitio del hogar, cuenta que allí trabajan 14 empleados, y dice: "Esto no es una casa de salud, acá no hay olor a pichí. Queremos tenerlos bien".

Pero el dinero no siempre alcanza. El hogar tiene dos grandes fuentes de ingresos. Cobra una cuota por cada sacerdote, que generalmente paga, en su mayoría, la diócesis de la que proviene; el resto lo aporta el mismo cura. La segunda fuente es la Fundación Vianney, formada para el sostenimiento económico de los sacerdotes retirados. También contribuyen los sacerdotes que son "socios" del hogar, y que aportan estando activos para quienes hoy están retirados, en el entendido de que en unos años el beneficio les tocará a ellos.

La cuestión es que "hay diócesis que pagan en fecha, pero otras que no". Y, a su vez, la fundación "también está en crisis", y hace tres años que no aporta todo lo que se pide desde el hogar. Vianney tiene un equipo de asesores en materia de inversiones, pero a veces el negocio bursátil traiciona y los resultados son magros. Hubo un año que no pudieron aportar en absoluto. Entonces hubo que utilizar un fondo de donaciones al que intentan recurrir solo en emergencias porque es el único "colchón".

En particular, dice Arce, "cuando Montevideo está en déficit, lo sufrimos todos". Es que más de la mitad de los 25 internos provienen de la Arquidiócesis. "Cuando se corta ese flujo de dinero, nos mata", agrega Arce, y explica que en esos casos se debe echar mano a otros ingresos y "se despatarra todo".

Cada sacerdote del hogar cuesta entre $ 40.000 y $ 50.000 al mes. Ese dinero también incluye la atención médica, que se hace por convenio con el Círculo Católico. Los curas tienen exoneradas las órdenes de policlínica y tienen descuentos en medicamentos. Si a la mutualista le pagan en fecha, concede un descuento adicional. Lograrlo es parte del desvelo cotidiano de Arce y demás directivos.

En 2014, como parte de las medidas correctivas aplicadas a la administración, la Arquidiócesis saldó una deuda grande que se arrastraba con el hogar. Hoy está al día. Sin embargo, otras diócesis se han atrasado en sus pagos, por lo cual la paz que se respira en los pasillos de la casa no logra sentirse en las finanzas.

Con todo, los problemas económicos no han llegado a afectar la atención. El hogar está impecable. Dice Arce que, además, procuran que ese sea "un lugar de encuentro". Se hacen talleres y encuentros de temas de interés. También usan las instalaciones los sacerdotes del interior que cuando viajan a Montevideo no tienen dónde quedarse. "No hay en América Latina un lugar como este. Algunos países prevén la casa, otros la previsión social, pero ninguno combina ambas cosas".

Un cura puede solicitar su retiro a los 70 o a los 75, dependiendo de la diócesis. A partir de ese momento pasa a cobrar una especie de jubilación que ronda los $ 9.000. Aquellos que eligen vivir en el hogar (y no en la casa de un familiar o en una parroquia), "donan" ese dinero para la gestión y reciben un monto mucho menor para permitirse ciertos gustos.

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Foto: Fernando Ponzetto.

Primeras cifras de la campaña de SturlaPAULA BARQUET

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