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La pizarra y el TISA

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El diablo está en los detalles. Esa es la conclusión a la que se llega cuando, tras leer los titulares del escandalete montado entre el Pit- Cnt y el ex canciller Almagro por la participación de Uruguay en negociaciones para liberalizar el negocio de los servicios, se intenta profundizar un poco en el tema.

El diablo está en los detalles. Esa es la conclusión a la que se llega cuando, tras leer los titulares del escandalete montado entre el Pit- Cnt y el ex canciller Almagro por la participación de Uruguay en negociaciones para liberalizar el negocio de los servicios, se intenta profundizar un poco en el tema.

Un tema árido, complejo, que difícilmente estará en las listas de lo más leído de una web de noticias, pero que puede significar la vida o la muerte para muchas empresas, negocios y puestos de trabajo en el país.

Ya de pique la definición complica las cosas. ¿Qué son los servicios? Es una de las preguntas que se haría cualquier mortal que a la pasada mirara sorprendido cómo la organización sindical y una de las espadas de su gobierno más afín en décadas, protagonizan en público una pelea con exhibiciones de mails, insultos, ofensas. Casi candidata a un programa de chimentos de las 5 de la tarde.

Según la definición más aceptada, los servicios son actividades, que se ofrecen en renta o a la venta, que son esencialmente intangibles y no dan como resultado la propiedad de algo. Puede ser desde el suministro de agua, una asistencia en informática, o el trabajo de un abogado o contador.

A lo que seguirían dos preguntas ineludibles: ¿qué es el TISA? ¿Por qué provoca tanto lío?

Bueno, el TISA es una negociación que hay en este momento, que involucra a unos 50 países, para “liberalizar” el comercio de servicios. O sea, ponerlos por afuera de la red de leyes y reglamentos de cada país, en el entendido de que eso les va a permitir crecer en beneficio de todos. Y el lío está justamente ahí, en que hay gente que cree que esa concepción es errada, y que eliminar reglas y normas en realidad no termina beneficiando a todos, sino solo a los grandes y poderosos.

De hecho, ahí suele estar en estos días la principal línea de división política en el mundo, mucho más que en el caduco eje derecha-izquierda. Por ejemplo, la derechista Marie Le Pen, es radical opositora de la liberalización comercial, a la que acusa de afectar la identidad nacional francesa. Del otro lado, el partido de izquierda español Podemos, también critica la apertura comercial, y la desregulación, a la que acusa de beneficiar a las multinacionales. Igual que el Pit-Cnt.

En el medio hay una mayoría de gente, de distintas opciones políticas, que está convencida de que buena parte del crecimiento económico y prosperidad que ha vivido el mundo en los últimos 50 años, algo innegable pero que a veces queda tapado por las noticias y discursos pesimistas, se debe a la apertura al comercio. Tal vez el caso emblemático sea China. En la vereda de enfrente se podría ubicar a Argentina, un país que ha apostado a un camino de proteccionismo y encierro en sí mismo.

Pero volviendo al eje del asunto, ¿qué implica el ingreso de Uruguay en esta negociación? Según el gobierno y los principales expertos, esto no significa que el país se comprometa a nada, ya que estamos en una etapa preparatoria donde cada uno dice qué le gustaría negociar y qué no, con el fin de armar una propuesta concreta que después deba ser aprobada por cada país participante.

Sin embargo, los opositores no se la creen, y reclaman que las negociaciones tienen mucho de secreto, y que implican compromisos fuertes ya de arranque. De hecho se habla de una cláusula “trinquete” que obligaría a que las cosas pactadas ahora, después no se pueden volver atrás.

En los hechos parece poco probable que estando involucrados países como Estados Unidos y zonas como la Unión Europea, haya muchos secretos y cosas misteriosas. Más allá de las teorías conspirativas tan en boga, las reglas de transparencia que rigen esos países hacen imposible que nada se pacte sin que la sociedad civil tenga chance de analizarlo. Y de hecho hay disponible mucha información oficial al respecto para el que se quiera tomar el trabajo.

La cuestión, más que por definición ideológica, debería ser un cálculo frío y racional de cuánto puede beneficiar a Uruguay una apertura de este tipo, cuánto podría perder, y ver qué columna queda más jugosa.

Pero eso en Uruguay parece imposible. Y la polémica abierta entre el Pit y Almagro invita a preguntarse otra cosa: qué pasó para que los sindicatos y su “compañero” ex ministro se peleen públicamente de esta forma. ¿Es Almagro un neoliberal encubierto? ¿Se vendió el gobierno de Mujica al poder de Soros, Monsanto, y las grandes corporaciones? ¿Realmente no sabía nada el Pit de esta negociación? ¿O la furia actual tiene más que ver con haber identificado un flanco en el cual golpear a la nueva política exterior con la que se siente menos afín? Como al principio, en todas estas cosas, más allá de los titulares, el diablo se suele esconder en los detalles.

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Martín Aguirre

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