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La pasta base de la política

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Nos pesa ser parte del continente más violento, el de mayor inequidad social, pese a que es el que más planifica y más promete mejorar la igualdad y el acceso universal a las oportunidades.

También se le califica como el más corrupto y si bien no existe un indicador capaz de medirlo, a lo mejor descubriríamos que también es el continente con la mayor brecha entre las oportunidades a las que accede y los resultados logrados en términos de desarrollo humano. En la comparación, este vecindario siempre nos deja bien parados lo cual es un pobre consuelo. Ojalá tomáramos como referencia a los países de vanguardia en el mundo. En todos los órdenes de la vida conviene inspirarse en modelos para hacer mejor las cosas.

En el continente predominan economías basadas en la producción de materias primas con dificultades para dar saltos en diversificación y productividad. Todavía en la era democrática, en muchos países gobiernan caudillos autoritarios, que se reeligen a voluntad y que manejan las asambleas legislativas.

En un extremo, Venezuela y Argentina alcanzaron una conflictividad interna difícil de manejar y se dirigen a una crisis que señala las dificultades de aprender de las propias experiencias. China que fue imponiendo su dominación económica en países africanos ya ha firmado tratados con Argentina y Venezuela. La necesidad de financiamiento ha conducido a estos países a realizar acuerdos deshonrosos desatendiendo compromisos con el Mercosur.

Por nuestra parte, mantenemos un sistema democrático respetado y asentado en los mejores valores del estado de derecho, lo que es un activo impagable. Igualmente valioso es que los principales actores sean los partidos políticos en lugar de líderes altoparlantes.

Sin embargo, somos muy malos en la gestión de la cosa pública.

Allí donde la gestión del estado debe emplear recursos para alcanzar resultados con plazos y costos estipulados, nuestros logros son pésimos si nos comparamos con los mejores. Desde hace muchas décadas, se consolidó una manera de operar que invierte los roles. Los ciudadanos terminan subordinados a los organismos, los funcionarios o los políticos y no al revés. Se ha creado un sistema de incentivos que conduce a la apropiación privada de rentas y poderes del estado. La reforma del estado, poco a poco se fue olvidando y hoy ya no se habla de ella. La abundancia de los últimos años la hizo innecesaria. En las empresas públicas, el derroche se ha hecho formidable y turbio.

El país va a crecer a menor velocidad de la misma forma que el ingreso nacional, el consumo y la inversión. Se desacelerará la recaudación fiscal y el conflicto entre salarios y empleo derivará en una menor masa salarial. Habrá que reducir el déficit de cuenta corriente, el de las finanzas públicas y controlar la inflación.

Por otra parte se hicieron compromisos de elevar la inversión en educación, salud, seguridad, infraestructura, gasto social, acceso a mercados. Está claro que todo no se podrá hacer y que el endeudamiento tiene límites. Es inevitable un ajuste para mejorar el balance entre disponibilidades y programas. Cuando las autoridades afirman que no habrá ajuste, en realidad lo que están diciendo es que no habrá ajuste de las cuentas públicas. De otra forma, que todo el ajuste —que será importante— recaerá en las cuentas del sector privado.

En este contexto conviene subrayar que las reformas que le pueden cambiar la cara al país —educación, capital humano, infraestructura, acceso a mercados, seguridad, reforma del estado— mostrarían sus resultados en plazos largos. Por otro lado el gasto en el Mides, el Fondes, el BPS, en salarios y en todo lo que se consume en el acto, tiene un rédito político inmediato.

Los dirigentes de mayor responsabilidad seguramente tienen la mirada en un balance entre el largo y el corto plazo pero su necesidad por sumar aliados irá amenazando de populismo a las decisiones que se tomen.

Esta manera ha sido —así la denominaba Sergio Helbling— como la pasta base de nuestra política. Se sacrifican los objetivos de largo plazo capaces de mejorar sostenidamente el rumbo del país por los logros efímeros, que crean adicción y consolidan el atraso.

El país tiene todas las oportunidades, pero históricamente ha optado por opciones oportunistas.

EDITORIAL

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