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Reforma laboral

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Tomás Teijeiro
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Uruguay, enclavado en los confines de Occidente entre dos gigantes su- damericanos de rumbo incierto, no es ajeno a los vaivenes socioeconómicos y políticos de los mismos.

Cada tanto nos sacuden el barco con sus crisis, otras con su prepotencia geopolítica; ahora instalaron en la agenda regional el tema de las reformas laborales.

Y lo han hecho con la loable excusa de mejorar la competitividad, generar empleos, y poner a sus países de proa a los grandes desafíos del siglo XXI.

Han emprendido la cruzada como una caza de brujas donde los malos son los sindicalistas, la negociación colectiva, los trabajadores individuales que reclaman por sus derechos, y también los procesos laborales. No me creo los cuentos donde hay un solo villano. Dijo Macri: "La mafia de los juicios laborales es uno de los principales enemigos de la creación de trabajo en nuestro país", según refirió Infobae. Vaya forma de banalizar la corrupción que lo rodea en todo ámbito y que espanta las inversiones serias…

Así, estas reformas incluyen algunas novedades jurídicas como jornadas intermitentes, el trabajo de embarazadas en ambientes no ideales, jornadas laborales más extensas, condiciones restrictivas para los litigios, etc.

Sin embargo, lo que más llama la atención son las jugadas políticas atrás de esto.

En Argentina el gobierno no ha disimulado su intención de disminuir la litigiosidad laboral por el camino de bajar los montos que efectivamente perciban los trabajadores reclamantes como mecanismo desmotivador; tampoco ha ocultado su voluntad de renovar los jueces del fuero laboral con este objetivo.

Son medidas políticas (no jurídicas) de corte K, que desmerecen las intenciones del gobierno por buenas que sean.

Por otra parte, ambas reformas, la brasileña y la argentina en proceso, de manera política pretenden deconstruir dos conceptos jurídicos clave de las relaciones laborales como son: trabajo y salario.

Es cierto que el mundo cambió, que todo es más dinámico e interconectado, que hay que ser productivos y competitivos, pero el fin no justifica los medios. Y ambos conceptos, sin importar la evolución que gira en torno de los mismos, son inmutables y no pueden ser toqueteados. Por el principio básico de que son parte fundamental de la economía y que esta no debe ser manipulada.

Deconstruir el concepto de trabajo en la forma en que pretenden hacerlo estas reformas es totalmente retrógrado, y una contradicción en sí misma, ya que tal deconstrucción es más una reacción típica del pensamiento voluntarista de izquierda, que de una visión liberal en sentido amplio.

Otro tanto sucede con el salario.

Las relaciones laborales han mutado sustancialmente desde la revolución industrial a la fecha, tanto en la forma de producir, como en la que se exterioriza la actividad material del trabajo. Pero no interesa a estos efectos la evolución tecnológica ni cuántos puestos laborales pueden perderse por la digitalización o la robotización, eso es otro tema; en algún punto, al inicio o al final de cualquiera de estos procesos económicos ya sean de transformación o de servicios, hay un ser humano poniendo pienso, tiempo, o fuerza física, y la puesta al servicio de un tercero de todo ello, seguirá siendo trabajo, y merecerá adecuada remuneración.

Por esto, en un mundo vertiginoso, pretender deconstruir el salario a una mera remuneración hiperrígida, no comprensiva de nuevos elementos típicamente salariales, es atacar el concepto mismo. Concepto como dije, inmutable, de que si otro hace lo que sea por una empresa, esta debe pagar.

Es cierto que hay que ser productivos y competitivos, pero no a cualquier precio.

No soy fan de Keynes ni de Plá Rodríguez, no me amedrenta decir que voy en la línea de Von Mises y de Hayek, pero no creo que sea bueno contagiarnos de los vecinos.

No podemos ganar productividad y competitividad al precio de convertirnos en China, ni seguir como caniches todas las modas que aparezcan por el barrio.

Uruguay debe implementar en forma urgente una reforma laboral sin lugar a dudas. Una que de verdad nos despierte a todos de la siesta, nos ponga en el mundo y aggiorne nuestras relaciones laborales a la época en que vivimos.

Hemos sido pioneros en derecho laboral. Y lo que tenemos (salvo el disparate de las ocupaciones), con sus claroscuros, merece ser conservado.

Pero hay que cambiar la forma en que autogestionamos nuestras relaciones laborales en forma urgente.

Y estos cambios no pasan por modificar o crear nuevas leyes. No van por lo que con buena intención planifique Transforma Uruguay.

Pasan por cambiar mentalidades. Por eso implican un desafío mucho más grande que el que enfrentan Brasil y Argentina.

Tenemos una solidez institucional tan envidiable, que a ningún gobierno oriental se le pasaría por la cabeza un disparate como el de buscar la vuelta para renovar un fuero judicial, tampoco el de cuestionar hoy las negociaciones colectivas como concepto marco, nadie en su sano juicio discute aquí la protección que merecen los trabajadores.

Lo que sí es totalmente discutible, en la pureza del plano doctrinal, es la natu-raleza jurídica de un derecho laboral que ha mutado de protector a redistributi- vo, deslegitimándose a sí mismo, y de la manera có-mo los diversos actores de nuestras relaciones labora- les se paran frente a esta realidad.

Esto, que implica un gran freno, porque subjetivamente condiciona inversiones de todo porte (la prueba está en el secretismo de las concesiones a la pastera), como ejemplo de occidentalidad en Latinoamérica que somos en Uruguay, deberíamos solucionarlo por la vía del consenso, del diálogo, y no de la imposición legal.

La competitividad, la productividad, y la generación de riqueza son interés de todos, por eso debemos ser defensores de nuestro derecho laboral, de nuestra jurisdicción laboral, pero convencidos actores de que el camino del desarrollo viene por el diálogo, y no por el conflicto. El péndulo en el medio.

Mientras las diferencias en materia de relaciones laborales se pretendan resolver en clave de lucha de clases, estamos fritos.

Estos conflictos se deben salvar con sentido común, con prudencia y con ganas de ser productivos.

Confiando en que a veces dejando de lado lo conocido, se puede ganar mucho más de lo que ya tenemos.

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