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"Liderazgo de Mujica tiene un costado antipolítico"

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José Rilla. Foto: Francsico Flores
Nota a Jose Rilla, historiador e investigador uruguayo, ND 20170224 foto Francisco Flores - Archivo El Pais
Francisco Flores/Archivo El Pais

El docente e investigador se muestra preocupado por el escepticismo que muestra la sociedad uruguaya respecto a la actividad de los políticos, y admite que eso puede representar un riesgo para la democracia.

En este mismo sentido, sostiene que las críticas al barrer a todo el sistema político es algo que la sociedad uruguaya ya vivió y que terminó en autoritarismo, totalitarismo y dictadura. “Eso ya lo vi”, sostuvo.

—Todos los partidos políticos resaltaron el perfil negociador, conciliador y buena persona de Alejandro Atchugarry. ¿Fue un "bicho raro" en la política?

—Cuando escuché los elogios fúnebres empecé a pensar eso. Alejandro era un ser excepcional, entrañable, un hombre de diálogo, serio, riguroso, pero también un producto de la política uruguaya. Tiendo así a pensar como método que no era un clavel del aire. Tenemos que tener el cuidado de no ver en esa excepcionalidad un juicio negativo sobre el resto de sus semejantes. La política uruguaya es capaz de producir seres como Atchugarry. La política está llena de personas buenas y de las otras.

—Se dice que el sistema político uruguayo es un activo. ¿Lo es?

—Creo que lo es en términos relativos a la región. Pero no sé si forma parte de la conciencia colectiva de los uruguayos, que tienen una rapidísima tendencia a hablar mal de los políticos, o del sentido común. Y creo que más grave es que muchos políticos electos o no, empiezan a ser contaminados por este escepticismo en la política, lo cual es una amenaza.

—¿En qué lo ve?

—En sus propios discursos que muchas veces o son vergonzantes de su función o andan pidiendo disculpas por ser políticos, u ocultan su condición o hablan en contra de su salario.

—¿La amenaza es que eso atenta contra la democracia?

—Sin lugar a dudas. Yo creo que eso la pone en riesgo porque la democracia es una cosa que hay que abonarla y estar sobre ella. Las virtudes democráticas no son naturales sino que son fruto del trabajo y esfuerzo. Entonces tengo cierta preocupación.

—¿Queda bien tener ese discurso?

—Queda bien. Por ejemplo, el liderazgo político de José Mujica tiene un costado antipolítico y fue muy fuerte. El elogio de Mujica que escuchamos tantas veces, llevado a niveles delirantes en el exterior, es un elogio de la persona que se aparta del canon de lo que es un político. Mujica como Atchugarry es mejor cuanto más se diferencia de la política. A mí me parece que esos años, que fueron unos cuantos, dejaron una marca en Uruguay. Hemos hecho una mala siembra.

—¿Cómo encaja el perfil de Edgardo Novick, que apoya su discurso en gestión y no en la ideología?

Creo que Uruguay siempre ha tenido estos liderazgos políticos emergentes que nacen al margen de las lógicas partidarias. No es el caso estricto de Novick que tiene una relación con el mundo político, por más que él quiera ocultarla o disimularla, y se presenta con ciertos bordes de antipolítica. Esta cosa de anular izquierda y derecha que está hace 300 años, tiene algo de oportunista. Pero hay que ver si en los nuevos marcos una persona que no tiene vínculos con el pasado ni demasiados con el presente, puede plantarse ante la ciudadanía y recibir apoyo. El éxito será un indicativo de la crisis de nuestra política en el sentido de transformación. Hay que ver qué va a pasar. Es una ideología curiosa que se puede llevar a los tablados.

—¿Las críticas de la gente a los políticos son históricas?

—Siempre existió y forma parte vida republicana y democrática. Es verdad que estamos en un momento del mundo y de América Latina que podría ser interpretado como más sombrío, entonces el primer candidato en el banquillo es la política y los políticos, es la tentación de terminar con la política para llegar a un mundo en el que reine el progreso, la civilización, el paraíso. Ese es un sueño totalitario y antidemocrático. A veces escucho con preocupación cuando veo críticas a los políticos. Cuando están bien fundadas me sumo, pero cuando es al barrer de que todo es una máquina de estafar a la gente, yo eso ya lo vi, tengo edad como para recordar y sé cómo terminó. No solo lo vi, como historiador lo estudié.

—¿Cómo termina?

—Termina mal en autoritarismos, totalitarismos, dictadura, cancelación de la política frívolamente, porque estamos en una política surfista; aunque no repudio las redes sociales, son livianas en muchas cosas. El mundo en el que nos podemos pronunciar se reduce a me gusta y no me gusta. La política parece haber perdido su trama más profunda y densa, con un intercambio que partía de que el otro podía tener razón. Me parece que la antipolítica y el juicio al voleo de los políticos como una clase que nos va a llevar a la ruina es, de algún modo, complementario a este panorama de que somos requeridos a opinar de forma liviana sobre un menú de opciones ilimitado. Parece como que la Guerra Fría hubiese empezado de nuevo con otros actores y valoraciones. En Uruguay hay una polarización donde las opiniones son puestas en un lugar y no en un valor, lo que es propio de la Guerra Fría y no de una tradición democrática.

—¿Discuten los políticos uruguayos lo realmente importante para el futuro?

—El Parlamento tiene una vida mucho más rica que la que los ciudadanos comunes tenemos idea. Esto es culpa del Parlamento que no es capaz de mostrar ese rostro y solo lo vemos a través de las acciones más espectaculares. Hay una mala interpretación. Supongamos en el caso de una interpelación: la evaluación es que no tuvo consecuencias políticas. Pero una interpelación de 12 o 14 horas siempre tiene consecuencias políticas. Todas las interpelaciones que hizo la oposición en los últimos 15 años afortunadamente existieron porque es el único lugar que han tenido para poner de manifiesto sus visiones.

—¿Cuál es el mayor cambio que ve en el Parlamento en la historia? Carlos Quijano se quejaba de que los políticos no se preparaban para entender el mundo ya en el 30. ¿Eso es mayor hoy?

—Cuidado porque primero creo que hay una tendencia a idealizar el pasado y recordar las interpelaciones de Wilson Ferreira o Zelmar Michelini y otras. Nuestros elencos políticos del siglo XIX eran en muchos sentidos superiores a los del siglo XX en términos de saberes, del mundo, en calidad de argumentos. En la generación entre Bernardo Berro y Francisco Bauzá hay unos elencos de novela. Y es probable que los elencos políticos del siglo XXI no sean como los del XX y tengan un nivel más bajo en formación. Pero hay que tener cuidado porque hubo una renovación, ha ingresado gente nueva y eso está muy bien. Lo que le falta al Parlamento es más solidez en sus asesoramientos. Si se compara con el Parlamento argentino, brasileño o los de Europa, nuestra política es mejor que muchas de esas, pero nuestro Parlamento está miserablemente asistido, no tiene asesores. En otros lados se pueden equivocar, pero no improvisar.

—¿Es un reflejo de la sociedad?

—Sí, porque Uruguay tiene un problema en los parlamentarios, sindicalistas, empresarios. La cultura de Uruguay se ha deteriorado mucho.

—Ha habido varios movimientos políticos en el Parlamento. ¿Qué es lo que da créditos a un político?

—Creo que el ciudadano está siempre elaborando su preferencia política y electoral. El político que no sepa eso se equivoca. Entonces cada gesto es como una gota que va sirviendo de sedimento y que en el mediano y largo plazo resulta rentable. Pero hoy las posibilidades de hacer una política con memoria se han restringido mucho, entonces aparece de un día para otro alguien que parece ser novedad pura y de repente arrasa con todo lo que había. Uruguay es difícil para eso.

—Tuvimos batllismo, neobatllismo, crisis, dictadura, liberalismo, progresismo. ¿En qué etapa estamos ahora?

—El progresismo del Frente Amplio creo que es una versión del segundo batllismo o el neobatllismo. Es una versión del Luisismo en un contexto diferente, pero que toca las mismas fibras. Como decía Luis Batlle y repitió Vázquez en un spot: 'Somos un pequeño gran país'. Eso todavía vibra en la gente.

—¿Cómo se va a recordar esta época de la historia uruguaya?

—Los politólogos la han definido como la era progresista. Creo que es una expresión que no dice mucho, pero es aquello que encontró el Uruguay para no decirse de izquierda. Progresista es propio de la penillanura suavemente ondulada. No todos sus contenidos son efectivamente progresistas. Por otro lado se recordará la bipolaridad. No creo en la unificación de los blancos y colorados en un solo bloque. Creo que eso es altamente peligroso y destructivo y va contra las tradiciones políticas. Hay que evaluarla, pero la reforma constitucional nos ha llevado a cosas muy complicadas como empujar a todos los actores a elegir entre A o B y que A le reviente la cabeza a B y que B le reviente la cabeza a A.

—¿Habría que cambiarlo?

—Sí, pero estamos lejos.

"A la gente no le importa mucho la educación".

Hoy se resalta en los discursos el ser republicano, tener ideas batllistas. ¿Queda bien?

—Sí, hay cierto ritualismo. Nadie se anima a no hablar de ciertos temas. Hay un problema con el batllismo porque no es cierto que todo lo que el Uruguay tiene de republicano y democrático se debe al batllismo. Es falso. Y es una parte del discurso político habitual; ha pasado a ser una cosa del sentido común que creo que hay que someter a crítica y desafiar. También hay una confusión grande entre lo liberal y lo republicano; se suele intercambiar estas piezas que son tradiciones muy diferentes. Por otro lado nos estamos llenando de discursos sobre la felicidad, el bienestar, que no quieren decir nada, pero adentro de ese envase cabe todo. Todo lo que entra ahí es como que está exonerado de ser revisado, y ahí entra, por ejemplo, el tema de la educación. Yo tengo la idea de que la educación no le importa mucho a la gente y es mentira que es un tema de alta prioridad entre los uruguayos. En el sistema político se lo coloca en el "top 5" junto a la seguridad, y yo creo que para la gente común y corriente no es tan importante como creemos, o es importante en un sentido muy distinto a lo que los políticos y los técnicos creen. Entonces pasa que esto es un desbarranque total y no pasa nada. Si este fuera un tema central hubiera pasado algo. Ahora está Finlandia. La escuela finlandesa funciona bien porque la sociedad finlandesa funciona bien. Acá queremos hacer al revés: que la escuela arme una sociedad nueva. Esto es culpa de José Pedro Varela, del varelianismo, creer que desde la escuela se arma la política, la sociedad, la economía. Eso no es así. La sociedad se arma a sí misma. Acá se le pide armar la sociedad nuevamente, eliminar la delincuencia, proteger el medio ambiente. Además las maestras tienen que ser asistentes sociales y psicólogas.

—Pero la escuela tiene un rol importante.

—Por supuesto, pero hay que encontrarle su lugar. Vamos camino a una nueva frustración. Con el liderazgo político que tiene la educación uruguaya no vamos a salir nunca de este pozo.

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José Rilla. Foto: Francsico Flores

LA ENTREVISTA DEL DOMINGO - JOSÉ RILLA, HISTORIADORLUCÍA BALDOMIR

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