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Creer en la magia del Quijote

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La compañía Cachiporra funciona desde el 73. Foto: Francisco Flores.

Las vacaciones de julio son la temporada alta del teatro infantil. Títeres Cachiporra ofrece un espectáculo en el que dan vida al ingenioso hidalgo.

Con las luces del teatro aún encendidas una voz dice "Bienvenidos y que disfruten del espectáculo", y se escuchan dos, tres, seis voces de niños que sin pudor contestan "gracias", aunque no sepan a quién le están contestando y aunque, en realidad, no le estén contestando a nadie.

Es lunes y la Sala Cero del Teatro El Galpón está llena de niños, padres, abuelos, hermanos, tíos. En la primera fila, una abuela intenta explicarle a sus tres nietos, que no tienen más de 8 años, de qué se trata lo que van a ver, pero ellos lo único que quieren es que salgan los títeres. "¿Y por dónde aparecen, abu?", preguntan y se paran y juegan con las entradas, mientras la abuela les dice que Don Quijote es un señor que pelea contra molinos de viento pensando que son gigantes.

Un poco más arriba, en la tercera fila, dos niñas se abrazan y sonríen para una foto, una señora agarra a un niño en la falda y otra lee el programa en voz alta. "Don Quijote de la Mancha sale a los caminos de la mano de Cachiporra. Para hacer del mundo un lugar mejor pondrá todo de cabeza, luchará contra molinos de viento, gigantes, caballeros altivos, magos malignos y todo lo que intente detenerlo en su camino hacia la justicia (…) Todos tenemos algo de Quijote, solo nos falta una vieja armadura y una pizca de locura".

Cachiporra es una compañía de títeres independiente que funciona desde 1973. "Empezaron mis padres, Javier Peraza y Ausonia Conde. Mi padre era artista plástico y mi madre estudiaba arte dramático, ellos fundaron la compañía", cuenta Primavera Peraza, hija de Javier y Ausonia. Es que, si bien en las primeras puestas en escena participaban personas que no eran de su familia, llegó un momento en el que el grupo quedó anclado al núcleo familiar. "Somos tres generaciones que trabajamos en esto: mis padres, nosotros y nuestros hijos", dice. Con ella, su hermano Javier Ernesto, explica cómo surgió en sus padres la idea de dedicarse a los títeres: "Empezaron justo en la época de la dictadura y estaba la necesidad de hacer y de decir cosas en ese momento". Y así unieron sus pasiones, porque, en definitiva, eso son los títeres: "El arte dramático basado en elementos plásticos", como sintetiza Javier Ernesto.

Las luces se apagan. Está por empezar la función. Donde debería haber silencio, solo se escuchan voces de niños que preguntan, comentan y se ríen hasta que de pronto, como si de magia se tratara, un libro gigante se ilumina y un plumero que pareciera cobrar vida mientras limpia al libro, agradece al público por estar allí, porque entonces, gracias a ellos, va a poder hacer lo que siempre quiso: leer Don Quijote de la Mancha, el libro que viene limpiando y cuidando desde hace 400 años. Así, sin decir más, empieza a leer: "En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor". Y mientras, un niño pregunta, en un intento de susurro: "¿Cómo puede hacer eso?", el plumero baila arriba del libro.

Enseguida, alguien con una capa roja y un gorro negro interrumpe en escena: "Soy el titiritero del capítulo 27", dice y desafía al narrador a contar la historia de Don Quijote de una forma diferente.

Es que esta, la del ingenioso hidalgo de Miguel de Cervantes, es una historia que Cachiporra quiere contar desde 1983. "Ese año empezamos a trabajarlo pero se nos hizo muy difícil en ese entonces, es un libro de 2.000 páginas, teníamos que adaptar el lenguaje, era muy complicado", cuenta Javier Ernesto. Y aunque ahora el proyecto también haya sido complejo, trabajaron por más de dos años, se presentaron al llamado del Programa de Fortalecimiento de las Artes y ganaron la producción completa del espectáculo.

El titiritero levanta una tela negra y Alonso Quijano — que luego se convertirá en el caballero andante Don Quijote de la Mancha— aparece en escena, leyendo ensimismado sus libros de caballería. Al ingenioso hidalgo lo manipulan entre dos: Javier, que también le pone la voz, y Primavera. Aunque ellos están vestidos de negro, tienen los rostros a la vista. Sin embargo, una vez que el muñeco se ilumina y cobra vida, parecen hacerse invisibles.

"En este trabajo usamos títeres de manipulación directa, títeres de varilla, trabajamos también con teatro negro, con sombras, con títeres de guantes y hay una escena también con títeres que tienen luces LED", cuenta Primavera. Desde los muñecos hasta la iluminación, todo es pensado y realizado por la familia. En este caso, estuvieron más de tres meses para construir cada uno, para elegir qué técnicas y materiales utilizar. "Lo nuestro siempre ha sido trabajo de investigación y experimentación, desde que empezaron mis padres hasta ahora", agrega Javier Ernesto.

Los niños miran asombrados cómo Don Quijote se pone su armadura y va en busca de su caballo. Es curioso, pero los adultos, aunque en ocasiones se ríen más que los niños, lejos de poner su atención en la escena, los miran a ellos, a los más chicos. Es que sus caras, sonrientes o sorprendidas, son un espectáculo en sí mismo.

Cuando el caballo aparece en escena, una madre, sentada en la última fila, le pregunta a su hija si se acuerda cómo se llama. "Rocinante", dice la niña, casi a la vez que Don Quijote. Entonces, el ingenioso hidalgo sube a su caballo: "Amigo, hacia allá están los caminos, vamos". Y por encima del libro gigante, mientras Don Quijote y Rocinante recorren sus caminos, van apareciendo molinos de viento, una iglesia, ovejas. Cuando se cruza con Sancho Panza, su fiel escudero, los niños se ríen a carcajadas. De pronto, otra vez la oscuridad y una luna que se asoma. "¿Es una luna llena? ¿y el chiquito?", se escucha bajito. Allí, en la luna, se ven la sombras de Don Quijote y su amada Dulcinea.

El espectáculo avanza entre risas y muñecos. No hace falta ser Don Quijote para creer que un molino de viento es un gigante y que un muñeco puede tener vida propia. Los niños en la sala lo creen. Todos, en realidad, por una hora y quince minutos, creen en las fantasías de un ingenioso hidalgo que sueña con un mundo más justo. Porque, en definitiva, de eso se trata este espectáculo, de entregarse y de creer.

Cuando termina, Javier agradece que el público los haya acompañado. Los niños se sacan fotos con Don Quijote, le dan la mano, lo abrazan, le hablan. Aunque comprueben que es un muñeco, ellos todavía creen en él.

LOS MUÑECOS SALEN POR LOS BARRIOS.

Una obra para grandes y chicos que recorre las salas.

En la compañía Cachiporra son siete integrantes: Javier Peraza y Ausonia Conde, Primavera Peraza, Javier Ernesto Peraza, Martín Peraza, Ernesto "Pipo" Esperanza y Rodrigo Esperanza. Ellos son tres generaciones de una misma familia que comparten una misma pasión: el teatro de títeres.

Si bien el espectáculo Don Quijote de la Mancha se está presentando en el teatro El Galpón durante las vacaciones de julio, es una obra para todo público. De hecho, son muchos los adultos que van a la función sin niños.

Estarán en El Galpón el próximo jueves, viernes y sábado, a las 15.00 horas y las entradas salen $ 300.

Luego, el espectáculo recorrerá distintos barrios de Montevideo, funciones que también forman parte del Programa de Fortalecimiento de las Artes.

Durante las vacaciones de setiembre realizarán dos funciones en el Teatro Florencio Sánchez, del Cerro y en octubre se presentarán en el Centro Cultural de España.

Pero, además, la compañía ha realizado espectáculos exclusivos para adultos, como Fuenteovejuna, de Lope de Vega.

A su vez, han realizado textos propios, como Sopa, que partía de la pregunta: "¿Por qué algunos hombres deben someter a los demás haciendo uso del poder que circunstancialmente poseen?".

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La compañía Cachiporra funciona desde el 73. Foto: Francisco Flores.

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