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"Yo también he sido guitarrero"

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Poseedor de un discurso inquietante, solitario e inclasificable, este escritor y poeta uruguayo nacido en Treinta y Tres habla de su escritura, sus personajes, y critica al "nuevo uruguayo", ese compatriota entregado al hiperconsumo y a la euforia.

Gustavo Espinosa (Treinta y Tres, 1961) es poeta, ensayista, narrador y docente de Literatura. Sus novelas –China es un frasco de fetos, 2001; Carlota podrida, 2009 y Las arañas de Marte, 2012– han sido bien recibidas por la crítica y el público. En Henciclopedia el lector hallará una buena muestra de sus artículos, en formato digital. Su libro de poesía Cólico miserere fue ganador de los Fondos Concursables en 2008. Ha escrito Álvaro Buela que Espinosa “emerge con un discurso inquietante, solitario e inclasificable”, que conjuga la reflexión, la ironía, las imágenes insólitas y la musicalidad de las palabras.

POR QUE ESCRIBIR BREVE.

-Es difícil encasillarte: tus artículos abundan en metáforas, tus personajes filosofan, tu poesía es visceral y razonante. ¿Trabajo metódico o estilo natural?

-No tengo un estilo natural, si es que existe. Hay escritores cuya obra, siendo alambicada o barroca, pareciera fluir con espontaneidad: Neruda, o el último Bioy. Pero en mi caso todo se debe a la deliberación y el trabajo, aun los errores y tics. Hago mío el triple postulado de Don Hugo Bagnulo: trabajo, trabajo y más trabajo. Ese carácter transgenérico de la escritura al que te referís, tal vez se deba a que creo que lo poético, entendido como espesor estético y desviante del lenguaje, es lo que justifica un texto y lo que termina por hacer sentido, más allá de la mera decoración.

-En el Uruguay actual, de grandes editoriales y novelas largas –a veces alargadas– las tuyas son breves. ¿Es una opción?

-Eso que señalás es raro. Por un lado parece haber un imperativo de ser breve, de encender relámpagos efímeros de significado. En concursos y antologías se pone de moda la llamada microficción, los relatos que caben en un mensaje de texto, los hai-kus, etc. Por otro lado las grandes editoriales lanzan con gran éxito novelas muy gordas, como por ejemplo las de John Grisham, o las sagas que suelen leer con avidez algunos adolescentes (Harry Potter,Crepúsculo, etc.). Los concursos que dispensan más plata y prestigio también exigen corpulencia, parecen desestimular la intensidad. Si Los detectives salvajes de Bolaño hubiese quedado en las ciento treinta y siete páginas de la primera parte, no le habrían dado el premio Herralde, y no porque no sea, de por sí, un texto completo y muy bueno. Tal vez nos hubiera parecido poco serio; estamos convencidos de que no se puede canonizar algo tan chico. Yo fantaseo con escribir algo monstruoso y totalizador como Moby Dick; pero es sólo fantasía. Creo que lo que tengo para decir no justifica tantos cientos de páginas. Además, no tengo tiempo: debo lidiar con “las quinientas horas semanales” de clase, como dice Nicanor Parra.

-Tus títulos son eficaces, tienen la virtud de impactar. ¿Cómo los elegís?

-Me alegra que te gusten. Es una especie de compensación saberlo. Alicia Torres escribió que el título de mi primera novela (China es un frasco de fetos, cuyo origen he revelado a muy pocos, borracho) no era lindo. Ana Inés Larre Borges me contó que había demorado en leer mis libros porque la rechazaban los títulos. Sin embargo, ambas han sido muy amables y generosas conmigo y con mis libros. Para los títulos uso el criterio, quizás algo excesivo a mi edad, que señala Rorty para la metáfora: introducir una metáfora en un texto debe ser como interrumpir una conversación para besar o abofetear al interlocutor. Me hubiera gustado mucho que Gesualdo Bufalino no hubiera inventado la novela Perorata del apestado. No hubiese tenido que titular mi libro de poesía como lo hice [Cólico miserere, oclusión intestinal gravísima con vómito fecal, a la vez que alusión al Salmo 50, “Miserere”, cántico penitencial católico. N. de R.].

-Tus novelas son extrañas en trama, personajes y climas. En Carlota podrida… ¿cómo se te ocurrió tener a Charlotte Rampling secuestrada en una vieja fábrica de enanos de jardín?

-Los enanos de jardín se hacen o hacían en alguna parte. No es tan raro, entonces, que existan ruinas de esas fábricas, como las hay de frigoríficos o textiles. De hecho, en Treinta y Tres hubo un caserón muy grande y complicado, algo alejado del pueblo, rodeado de ese tipo de figura, las que -según parece- se habrían fabricado allí en alguna época. Cuando estuve allí, hace como treinta años, era un conventillo; casi tuve que irme a vivir ahí. Sin embargo, es verdad que resulta (y más designado así: la fábrica de enanos) algo barroco. Quizás hoy, siete años después, no usaría esa locación: se parece demasiado a los trucos del realismo mágico, a pintoresquismo para turistas literarios.

-Tus novelas terminan en desastre. Sin embargo, algunos personajes, – Román Ríos y Viali Amor, de Las arañas de Marte, la loca Marisa de Carlota podrida– conservan una rara dignidad.

-Román Ríos es un mártir involuntario y absurdo, martirizado a pesar suyo. Siempre lo pensé así. La novela transcurre en dictadura, y hubo casos como ese, no reductibles a lo político-público: alguien torturado hasta la destrucción o la locura sólo porque no tenía nada que informar o porque era amante de la mujer de un oficial.
Con Viali y la loca Marisa me pasó eso que he oído y leído de muchos narradores: que el personaje crece solo y va tomando matices o dimensiones que el creador no tenía planeados. El autor queda fascinado por el personaje, y a veces contagia al lector esa fascinación. Pero hay que cuidarse, para no ser como el enamorado que habla maravillas de una mujer que a los demás les parece fea o estúpida.
Quise que Viali tuviera algo de la inocencia patética de Billie Holiday, o de Karen Dalton o de ciertos momentos de Janis Joplin. Viali y Román son artistas, medio arrastrados por el fango, pero con despojos de integridad de artistas; más que ternura o compasión, me produjeron alegría y respeto. Ojalá haya podido transmitir eso a través de ellos.
Sin embargo, el personaje de Las arañas de Marte que siempre se mantiene fiel a su propia vileza, y a su naturaleza de comediante y régisseur (como bufón de carnaval y luego como predicador) es el Petiso Simonetti. Quise darle una grandeza copiada de Arlt o de Onetti.

-Tenés personajes femeninos interesantísimos, pero Pocha, la giganta callada que acompaña a Simonetti, es inquietante.

-Melville dijo que Hawthorne le había revelado mucho que él mismo no sabía sobre Moby Dick, haciéndolo pensar acerca de cosas de su propio libro, sobre las que no había meditado antes. Supongo que nos pasa a todos; por eso nos gusta conversar de lo que hemos escrito. Algunos lectores, entre ellos mi mujer, me han hecho ver eso de las mujeres en mis relatos: en la primera novela, uno de los hilos conductores es una mujer gorda secuestrada; en Carlota podrida el tema principal es una mujer flaca secuestrada, pero además la otra mujer importante del libro también va presa. En Las arañas… las mujeres acaban encarceladas y torturadas (en eso hay alguna base real). He pensado sobre el asunto, pero por el momento lo que se me ocurre pertenece al campo de la falsa psicocrítica barata. Quien deba escribir una monografía sobre el tema, tiene paño para fabular y talentear mucho. Como yo no tengo que presentar ningún paper académico, puedo decir que son casualidades. 

Pocha, al principio surgió como contraste visual entre su tamaño y el Petiso Simonetti; luego le fui asignando otros papeles secundarios. Acaso venga de una mujer de gran tamaño que estuvo en los prostíbulos de Treinta y Tres. Le decían "La Benny Hill".

-En tus novelas es común que personajes cultos interactúen con marginales (o sean las dos cosas a la vez). ¿Qué te lleva a insistir en eso?

-Hace unos cuantos años el Uruguay generaba, también en los márgenes y de vez en cuando, personajes ilustrados o con apetito de ilustración. Tal vez se debiera a una educación pública universal y de cierta calidad. Esto podía causar cierta angustia bovarysta en aquellos individuos que tenían acceso y deseo respecto de las “creaciones del espíritu”, pero también conciencia de su insignificancia en el mundo real. Estas situaciones anómalas, que hoy no se producen, crean una frontera, y la posibilidad de un contrabando lumpen-letrado, muy fértil para la literatura.

-¿Cuánto hay de Gustavo Espinosa en Quique, el protagonista de Las arañas de Marte?

-Demasiado: yo también he sido guitarrero, aunque peor que Quique. La relación algo oblicua o distanciada con la militancia política, también es común a ambos. Quise poner también en ese personaje algunas cosas que yo hubiese querido ser, y otras, como el académico anodino en que se convirtió, que siempre temí o rechacé. Por otra parte, creo que en el muchacho tullido, refugiado en el rock sinfónico y en los libros de Editorial Minotauro, también hay algo de mí.

LA URUGUAYEZ Y LA VIDA.

-En tus artículos y ensayos sos crítico sobre el país y su gente, en especial a partir de los ‘90.

-Nunca quise hacer “crítica de costumbres”. Siempre -o casi- traté de dar cierta dimensión política, o de trazar analogías que permitieran una modesta construcción de sentido, o encontrar relaciones más o menos novedosas entre algunas prácticas o situaciones naturalizadas y ciertas ideas o totalizaciones. Por otro lado “el ser nacional” es una ficción, una construcción maleable, cada vez más difuminada en la globalización. Hay, sí, algunas tradiciones uruguayas muy relevantes en la construcción de algo como una identidad, por ejemplo, la educación pública, que justamente a partir de los ‘90 comenzaron a ser aplastadas. Igual que se puso de moda decir que haber ganado el Mundial del ‘50 había sido una desgracia, comenzó a ser parte del sentido común que el universalismo civilizatorio que alguna vez impulsó la educación y la cultura nacional, eran una debilidad, un lastre o una estupidez. Así, aquello que aún en su carácter de ficción fue una imagen verosímil y políticamente funcional de nosotros mismos (uruguayos austeros, críticos, politizados, mesocráticos), se convirtió en un idiota sonriente entregado al hiperconsumo y la euforia, algo llamado “el nuevo uruguayo” por los publicistas que han ayudado a instituirlo.

-En un articulo sobre el Hospital de Clínicas escribiste que “Esa mole cariada, insomne como un velorio descomunal en la noche montevideana, es el monumento funerario a lo que pudimos haber sido, al futuro muerto”. ¿De veras creés que pudimos haber sido un país a tono con esa grandeza?

-Lo que he escrito en ese y otros artículos es que hubo un impulso hacia cierta desmesura, cuya materialización bien pudiera estar representada por construcciones como el Palacio Legislativo, el Palacio Salvo, el Centenario. Como ese impulso fracasó, hoy lo vemos como delirio megalómano. Y esa visión de nuestras ilusiones de grandeza fallidas proviene de un empequeñecimiento imaginario, de la sobreestimación de ciertas determinantes geográficas y demográficas: se ha dicho que carecemos de sentido de grandeur, que somos un país de cercanías, que corremos el riesgo de transformarnos en un país petizo, que somos un paisito. Es obvio que no fueron estas imágenes o interpretaciones las que han frustrado el desarrollo de nuestras grandes ilusiones; esto ha ocurrido por motivos geopolíticos y socioeconómicos. Pero creo que se podría haber encauzado mejor aquel desvarío engendrado en “el paraíso de los locos” como recuerda Real de Azúa que solían llamar al Uruguay de principios del siglo XX.

-En Carlota podrida mostrás el abismo entre la ficción que se nos vende y la realidad. Afirmás que al sofisticar y multiplicar el deseo hemos empobrecido el mundo. ¿Ves alguna salida?

-Para salir habría que hacer la revolución, pero parece que estamos ocupados en otras cosas, por el momento. Guy Debord decía, en los ‘60, que estamos en la sociedad del espectáculo, y debe ser cierto, porque Vargas Llosa lo plagió hace poco, y mucha gente lo celebró. [Se refiere a La sociedad del espectáculo, 1967, de Guy Debord, y a La civilización del espectáculo, 2012, de Mario Vargas Llosa. N. de R.] Lo curioso es que esos abismos de deseo insatisfecho no generan acciones, más allá de la adicción a las representaciones y simulacros del glamour, la belleza o la emoción. Ya hace mucho Sandino Núñez escribía su estupor ante la alegre indulgencia con que los vecinos de un barrio pobre de Rivera o Tacuarembó miraban un programa veraniego sobre la farra y el champán de Punta del Este, sin salir desaforados a incendiar todo.

-El personaje Quique en Las arañas de Marte concluye que la vida es espantosa. ¿Vos qué pensás?

-No soy fanático de esa convicción. Pero creo que más vale pensar así y aceptar con alivio las refutaciones que, de cuando en cuando, nos propone la vida.

EL PROFESOR ESQUIZOFRÉNICO.

-¿Cómo se llevan el poeta que vomita excrementos –según propia confesión en Cólico misere–  y el profesor liceal?

-Una de las cosas que más desgasta de la docencia, al menos tal como se la concebía antes de este apocalipsis posmo en que vivimos, es la necesidad de suspender nuestra propia existencia cada cuarenta y cinco minutos. Es un trance muy intenso que requiere mucha energía: salir de las contingencias triviales, de la propia ansiedad o alegría o tedio, e ingresar en una especie de domo que uno mismo debe fabricar, y en el que debe interceder entre algo llamado Dante o Cortázar y un grupo de adolescentes apenas alfabetizados. Suena el timbre y se abandona la burbuja por un rato, para luego volverse a meter, varias veces por día, en otras burbujas análogas. Agota, y calculo que si se hace con seriedad debe dejar secuelas igual de serias. Entonces, cualquier profesor, aun sin escribir Cólico miserere, está expuesto a esa suerte de esquizofrenia. Por otro lado ese sujeto coprolálico de los poemas muestra una fascinación, una pasión por el espectáculo barroco de las palabras, que también afecta al profe de literatura y que ambos (educador y vomitador de excremento) intentan contagiar. Finalmente: quien más, quien menos, es Mr. Hyde [se refiere la faz asesina del personaje central de la novela Dr. Jekyll y Mr. Hyde escrita por Robert Louis Stevenson en 1886. N. de R.].

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Gustavo Espinosa

con gustavo espinosaJuan de Marsilio

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