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Un insulto a la historia económica

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JORGE CAUMONT

Sesenta años después de obtener el doctorado en la Universidad de Columbia y de comenzar a enseñar en el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago, y treinta años después de lograr el Premio Nobel de Economía -año en que se retiró de la docencia en Chicago-, falleció en 2006 en Estados Unidos el para muchos, más influyente economista del siglo XX: Milton Friedman.

Muy cuestionado por comunistas y socialistas, por todos aquellos apegados a la indefinida e inconformista izquierda latinoamericana e inclusive por quienes en el ámbito empresarial gozaban de las dádivas de gobiernos complacientes, Friedman no escatimó esfuerzos para vencerlos en el debate y en la polémica. Sus enseñanzas han sido llevadas a la práctica por los países más exitosos económicamente, desde Inglaterra hasta China, desde Taiwán a Chile, desde Hong Kong a los países del Este europeo. Incluso han sido adoptadas -consciente o inconscientemente, parcial o completamente- por naciones gobernadas por acérrimos adversarios, empecinados como es su costumbre, en llamar de otra forma lo que simplemente predicaba el maestro de muchos economistas académicos y políticos de numerosas naciones. Algo que no le perdonan sus adversarios, entre las muchas cosas con las que disintieron aunque luego las abrazaran, es que en 1986 anticipara formalmente en Berlín Occidental, a escasos metros del muro, el réquiem al socialismo real. Fue en esa ciudad, en aquel año, cuando señaló el inminente desplome del comunismo soviético y de sus satélites.

CHICAGO. Friedman fue el símbolo de la Escuela de Economía de Chicago, pero no el único Nobel de sus integrantes. Un grupo de profesores no muy numeroso -el total de estudiantes en la Facultad no supera a los 150 alumnos en sus cuatro años de cursos- conformaba en su época lo que se ha dado en llamar, la Escuela de Chicago. Allí, profesores contemporáneos suyos como Hayek, Stigler, Becker, Lucas, Fogel, Coase, Schultz, Miller, Heckman, Prescott e incluso Mundell, también lograron el Nobel. Todos ellos y quienes no lo han logrado -ya sea porque fallecieron como Harry Jonson, o los que aún pueden obtenerlo, como Harberger-, son quienes como Escuela, más han contribuido a correr las fronteras del conocimiento económico, siempre con el método científico. No con la repetición de postulados difíciles de concretar en un mundo en el que los mercados trabajan eficientemente desnudando los fracasos del normativismo y del voluntarismo y en el que, como Friedman titulara uno de sus libros "no hay almuerzos gratis".

Vilipendiada y enjuiciada sin motivos por muchos, alabada, reconocida y recomendada por muchos más, la Escuela de Economía de Chicago y sus "Chicago Boys" tienen sus principios. Los que fueron emergiendo y consolidándose por el trabajo académico y en la práctica de Friedman y del grupo de profesores que han enseñado año a año en sus aulas. Esos principios son los que hoy se adoptan en el Reino Unido y en Estados Unidos o en la Europa continental ampliada y también en los países del sudeste asiático y en la propia China de Hu Jintao, quien envía estudiantes a Chicago para que internalicen esos principios cuya aplicación ha hecho resurgir a la más populosa economía mundial.

El principio fundamental de la Escuela de Chicago es el de la libertad económica. Lejos de ser un dogma o un capricho normativo, lo que encierra ese principio es que el mercado, funcionando libremente y sin distorsiones, es el medio comprobado por el que se solucionan los problemas sociales y políticos que otros sistemas no han sido capaces de lograr. Por eso es que surge el rechazo a las intervenciones gubernamentales absolutas, se inculca el capitalismo y se concluye que sin libertad económica es impensable la libertad política. Esa libertad económica que descalifica al intervencionismo estatal por distorsionante de las mejores relaciones económicas, por su ineficacia para brindar las mejores señales para la inversión, por su ineficiencia para administrar recursos y concretar la más justa distribución del ingreso y porque deja abiertas las puertas a la corrupción, es lo que los adversarios de Friedman y de la Escuela de Chicago más resisten. Es por otra parte, lo contrario a lo que fue básico en los esquemas económicos de naturaleza marxista o socialista, o sea, la planificación estatal, la determinación arbitraria de los precios, la intervención absoluta en la distribución del ingreso y todos sus corolarios: mercados negros, escasez, corrupción y pobreza. Sin embargo, tras los fracasos de esos esquemas y su colapso e incluso desde antes de la década final del siglo XX, la mentalidad de los opositores ha ido cambiando y el intervencionismo estatal se ha ido desflecando para dar paso a una mayor preponderancia de los mercados funcionando libremente.

EN AMÉRICA LATINA. En nuestra región las ideas de Friedman y de la Escuela de Chicago se han impuesto en los países que han mostrado, en relación con sus recursos naturales, los mayores avances. En Chile, en México, en Brasil, en Colombia, en Perú, en Uruguay y en la mayoría de las naciones de América Central y del Caribe, ya no se discute entre planificación y mercado, entre dirigismo y libertad económica, entre mayor protección arancelaria o libertad de comercio, entre inflación de costos e inflación impulsada por desaciertos monetarios, entre control de tasas de interés y de tipos de cambio y su libertad, entre mayor actividad empresarial estatal y en una mayor prescindencia en esa área, entre más nacionalizaciones y menos empresas privadas, y entre otras cosas por el estilo. Y todos estos países son, incuestionablemente, los que muestran también, un mayor grado de democracia política, de libertades individuales y de mayor respeto por la propiedad privada. No es el caso de los más retrasados y conflictivos cuando abstraemos sus recursos naturales y juzgamos sus realidades institucionales. Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina y algún otro de menor importancia, son naciones en las que, lamentablemente el liberalismo no entra y en las que es feroz el ataque a la Escuela de Chicago.

INEXPLICABLE. Cuando se observa esa realidad latinoamericana, uno no puede menos que asombrarse del éxito que tienen propuestas políticas o publicaciones de autores que todavía cuestionan la importancia de la libertad económica. Y más aún como cuando con muy escasa información se habla de la aplicación de políticas de corte liberal en América Latina "forjadas con métodos criminales", como lo hace una desconocida figura canadiense: Naomi Klein. Citada en la página 11 del suplemento Qué Pasa de El País del sábado 17 de mayo, ella maneja, según el contenido de la nota, inexactitudes que deberían ruborizar a muchos conductores de la política económica. Aquellos que aplican políticas mal llamadas "neoliberales" pero que entran claramente dentro del espíritu y de la filosofía liberal de la Escuela de Chicago y por supuesto de Friedman, a quien la autora descalifica soezmente por haber ido a Chile en una ocasión durante el gobierno de Pinochet a dar una conferencia en la Universidad Católica. Klein, como los comunistas y socialistas que pretenden su descrédito, no sabe que en "Capitalismo y Libertad", Friedman sostuvo lo que luego reiteró en otro de sus libros, "Libre para Elegir": que la libertad económica es condición necesaria para la libertad política. Ni el de Frei ni los sucesivos gobiernos han variado el rumbo liberal de la economía chilena, el mismo que le vale ser considerado desde hace ya muchos años, el país más próspero del continente.

Alan Greenspan ha dicho que hay poca gente a lo largo de todas las generaciones que tengan ideas lo suficientemente originales como para materialmente alterar la dirección de la civilización, y que Friedman ha sido una de esas pocas personas. Observando desapasionadamente, sin el lente ideológico lo que pasa en América Latina hoy, incluyendo a nuestro país cuyo gobierno se precia de lograr alta apertura al comercio internacional, que reconoce la necesidad de la empresa privada para crecer más, que descarta la nacionalización de empresas -sobre todo bancos- y que busca la forma de asociarse con privados, y que hasta desarrolla un programa de impuestos negativos al ingreso como propusiera Friedman para aliviar la pobreza -el Plan de Emergencia-, deberíamos aceptar que a Greenspan le asiste la razón.

|Opinión |

EXITOSO

Las ideas de Friedman se asocian con los países más avanzados

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