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Tres sobrevivientes inician acción legal

| De los cuatro uruguayos sobrevivientes del hundimiento del barco de bandera panameña, tres recurrieron a abogados porque la empresa nunca se contactó con ellos. Recuerdan la tragedia en la que murieron la mitad de los tripulantes. Algunos dicen que iban "regalados" y les resulta difícil seguir adelante.

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"Algo andaba mal, los animales comenzaron a caerse sobre nosotros y no se mantenían en pie", dicen. A puro instinto, nadie les dijo nada, saltaron al mar. | Tres de los damnificados señalan que la empresa nunca se comunicó para saber cómo estaban.

MAGDALENA HERRERA

Miren, aquí está Titanic", dijo Ruben, y le entregó la cinta a Nicolás. Los otros asintieron. La habían visto, algunos más de una vez, pero la historia de amor y tragedia protagonizada por DiCaprio y Winslet logró abstraerlos por tres horas, en la oscuridad de la noche, a 20 kilómetros de las costas de Siria. Para cuando finalizó la película, estaban prontos para dormir. A las dos de la mañana comenzaba otra jornada laboral para los uruguayos que se ocupaban de la sanidad de unas 20 mil cabezas de ganado trasladado en barco hacia Siria y Líbano.

Les faltaba poco para regresar a Uruguay. Habían zarpado el 28 de noviembre, llevaban 17 días navegando mar adentro y dos más anclados frente al puerto de Tartous, dónde esperaban primero orden de ingreso, y luego se demoraron por una tormenta que llevó a que el Dany F II, el carguero de bandera panameña que trasladaba a 83 tripulantes, se alejara aún más de tierra.

Ese jueves 17 de diciembre de 2009, los cuatro uruguayos se levantaron, se vistieron con los mamelucos de trabajo, se calzaron las botas de goma y se mezclaron entre el ganado, sabiendo que la tormenta no había cesado y que tampoco se preveía desembarcar ese día. La orden era lavar el barco, que tenía doce pisos bajo cubierta con corrales de ganado, seis de ellos herméticos dado que se encontraban bajo mar.

La tarea encomendada no les resultó extraña. Para Juan Pablo Acosta, médico veterinario de 34 años, éste era su noveno viaje en transporte de ganado. Su colega y compañero de facultad Nicolás Achard, de 35, también tenía tres experiencias. A sus 31, Ruben Darío Perdomo llevaba seis salidas en trabajos similares. El único primerizo era Guillermo Ríos, de 19 años. Pero durante la travesía ya se había lavado el barco un par de veces, por lo que tampoco se inquietó. Guillermo se deslumbraba con todo y sólo sentía algo de resquemor cuando se mencionaba el regreso en avión. Iba a ser su primera experiencia en el aire.

Por eso, mientras almorzaban, quizás todavía con Titanic en la cabeza, conversaron entre ellos sobre las posibilidades de sobrevivir frente a un accidente aéreo y marítimo.

-En el mar te podés salvar, te agarrás de cualquier cosa que flote y bancás- decía Ruben. Nicolás y Juan Pablo también opinaban sobre los riesgos. Recordaron la tragedia aérea francesa. Guillermo escuchaba.

Para las dos de la tarde habían participado del lavado del piso cinco, el cuatro y se encontraban en el tercero, diez abajo de cielo abierto. Ellos debían controlar el ganado, que no tuviera heridas o enfermedades, mientras otros tripulantes -paquistaníes y filipinos- con mangueras regaban el área de manera de sacar la materia fecal. Para esa labor, era necesario escorar el buque.

Pero algo estaba mal. Los animales se resbalaban, caían hacia un lado y atropellaban a los uruguayos. Igual continuaron con su trabajo hasta que se hizo imposible. El barco se inclinaba cada vez más y los animales no podían mantenerse en pie. Guillermo tenía una inyección en la mano que quedó clavada en un bovino que le cayó encima. Escuchaban fuertes ruidos de los pisos superiores.

-Algo anda mal, esto no es normal- dijo uno de ellos, y decidieron subir al piso seis que se ubicaba al nivel del mar. Todavía quedaban seis más para llegar a cubierta. Allí se encontraron con un mayor número de tripulantes, todos desconcertados. Incluso su jefe, un australiano, no supo dar respuesta. Tampoco se lo pueden preguntar hoy, ya que fue uno de los 43 tripulantes que murió en la tragedia marítima.

Por una puerta entraba agua de olas de tres y cuatro metros. El segundo oficial pidió a unos paquistaníes que la cierren, pero éstos no se animaron. Los uruguayos pelearon con la puerta hasta cerrar las mariposas. Ensopado, Ruben miró hacia los corredores y vio que el agua seguía ingresando por otras áreas. Para ese entonces, ya les llegaba a las rodillas.

Nicolás interrogó confundido al ruso responsable de la estabilidad del navío. Éste le dijo en inglés: "Querían lavar, acá tienen".

El caos. No hubo sirenas, alarmas o persona alguna que les dijera qué hacer. Por puro instinto, los uruguayos decidieron correr por una escalera caracol hacia arriba, seis pisos más, hasta cubierta. La tripulación se empujaba, caía, volvía a levantarse y hasta se colgaba de la baranda para lograr salir más rápido. El pánico reinaba. Pero peor fue cuando llegaron a cubierta y vieron que muchos de los botes y salvavidas se habían desprendido y caído por la inclinación del barco. La tormenta y la carga viva no ayudaban para nada.

Los uruguayos fueron a otra cajonera con salvavidas, quedaban muy pocos, y se los pusieron. Allí, escalando por una cuerda, intentaron trepar hacia la proa y lograron llegar al vértice del buque. Para cuando el barco se acostó por completo, el caos era total. Sabían que quienes habían quedado atrapados adentro ya no podrían salir. Pero, pese a todo, caminaban por el lateral sin creer que esa mole se hundiría. Además, todavía estaban muy alto del mar como para zambullirse, aunque la idea rondaba en sus cabezas. Pero pensaban que el agua se tomaría su tiempo para tragarse el barco, si es que lo hacía. En minutos, sin embargo, comenzó a bajar y bajar, y a levantarse de punta.

-Atate el salvavidas y sacate las botas que nos vamos al agua- le dijo Nicolás a Guillermo.

-¿Qué hago con estos antibióticos?- le preguntó el joven de 19 años. "Tiralos", le dijo Nicolás, quien sentía que si el barco seguía hundiéndose quedaría muy de punta como para tirarse sin que los chupara. Atrás, Juan Pablo no daba crédito. "Algo quedará sobre la superficie, y ahí voy a estar yo", pensaba. Más adelante, Ruben había quedado separado de sus tres compañeros. Vio en el agua una balsa y sin reflexionarlo se tiró. Atrás de él se lanzaron un ruso, filipinos y paquistaníes.

Casi en simultáneo, Nicolás decidía lo mismo en otra área del barco, al ver una balsita en el mar. "Vamos", le gritó a Guillermo, quien lo siguió. Hasta ese momento, nadie imaginaba que el más joven de todos no sabía nadar. Juan Pablo, ya ubicado en la punta, fue uno de los últimos en zambullirse, siempre con la esperanza de que el buque no se hundiera del todo. Pero no le quedó otra y saltó. Media hora demoró en desaparecer el Dany FII desde que los uruguayos subieron a cubierta.

Los segundos de diferencia entre uno y otro salto no impidieron que el mar los separara por completo. No se volvieron a ver, salvo Nicolás y Ruben a lo lejos y apenas por unos instantes. Luego se perdieron entre olas de tres y cuatro metros, ganado flotando, paquistaníes y filipinos que gritaban "Alá", tragando fuel oil que se desprendía del buque mientras éste se hundía a toda velocidad y presión, reventando ventiladores. Ese ruido alarmó a Nicolás y lo hizo voltear por única vez la cabeza hacia atrás.

EL DESTINO. De decisiones rápidas, Ruben Perdomo fue de los primeros en zambullirse. "Después comenzó a tirarse la tripulación. Y en ese gomón que era para 5 personas máximo, en pocos minutos había 25. Imaginate, se hundió, lo que hacíamos era mantenernos parados en él pero con el agua al cuello", recuerda hoy.

Por casi dos horas sobrevivió así, entre una veintena de personas desesperadas que se colgaban unos de otros, se agarraban, gritaban. Sabía que si seguía allí se ahogarían todos. Y no estaba equivocado: únicamente sobrevivieron seis. Sobre las cinco de la tarde cayó la noche y la situación empeoró. A lo lejos, vio el lomo de otro bote y junto a un ruso se tiraron tras él. "Por horas no vimos nada, comenzó a llover y caer granizo. No sabíamos si se habría informado que el barco se había hundido y si alguien iría a rescatarnos. Pero por lo menos sabíamos que no nos íbamos a ahogar, nos moriríamos de frío pero no ahogarnos". Ocho horas estuvo en el mar, congelado, acalambrado; a lo lejos divisaba luces por lo que no perdía la esperanza. "Te entra como un sueño, no sé si es la hipotermia o qué. Con el ruso conversábamos sin parar, y hacíamos señas, gritábamos, nos movíamos para no morir de frío".

Nadando con muchísima dificultad, Nicolás Achard llegó hasta una balsita que se encontraba a cien metros del Dany FII. "Es horrible nadar con salvavidas. Después me enteré que había que hacerlo de espalda. Pero llegué, había tragado fuel oil, enseguida vomité y me sentí mejor. Fue espantoso porque mientras nadaba tampoco podías ayudar a nadie porque te ahogabas. Cuando subí al bote, vi el de Ruben con veintipico de personas que me hacían señas. Remé con las manos para llegar, pero las olas no me dejaban. Al ratito los perdí de vista. Empecé a tocar el fondo y encontré una bolsa plástica con unas bengalas y bombas de humo. De la desesperación las tiré todas. Incluso, una bengala me salió al revés y casi agujerea el bote. No tenía idea cómo se tiraban. Ya no se veía nada, era noche cerrada". Nicolás empezó a sentir gritos de gente y ver lucecitas en el agua de los chalecos salvavidas. Remando, encontró a dos filipinos flotando y los subió. Se impresionó al verlos completamente negros, con todo el cuerpo cubierto de fuel oil. "Estábamos asustados, pero no teníamos frío todavía. Pero cuando empezó a llover y granizar la cosa se puso difícil. Lo que caía estaba helado. Como a las tres horas vi a lo lejos un barco que daba vuelta y comenzamos a gritar desesperados. Pero no nos vio. Luego, se empezó a acercar un crucero gigante. El filipino se sacó el chaleco que tenía luces y lo zarandeaba. Pero luego se alejó. Después nos enteramos que era un buque carguero de autos, que sintió el llamado de auxilio y fue a rescatar gente. Pero era tan grande, y supongo que no imaginaba que estábamos todos desperdigados, que en vez de salvar se chupaba a la gente. Así que se alejó, por suerte". Al principio se tenía fe pero las horas lo fueron desalentando, ya tiritando de frío y acalambrado. "Dame fuerza viejo desde allá arriba", le pedía a su padre mirando el cielo. Sólo esperaba que llegara la mañana siguiente, con la esperanza que con luz los encontraran.

Como fue uno de los últimos en tirarse, Juan Pablo Acosta sintió que el barco lo chupaba. Rochense y surfista, la experiencia le recordó otras revolcadas. "Por supuesto que en otra magnitud y riesgo, pero en cierta medida lo había vivido. No sé cuanto tiempo estuve dando vueltas abajo". Pero no vio ningún salvavidas y sólo flotó hasta que se hizo la noche. De pronto encontró dos remos, se colocó uno debajo de cada brazo y así pasó las siguientes siete horas y media con calambres, frío, lluvia, granizo, subiendo y bajando olas de tres metros. "La situación era dantesca pero doy gracias a Dios que mi cabeza siempre estuvo bien, nunca me desesperé. Yo pensaba: acá no me voy a morir, me quedan diez mil cosas por hacer entre esas casarme en febrero (lo hizo el fin de semana pasado). Nunca me entregué".

El coraje de Guillermo, quien no tenía experiencia alguna en el mar, fue incuestionable. Saltó pocos segundos antes que Juan Pablo, pensó que el buque se le caía encima y también fue revolcado. Tanto que pensó que su compañero que venía detrás había sido chupado por la presión. "Todo el agua estaba sucia de fuel oil, muchas cosas flotando, colchones, tanques de oxígeno, ovejas. De pronto vi una tabla y me agarré. Era tal mi desesperación que intenté sentarme en ella pero claro, estaba engrasada, y me resbalaba. Habré estado así una hora, sólo sentí los gritos de un paquistaní: `Alá, Alá`. Hasta que vi un bote de emergencia, comencé a ayudarme con las manos. A diez metros me largué de la tabla y empecé a patalear y bracear hasta que llegué, intentaba subir pero no podía porque no tenía apoyo, había muchas olas y estaba muy cansado y acalambrado. Finalmente lo logré. Habré estado cinco minutos en que se me venían imágenes a la cabeza de todo el mundo que conocía, mi familia, pero después vomitaba y vomitaba, y quedé como inconsciente, no sé. En una me despierto y veo un barco desde el que me gritan, me tiran una piola. Pero no podía mantener los ojos abiertos, me volvía a dormir. Veía otro barco pero se me cerraban los ojos".

Tierra firme. De los 83 tripulantes que llevaba el Dany FII, 40 fueron rescatados con vida, entre ellos los cuatro uruguayos. Esas siete u ocho horas en el mar fueron eternas, coinciden todos. Pero, finalmente, los focos de distintos barcos lograron divisarlos. Uno de Naciones Unidas, que patrullaba la zona, rescató a Nicolás y a Ruben, quienes fueron atendidos inmediatamente, y a la mañana trasladados en helicóptero al aeropuerto de Trípoli, en Líbano. Horas antes les habían permitido llamar a Uruguay. "Llamá tú primero", decía Ruben. "No, llamá tú", respondía Nicolás, quien imaginaba que su familia era ajena a todo. "Qué los voy a llamar, son las 5 de la mañana allá, despertarlos, decirles que el barco se hundió". Finalmente, ambos terminaron entre lágrimas hablando con sus familiares. Cuando llegaron a tierra firme, los esperaba otro equipo militar, y combis de la Cruz Roja que los trasladaron a toda velocidad al hospital. "Slowly (despacio)", les decía Nicolás.

Otro buque más pequeño dio vueltas alrededor de Guillermo hasta que logró que éste se incorporara. También tuvo los primeros auxilios necesarios, hasta que una lancha lo trasladó al puerto de Tripolí. "Me querían hacer saltar tres metros sobre el agua, pero yo ni loco. Recién cuando la acercaron bien, salté", cuenta hoy entre risas.

La felicidad mayor fue cuando vio que un barco le hacía cambio de luces. Fue entonces que Juan Pablo sintió tranquilidad. Estuvo como media hora en el mar, las olas impedían que pudiera subir, hasta que lo logró y fue trasladado al puerto.

Los uruguayos se reunieron en el hotel destinado a los sobrevivientes. "Sí, nos abrazábamos porque estábamos bien. Pero el ambiente era horrible. Imaginate, hablaban de los cuerpos que iban encontrando, de los que estaban desaparecidos", dice Nicolás.

Ahí se enteraron que el capitán británico y el jefe australiano no habían sobrevivido. "Un filipino que estaba en el puente de mando le llevó un salvavidas al capitán, pero él le respondió que se fuera, que se quedaría pidiendo ayuda. Gracias a él vinieron los barcos a salvarnos", añade.

sorpresa y acción legal. No fue hasta hace unos veinte días que tres de los sobrevivientes, Nicolás, Ruben y Guillermo, consultaron abogados. Primero, porque no se les había pagado el sueldo pero, por intermedio de Juan Pablo, lograron que se les depositara. "Ni habíamos pensado en eso, siempre esperando que la empresa se contactara. Primero esperamos porque pensamos que estaban con lo del accidente. Pero pasaron los meses y nada. Nunca una llamada para saber cómo estábamos, si necesitábamos algo, qué habíamos perdido", señala Nicolás, y Ruben agrega: "Lo que pasó no fue chiste, sino muy grave, vimos morir gente. No nos preguntaron si precisamos ayuda. Tampoco lo hacen con las familias de la gente que murió. Me parece que una vida vale más. Parientes de australianos, paquistaníes, filipinos, nos mandan mails pidiéndonos información sobre lo último que sabemos. Me cuesta recuperarme de sólo pensar en toda esa gente que murió ¿Y si hubiera sido uno de nosotros?".

Guillermo también tiene momentos de bajón, como cuando vio por primera vez fotos del barco. "Me invitaron a la playa este verano, pero no quiero saber nada de agua. Me va a marcar esto, y creo que voy a valorar todo más. Pusimos abogado; lo único que siento como mío son las cosas que perdí, no tienen mucho valor pero las hice con mi trabajo. Después, lo que viví no se paga. Si hay un dinero, bienvenido, pero nunca va a sustituir lo que me pasó".

Hay un antes y un después, asegura Nicolás. "Me doy cuenta que íbamos regalados. No había médico en el barco, íbamos como pasajeros y no tripulantes para que no se pagara no sé qué cosa, y además porque de lo contrario nos tenían que dar cursos para justamente situaciones como ésta. Realmente pienso o hablo de esto y me pongo nervioso. Antes del accidente, tenía pactado ir en otro viaje con esta empresa. Pero ahora no me subo más a un barco. Nunca más".

Tormenta, carga viva y ¿error humano?

Juan Pablo Acosta cree firmemente que las condiciones climáticas y la carga viva determinaron el hundimiento del Dany FII.

"Pienso que fueron causas naturales, si hubo error humano nunca lo vamos a saber porque el capitán falleció. Sí, los demás sobrevivientes se han puesto abogado pero yo no. No voy a reclamar nada, no tengo nada que reclamar. Doy gracias a que estoy vivo, que fue una experiencia que me pasó y sigo trabajando para la empresa. Fue un accidente como le puede pasar a cualquiera. También doy gracias a Dios que no he tenido ninguna secuela psicológica ni nada, y se me siguen presentando oportunidades de trabajo. Además voy a ser padre. Todo está encaminado", confiesa Juan Pablo.

Nicolás Achard cree que se mezclaron causas naturales con error humano, pero advierte que eso debería determinarlo un ingeniero naval. "Lavar un barco en esa tormenta, con muy poca ración que quedaba -que le daba estabilidad al barco- quizás no fue una buena decisión. Pero la tormenta también influyó, y al llevar carga viva, fue imposible dominarla una vez que se inclinó el buque".

A Guillermo Ríos no le interesa saber los motivos. "Pah... para mí fue la tormenta. Yo en ese tema no entiendo y la verdad que no me interesa tampoco. No me cambiaría nada saber si fue natural o error humano".

Ruben Perdomo confiesa que de barcos no sabe nada y que no puede decir si hubo o no error humano. Sólo sabe que "la tormenta era muy grande, las bodegas estaban con poca ración y agua ese día, y el barco siempre se inclina."

Lo que sí siente es que deberían haber respuestas para todos esos familiares que perdieron a seres queridos en el mar. "Si yo, que sobreviví, no hay un sólo día que no piense en eso, no quiero ni imaginar lo que está pasando esa gente. Nos mandan fotos de filipinos y paquistaníes para ver si los reconocemos, y sabemos algo de ellos. La hija de nuestro jefe australiano se comunicó con nosotros, y nos pidió que le enviáramos todo lo que pudiéramos. Así que le mandamos videos de viajes anteriores. Era un tipo excelente. Es terrible que se haya muerto gente y nadie se preocupe por ella. Yo, por mi lado, voy a seguir trabajando... La vida sigue. No queda otra", dice algo triste desde 25 de Mayo.

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