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"La masa odia el pensamiento reflexivo"

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Daniel Mella

ADEMÁS DE ser escritor y padre de tres hijos, Sandino Núñez (1961) toca el bajo (tiene uno enchufado en el estudio, cerca de la computadora), cuenta con más de media docena de libros en su haber y es, para el que haya visto su programa de televisión Prohibido pensar, "el filósofo de la tele". El día de nuestra entrevista me sorprendieron dos cosas: que fuese más flaco que en pantalla y que su voz sonara igual. Es la voz de un profesor, de un orador. Va administrando sentido a sus frases largas y sofisticadas mediante variaciones y quiebres súbitos en la entonación. Esa intensidad, que se manifiesta en sus textos y exige una participación total de quien lo oye y de quien lo lee, es inseparable de lo que tiene para comunicar.

INSTITUCIONES.

-Tu dicción es vigorosa, consciente de sí misma. ¿Te pasa que la escritura te lleve a decir tal o cual cosa al punto de que ponga en riesgo la ilación lógica?

-

Tengo cierta contradicción entre la escritura y la idea, digamos, pero a niveles muy rudimentarios, superficiales o prácticos. Pues se entiende que la separación escritura-idea es artificial y mitológica: la escritura y el pensamiento son, en cierto modo, coextensivos, y por lo tanto la capacidad metaforizante o dramática de la escritura no es algo que tenga límites claros con nuestra capacidad de pensar, conceptualizar o trazar mapas lógicos. El género ensayo es bastante claro en ese sentido. De todas formas, y por otra parte, la escritura no deja de insistir con el mito de que tiene algo del orden de lo artesanal, que parece depender del ánimo, del entusiasmo, y aun del cuerpo, por así decirlo. Algo un poco loco, o incivil, por lo menos, que parecería anterior a la propia capacidad de pensar: cuando una línea metafórica es fuerte funciona como una especie de agujero negro que atrapa todo en su enorme fuerza gravitacional. Ahí es donde uno es, si puede decirse, víctima de su escritura. Pero al mismo tiempo se experimenta cierto placer romántico en ser esa víctima, se experimenta cierta voluptuosidad, por decirlo así: fui atrapado por algo más fuerte que mi propia capacidad de razonar, y sin que ese "algo más fuerte" deje de pertenecer al pensamiento mismo. Es el punto preciso de cierta creatividad, creo yo.

-¿Enseñaste en Humanidades?

-

Sí, pero la vida académica o la docencia institucional no eran para mí. Lo "más pior" era la lógica administrativa de la Universidad. Tener que competir con Mengano o Zutano cada vez que querías una ampliación horaria, u otro grado o concursar para un fondo... en fin. Si de cada hora tengo que gastar cincuenta minutos en hacerme aliado de Tarmangano o en pelearme con Perengano, para mí es una ecuación que no cierra.

-¿Se puede funcionar potentemente como intelectual perteneciendo a un organismo público como la Universidad?

-

El tema, insisto, es menos doctrinario que burocrático. El problema es menos cuánto adhieras a los cuerpos de doctrina con los cuales impensadamente te comprometés ni bien tomás un puesto público, sino más bien cómo te dejás absorber por esa estructura impersonal -por "la banalidad del mal", como diría Arendt: esa estructura coreográfica y ritual del propio servicio público. Además, una institución, por definición, está hecha para parir gente mediocre, por el solo hecho de que nadie puede superar el techo de la institución, pues la institución se debe perpetuar a sí misma. De algún modo el tema del Estado es ése. Es como una religión sin credo. No tenés por qué estar de acuerdo con su doctrina -entre otras cosas porque no tiene doctrina. Sólo tenés que bailar su coreografía. Y aunque educar está en las antípodas, pues tiene que ver con ese momento ideal en el cual el propio maestro es superado por el discípulo en nombre de la educación misma, la institución educativa está llena de dispositivos destinados a asegurar que la relación entre el maestro y el discípulo sea estable. Eso que está destinado a asegurar la sobrevida del vínculo es lo que mata al mismo vínculo y por lo tanto mata a la educación.

-¿Qué clase de alumnos tenés ahora?

-

Psicólogos, profesionales, estudiantes universitarios. Hay bastante gente joven, cosa que me deja contento y orgulloso.

DESTITUIR LA VERDAD.

-¿Te analizaste alguna vez?

-

No. Hice una especie de intento, tuve dos o tres entrevistas que terminaron en un profundo aburrimiento, y no seguí.

-¿Necesitabas ayuda?

-

Andaba un poco mal. Perdido, borracho. Me dije: si hay un momento para hacerlo es éste. Pero no logré engancharme. Faltó esa cosa que llaman transferencia, calculo yo. Entiendo que uno de los axiomas de la terapia es creer que hablar de uno mismo es interesante. Si uno no cree eso, la cosa es difícil.

-Vos usás mucho a Freud.

-

Sí. El psicoanálisis tiene una enorme potencia filosófica. Tiene que ver con una teoría del sujeto que me parece filosófica y políticamente fuerte. Ahora bien: tengo la impresión de que muchos psicoanalistas son los primeros en no entender esa dimensión teórica que tiene el freudismo. Ellos entienden que el psicoanálisis es una terapia que, en el mejor de los casos, se puede generalizar. Yo en cambio prefiero verlo como un dispositivo de socialización, o, si se prefiere, de subjetivación. El propio Freud decía que había tres tareas imposibles: educar, gobernar y analizar. Y no lo decía porque sí. Lo decía porque hay una profunda afinidad entre esas tres prácticas. Son tres formas de subjetivar los cuerpos, de socializar los cuerpos. Son tareas imposibles porque está claro que ningún cuerpo es totalmente socializable. Siempre tiene que haber un resto no socializable. De lo contrario toda curiosidad, todo deseo se apaga. Esa curiosidad que uno siente por el otro, o por sí mismo, en tanto que sujeto, debe ser por definición interminable. Nosotros mismos en tanto sujetos somos esa tensión entre el enigma que somos y la posibilidad de pensar ese enigma.

-¿Sujeto no es lo mismo que individuo?

-

No. Individuo es una categoría clasificatoria empírica. Sujeto es un concepto (político o filosófico). Clásicamente, adopto la perspectiva cartesiana y crítica del sujeto-conciencia (sujeto porque es conciencia de su alienación, de su finitud, en fin). Ahora bien. No todo el que dice Yo

se erige como un sujeto. Queda bastante claro en estos tiempos en que rige este imperativo de la comunicación, cuando comunicarse significa perderse en la orgía pragmática de los intercambios comunicativos, y cualquiera de las redes sociales te genera la posibilidad de manifestarte como un yo, pero no existe ni la necesidad ni la posibilidad estructural de serlo.

Si vos sos Marcel Proust y decís Yo

a principios del siglo XX, estás encarnando la forma universal del Yo. Aparte de ser el yo individual, singular, de clase, etc., sos la encarnación misma de lo que Hegel llamaba el Espíritu Absoluto. Sos alguien que está en el lugar teórico exacto para decir Yo

. Ahora bien: no puede uno dejar de observar que Facebook te pregunta cada dos segundos en qué estás pensando, la gente cuelga videos o frases o posters

dando a entender que el tornasol imaginario de su interioridad es interesantísimo y puede ponerse a disposición de los demás. A eso me refiero con que hay una compulsión a decir Yo

sin que exista el menor sustento estructural para ese Yo.

-Ese sustento estructural, ¿implica que haya una reflexión antes de hablar, que haya una búsqueda de sentido?

-

Implica, además, algo que se ha ido perdiendo en la filosofía de los últimos treinta, cuarenta años, que es la pretensión de verdad. Cada vez que alguien dice algo y ese algo tiene cierta aspiración de ser inscripto en lo público, es porque tiene una pretensión de verdad, le guste o no le guste. Si vos decís "Toda verdad es relativa," está claro que ese enunciado no es relativo: lo universal se sitúa necesariamente por encima de tu propia inclinación relativista. El dogma multiculturalista hace que se digan boludeces del tipo "no hay una verdad, sino que hay múltiples verdades", y todo se convierte en una especie de pequeñas pulseadas narcisistas y por lo tanto se territorializa todo el problema del lenguaje. El problema entonces es que se destituyó ese lugar universal de una persona que toma la verdad como una responsabilidad, como si fuera un lugar autoritario, de poder. Hay una especie de horror al poder y a la autoridad. Asistimos hoy a una especie de destitución festiva de la verdad. Liberación ya no tiene tanto que ver con el sentido clásico de la palabra, la superación crítica, etc., sino con la voz inglesa release

, desatar, abolir, soltar las amarras, soltar el vuelo psicótico de las palomas en todas direcciones y en todos los sentidos.

EN EL CTI.

Sandino me pregunta, en su propia casa, si me molesta que prenda un cigarro. Después de once años de abstinencia ha vuelto a fumar. Primero un par por día, ahora siete, ocho. Le cuento de mis propias idas y vueltas con el tabaco, y le pregunto si cree que el dilema de fumar o no fumar desaparecería si no tuviéramos el concepto de que el cigarro hace mal.

-

Aquí se cuela la mentalidad sanitarista de nuestra cultura. El famoso biopoder. El biopoder es un poder que apela a la vida y a la defensa de la vida por sobre todas las cosas. Está claro que este axioma por el que la vida debe ser defendida es el mismo que lleva a cometer genocidios y desastres de todo tipo. El asunto del biopoder consiste en que vos sientas, permanentemente, que no es tu dignidad ni tu espíritu ni tu alma -para usar palabras viejas y pasadas de moda- los que son alienados por alguien, sino que es tu cuerpo lo que está siendo amenazado por algo. Y ese es un salto muy siniestro. Me vivo permanentemente como un cuerpo bajo amenaza. No como una conciencia alienada, tal como se planteaban los movimientos de liberación, sino como un cuerpo amenazado. Estoy amenazado por las enfermedades, las bacterias, los gérmenes que evolucionan, por los menores infractores, los temporales, el narcoterrorismo o los accidentes de tránsito, y por lo tanto me lleno de rituales obsesivos y entrego mi vida y mi cuerpo a manos de los expertos y pierdo totalmente la soberanía sobre mi vida. Es como estar en un CTI.

-¿No te da tranquilidad estar en manos de los expertos?

-

El discurso del experto o del técnico es una forma de delirio. Y la más peligrosa, en este momento. En Esta boca es mía

, un programa de televisión que es una especie de resumen maravilloso de las actuales formas decadentes de la política, invitaron a un técnico, un señor que es director de un centro de rehabilitación, a hablar sobre la marihuana. El tipo explica que los psicotrópicos actúan sobre el córtex cerebral, que es la última capa del cerebro, la más avanzada. Dice que hay formas de medirlo y saca unos resultados como de tomografías según los cuales queda confirmado que los opiáceos van directamente a enquistarse en el cerebro humano y por lo tanto nos pueden convertir en unos locos morales. Ahora, eso lo dice un universitario, un técnico. Esa ridiculez, ese absurdo. Y alrededor de ese absurdo se legisla. El problema es que entre esa palabra definitiva y la opinión de la señora de la esquina, que dice que la marihuana te vuelve comunista y la del fumeta que dice que vio a Bob Marley en un ovni, parece no haber un lenguaje que nos permita ejercer la soberanía, que apunte a nuestra propia capacidad de tomar decisiones. Ese lenguaje no debería ser confundido con una opinión o una expresión, pero tampoco con una verdad definitiva como la que mencionamos recién. Tiene que ser algo como una verdad. Algo que tenga pretensión de verdad. Lo que pasa es que es ingenuo y soberbio tener razón. El lugar de la verdad es algo soberbio. Da temor al ridículo sostenerla.

-Me hiciste pensar en cuando estás frente a la página en blanco y tenés toda la libertad del mundo. Después escribís la primera frase y ya estás atado.

-

Pero la verdadera libertad empieza cuando ponés la primera frase. Donde vos jugás verdaderamente la libertad no es en el papel en blanco. Esa forma ilimitada de la libertad es algo como lo opuesto de la libertad. La posibilidad que tenés de tomar decisiones dentro de algo que ya ha sido recortado previamente por vos mismo: es ahí donde tenés que ejercer efectivamente tu capacidad de crear, de ser soberano con respecto al lenguaje. Jugar el juego del sentido. Porque ya tomaste la decisión entre el sinsentido y el sentido. Desde el momento en que decís "era medianoche, la lluvia golpeaba los cristales", ya fuiste. Después, tu capacidad de elegir es poca pero tu capacidad de tomar decisiones es altísima. La elección es siempre trivial. Me pongo un vaquero o un pantalón de tela. Tomo Coca o Pepsi. Voto al Pepe o a Bordaberry. No interesa. Nada del orden de la verdad se juega ahí.

UN ACTO POLÍTICO.

-Decime algo como una verdad sobre la Ley de Medios.

-

No hay modo, hoy, de dar un paso hacia algo que siquiera remotamente pueda llamarse política si no es tocando ese enorme artefacto que es la industria medios-masa. El carácter estrictamente disuasivo que tiene la masa es el correlato del carácter espectacular hiperrealista que tienen los medios. Los dos han hecho un artefacto perverso, impermeable, hasta el punto en que los medios pueden decir que están dando a la masa lo que la masa quiere y pide. Y tienen razón. La masa, por lo menos en el sentido mediático que esa palabra tiene, nació pagana y pagana va a morir. Eso lo decía Baudrillard en los 70. La masa odia toda forma de trascendencia. Odia toda forma de pensamiento reflexivo. Odia cualquier forma que la conduzca a problematizar sus propias condiciones de existencia. Odia toda forma de conceptualizarse en sujeto, y está contentísima con la alianza que ha hecho con los medios. Hay una especie de máquina infernal que hay que desarmar y si ese artefacto, para ser desensamblado, exige como primer paso eso que se llama "ley de medios", bueno, que sea una ley de medios. Me parece bien una ley de medios. Ahora, no necesariamente tengo que pensar que una ley que proviene de un lugar con respecto al cual tengo también ciertas sospechas y precauciones (el Estado) sea efectivamente algo deseable, pero de todas formas ese algo, aunque no sea deseable, siempre es mejor a que no haya ese algo. Se ha creado un mundo jodido, territorial, posesivo, paranoico, muy erizado. El estado de hipnosis de la masa con relación al ícono, a la imagen de alta definición. La forma que tiene de entregarse pasivamente a la orgía del consumo y después clamar para que el Estado intervenga defendiéndola de los propios excesos. Que pongan guardias de seguridad, que redoblen el personal de la guardia metropolitana, que traigan médicos, sanitaristas y sexólogos. Tenemos una nueva doctrina de la seguridad nacional sin que haya habido un golpe de Estado ni una disolución de las Cámaras. Los que deciden nuestros destinos son los canales privados de televisión y la masa. Para cortar eso se precisa un acto político. Y mejor aún: llamemos acto político a todo acto destinado a desensamblar esa máquina, a todo lo que está destinado a introducir un corte, un antagonismo en la tendencia inercial que tiene la masa a gozar y entregarse pasivamente al cuidado de los expertos.

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