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El páramo del olvido

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Sergio Altesor

DESDE LA independencia los latinoamericanos nos hemos roto la cabeza tratando de desentrañar la cuestión de nuestra identidad. No ha habido hipótesis o teoría que no se haya presentado como solución al problema. Los rasgos de ansiedad que esa cuestión presenta entre nosotros tienen que ver con un largo y traumático proceso que comenzó con la Conquista. Para entender realmente lo profundas que son las raíces de este problema deberíamos echar una mirada histórica a la cuestión del genocidio, el saqueo cultural y la destrucción de la memoria en América Latina desde la llegada de Colón hasta nuestros días.

La conquista fue una de las mayores catástrofes que haya conocido la Humanidad: el genocidio alcanzó cifras de entre 70 y 100 millones de indios asesinados o muertos por epidemias introducidas desde afuera y alrededor de 6 millones de africanos muertos tras ser convertidos en esclavos. Ni Gengis Kan, ni Hitler, ni Milosevic, ni Stalin juntos pudieron matar a tantos hombres, mujeres y niños como los europeos en América. Un genocidio que los criollos continuaron durante los siglos XIX, XX y XXI. Y junto al genocidio la Iglesia católica persiguió a muerte toda expresión de cultura autóctona y toda memoria del pasado. Pueblos enteros arrasados y sometidos por la fuerza a la asimilación de valores ajenos, mil lenguas indígenas extintas, millones de obras de arte fundidas como metales preciosos o traficadas con el fin de constituir la base de colecciones privadas o institucionales en Europa y Estados Unidos, miles de tradiciones musicales desaparecidas, miles de asentamientos y ruinas indígenas destruidas y saqueadas, decenas de religiones extirpadas, cientos de códices quemados o robados, millones de quilómetros cuadrados apropiados, maravillosos ecosistemas destruidos, apoyo a dictaduras que persiguieron y asesinaron a sus adversarios por el solo hecho de pensar diferente, empresas europeas o norteamericanas que acallaron la resistencia a su explotación indiscriminada mediante la violencia cómplice de los gobiernos.

De todo esto trata El saqueo cultural de América Latina, de Fernando Báez (San Félix de Guayana, Venezuela, 1947), autor también de Historia universal de la destrucción de libros (2004), Historia de la antigua biblioteca de Alejandría (2003) y La destrucción cultural de Irak (2004, obra prologada por Noam Chomsky y por la cual las autoridades de los Estados Unidos lo declararon persona non grata).

El saqueo cultural... tiene la cualidad de ser tanto un exhaustivo trabajo académico como un enciclopédico libro de difusión. Báez despliega un volumen de información contundente y transita con fluidez a lo largo de la Historia para rastrear el origen de ciertas prácticas de dominación. El libro se presenta así como una telaraña que pone al desnudo la coherencia que ha tenido la acción de los centros hegemónicos sobre América Latina.

Es el caso del concepto "guerra cultural", cuya expresión global Báez ve en un informe de la UNESCO en donde se señala la enorme desigualdad existente en la producción de bienes culturales comercializados en el mundo. Originado en Alemania, el concepto también ha dado lugar a que se lo maneje en los centros hegemónicos como "choque de civilizaciones" y se encuentra en el espíritu de los documentos Santa Fe I (1980) y Santa Fe II (1985), destinados a justificar la guerra cultural dirigida por Estados Unidos en América Latina para combatir el marxismo en todas las áreas. Adquirió actualidad después de terminada la Guerra Fría y sirvió para diseñar la nueva estrategia hegemónica militar norteamericana, en donde se considera que las nuevas guerras no serán ideológicas sino culturales.

Páramo. No otra cosa que una guerra cultural total fue la que desataron España y otros imperios sobre estas tierras a partir de 1492. En ella se buscó aniquilar por completo las ricas culturas existentes y matar su memoria con el fin de facilitar la dominación y el expolio. Quizás pueda decirse que el genocidio, el saqueo cultural, el memoricidio y la depredación ambiental han convertido a muchas regiones del continente en verdaderos páramos. Sin embargo, no es en un sentido literal que el artista plástico Ernesto Vila (Montevideo, 1936) utiliza ese término. Vila vio desmoronarse su bagaje estético al encontrar que su experiencia y la de su generación: "…se habían sustentado en testimonios y conceptos, ideologías y filosofías acuñadas demasiado lejos de nosotros y en cuya construcción no habíamos participado." Pero desde una entrevista publicada en este mismo suplemento en el No. 559 de 21/7/2000, ha venido refiriéndose a su idea del "páramo" como una metáfora con la cual sintetiza la naturaleza, según él yerma y vacía, de nuestra identidad cultural.

Entrevistado ahora por Clio E. Bugel (Montevideo, 1971) en Páramo Beach, Vila tiene la posibilidad de despacharse extensamente sobre este y otros tópicos con su lenguaje metafórico y colorido. Bugel, que es analista de arte y curadora independiente, lleva la conversación hacia los temas que caracterizan la experiencia y el pensamiento de Vila. A través de lo que el artista le cuenta sobre los últimos años del Taller Torres García, su primer viaje a Europa, la cárcel durante la dictadura militar, sus recuerdos de infancia y su barrio, etc., se dibuja una línea diáfana en el desarrollo de su evolución estética. Cada uno de esos mojones de su existencia parecen ser fuente de una elaboración teórica que sorprende por su coherencia. Y por si esto fuera poco, el libro es capaz de mostrar el encanto personal del artista, la precisión de sus metáforas, su sentido del humor y las anécdotas con que sabe condimentar relatos y reflexiones.

La cárcel se presenta como un momento catalizador en la elaboración teórica de Vila. Aislado, sin materiales de trabajo, con prohibición de pintar, vigilado y acosado, el artista se encontró, como tantos otros, en un páramo cerrado donde sólo existían cosas mínimas y elementales. Trasladar esa experiencia a un contexto histórico le ha servido para explicar el panorama cultural uruguayo.

INFRAESTRUCTURA MÍNIMA. Como en la cárcel, en el páramo sólo hay cosas mínimas porque no hemos sido capaces de "producir nuestra propia infraestructura", una infraestructura desde la cual pensarnos a nosotros mismos. Pero en la experiencia de la cárcel está también la solución: la maravillosa capacidad de crear con elementos mínimos que desarrollaban los presos puso a Vila sobre la pista de su propio camino estético. El artista, nacido en un barrio obrero, que jugó al fútbol en la calle, tuvo un tío a quien admiraba, trabajó en una fábrica y se integró al Taller Torres García, tenía, si era honesto con su afán de autenticidad y consecuente con sus afectos, que desembocar en un arte mínimo. No en una especie de arte povera si no en un arte de las cosas mínimas que realmente tenemos en el corazón más desnudo del páramo que fue o es el Uruguay para Vila. Le dice a Bugel que vive este país como un naufragio de la identidad y que trabaja, no con lo que hay sino con los objetos y los pedazos de cosas diversas y deterioradas que la marea arroja sobre la costa después del naufragio. Piolines, papelitos, palillos, botellas y las imágenes de algunos vecinos y amigos del barrio natal, de su querido tío, de algunos desaparecidos y de ciertos personajes del culto popular como Carlos Gardel.

El lenguaje de Vila nos traslada a una racionalización del mundo propia de un intelectual de izquierda de los años 60. Y es que su planteo teórico conforma, como bien señala la propia Clio Bugel, "…una concepción ideológica, fuertemente localista y a la vez, ideal y utópica…". Para decirlo con otras palabras, el pensamiento estético de Vila está tan bien armado que tiene mucho del pulido propio de una construcción de laboratorio, aunque ese laboratorio pueda haber quedado en una celda. No hay duda que ese pensamiento funciona y es auténtico para Vila, pero lleva implícito en su radicalismo y en su valoración casi moral de lo que es nuestro y lo que no lo es, un riesgo dogmático. Estrecha demasiado el margen posible para que un artista pueda ser considerado auténtico. Y además, se trata de un pensamiento tan ideal que ni su propia obra ni su teorización podrían resistir ser puestas con rigor bajo esa lupa. Lo que lo salva de caer en el dogmatismo es que no pretende para nada imponer a los demás su purismo localista. Vila no es crítico con el comportamiento ajeno. En cambio es sumamente autocrítico con el propio, hasta el punto de aplicar sobre su propia reflexión y su práctica una afinada y consecuente exigencia ética. Eso le ha ganado el respeto de los habitantes del páramo.

El naufragio y el Estado lumpen. Ese "naufragio" del que habla el artista no es otra cosa que el saqueo y la violencia que comenzó a caer sobre este continente desde hace más de 500 años con la llegada de los españoles. Tanto el discurso de Vila como el de Fernando Báez se refieren a lo mismo desde dos ángulos diferentes y complementarios, aunque sus formas de operar con las herramientas teóricas son diametralmente opuestas. Vila ha aspirado a desembarazarse del legado cultural que le llegó de los centros hegemónicos para recomenzar su labor desde una supuesta nada. Su discurso, coherente y sencillo, tiene quizás la virtud de seducir y entusiasmar a todos aquellos que, como él, siempre han sentido que nacieron "en un lugar donde no se está". Báez, en cambio, ve el mundo todo como un archivo en donde investigar la destrucción que nos explica: acude a Grecia y a la Roma del período clásico, estudia los procedimientos de dominación que desarrollaron los imperios, la línea continua y perversa que viene desde las antiguas guerras de conquista, pasa por la persecución étnica y cultural de los nazis, la destrucción de bibliotecas irrecuperables durante la Segunda Guerra Mundial, los engendros de la CIA para matar toda traza de conciencia cultural resistente en los países a expoliar, hasta llegar a la etapa actual de globalización capitalista y sus efectos destructivos sobre la vida y la cultura en nuestras sociedades dependientes. Vila nos da una versión íntima acerca del dolor que produce esa herida todavía abierta: "Tengo un dolor vivo, ahí va… Un dolor muy vivo. Considero que el Estado uruguayo, que es mi país, se lumpenizó y por eso yo pienso que todo es lumpenizable. Legalizaron la tortura, legalizaron la destrucción del otro en forma milimétrica…". Báez, por su parte, hace un recorrido arrollador e infernal a lo largo de la persecución cultural que pasa por los regímenes militares coordinados a través del Plan Cóndor, inclusive Uruguay.

Lumpenización del olvido. La "lumpenización" del Estado de la que habla Vila es un fenómeno muy viejo. Como se sabe, en la España empobrecida y anquilosada de los siglos XV, XVI y XVII había una enorme población de vagabundos, criminales y aventureros de los cuales la aristocracia quería a toda costa deshacerse. Fue esa gente la que, dirigida por una aristocracia tan desclasada y criminal como ellos, llevó adelante la Conquista.

La total falta de escrúpulos a la hora de imponer la dominación de un grupo humano sobre otro es posiblemente tan vieja como el hombre. Por lo menos es tan vieja como la hegemonía de los imperios y como todos los regímenes que se sostienen por la fuerza. La hegemonía requiere aniquilar los motivos principales de la resistencia del adversario con propaganda o con destrucción. Pero ejercida por un imperio o una dictadura militar es también una hegemonía cultural que busca restringir el acceso a los símbolos culturales del sometido y ampliar el acceso a los propios. Por eso, sin la persecución ni el asesinato de la memoria, la hegemonía es imposible. Se demanda así la reconfiguración de la identidad del dominado y un modo eficaz de iniciar esa transformación cultural es acelerar lo que los romanos llamaron la damnatio memoriae o sanción de la memoria y que consiste en perseguir, prohibir y extirpar los recuerdos compartidos.

Ahora bien, la imposición del olvido se ve facilitada por el trauma. Jacques Derrida decía que si hay olvido es porque no se soporta un acontecimiento traumático que estuvo en el origen de la nación. Y Báez caracteriza la identidad latinoamericana, entre otros rasgos, como una identidad fractal, "…un algoritmo social que se autorefiere, pero con dimensiones que repiten la estructura inicial de violencia". En otras palabras, que el conquistador y las culturas hegemónicas supieron implantar entre nosotros las semillas de sus técnicas de dominación para que los criollos repitiéramos cíclicamente el mecanismo "lumpen" de imponer el olvido. Una imposición que no necesita ser violenta, pero que sabe aprovechar esa especie de "no recuerdo" que es el trauma. Esa insistencia en no mirar el pasado o "dejarlo para los historiadores", como dijera un conocido político uruguayo. Una "lumpenización del olvido" que no siempre tiene una definida caracterización política y que incluso ha llegado a ser alentada por importantes dirigentes de izquierda. Según Báez, se trata de una característica de las sociedades saqueadas y destruidas, como en América Latina, donde el olvido oficial se impulsa como rasgo de armonía social.

La memoria del páramo. Cabe preguntarnos si la imagen del páramo para definir nuestra identidad no es un extremismo. Y si a esta altura del partido, como diría el mismo Vila, es posible hablar de "ideologías y filosofías acuñadas demasiado lejos" como si se tratara del virus de la gripe aviar. Al respecto Fernando Báez cita un texto de Raúl Dorra que quizás tenga la virtud de echar luces sobre ese extremismo: "La América ibérica aprendió a preocuparse por su identidad y siguiendo la vía de esa preocupación aprendió el temor a la dependencia cultural. Por lo tanto, responder al problema -o al reto- de la identidad significó sustraerse y defenderse de quien le había enseñado a formulárselo. Situada en la periferia de la cultura occidental, es decir en los márgenes de Europa, la América ibérica encontró que subúsqueda de identidad no había de ser expansiva sino defensiva, no había de seguir un itinerario de semejanzas sino de diferencias. Debía mostrar en qué no era europea y formarse a partir de dicha negación, debía moverse entre la prohibición y el rechazo".

También cabría preguntarse hasta qué punto está presente la memoria en la metáfora de Vila. No parece lógico que una tierra vacía o "no-lugar" tenga memoria. A menos que su versión de la memoria sean los desperdicios o los restos que el mar deja en sus costas después del naufragio. Por lo menos están entre esos restos las imágenes de su querido tío y de algunos desaparecidos durante la dictadura. Si el páramo tuviera memoria sus habitantes tendrían un futuro. Porque no sólo la cultura y la identidad son inconcebibles sin memoria; sin memoria no podemos ser humanos.

EL SAQUEO CULTURAL DE AMÉRICA LATINA, De la conquista a la globalización, de Fernando Báez, Debate, Barcelona, 2009. Distribuye Random House Mondadori. 414 págs.

PÁRAMO BEACH, Conversaciones con Ernesto Vila, de Clio Bugel, Fundación de Arte Contemporáneo y Casa editorial HUM, Montevideo, 2009. Distribuye Gussi. 167 págs.

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