Mercedes Estramil
AUNQUE GUSTAVE Flaubert no la suscribiera, la frase "Madame Bovary, soy yo" se le seguirá adjudicando como prueba sanguínea de identificación entre el creador y su obra. Herman Melville (1819-1891), contemporáneo suyo, podría haber establecido una analogía similar entre sí mismo y el Ahab de Moby Dick, incluso si la búsqueda desquiciada del capitán ballenero no fuera tan emotiva como la de Emma, o sí. La conciencia del fracaso, que Flaubert canjeó por la fórmula de salvación por el arte, Melville la enfrentó a la manera opuesta: primero escribiendo por dinero y publicando compulsivamente una decena de novelas y algunos cuentos; después cerrando el grifo narrativo y empleándose de inspector de aduanas a los cuarenta y siete años. A partir de ahí, en relativo silencio, prefirió escribir poemas. La demora histórica en ubicarlo como un poeta importante y situarlo sin culpa junto a voces del XIX como Walt Whitman o Emily Dickinson, se debió no tanto a su propia reticencia (menos visibilidad tuvo Emily en vida) como al estigma de haber sido un narrador de aventuras.
AVENTURA REFLEXIVA. El poeta y narrador Eric Schierloh (n. 1981) traduce y anota en abundancia esta selección bilingüe de la poesía de Melville. Atento a la letra y el sentido y prescindiendo de rima y métrica, el traductor anticipa un trabajo de mayor calado que incluiría en el futuro toda la poesía melvilleana. En Lejos de tierra & otros poemas selecciona textos de tres de los cuatro poemarios publicados en vida de Melville. Excluye el segundo, Clarel: A Poem and Pilgrimage in the Holy Land (1876), un extenso poemario narrativo de dieciocho mil versos sobre las fluctuaciones de la fe y la búsqueda de almas gemelas, en el que se ha querido leer la profunda amistad de Melville por Nathaniel Hawthorne, su vecino hacia 1850 y por cuya visión del mundo se sintió influido, al punto de reescribir Moby Dick y dedicársela.
Schierloh traduce también algo de la poesía que Melville agregó en su narrativa, que no es poca, y completa el libro con una exhaustiva cronología del autor y con algunos poemas que le dedicaron otros escritores (Robert Buchanan, Harold Hart Crane, Wystan Hugh Auden). Asombra un poco que siendo Schierloh argentino no incluyera el poema que le dedica Borges en La moneda de hierro (1976).
Battle-Pieces, and Aspects of the War (1866) se centra en la Guerra de Secesión y si hay algo que aporta es calma a la evocación de la angustia, y un espíritu muy norteamericano de fortaleza y positivismo aun en el fracaso. Melville registra las expectativas y el brío popular de las contiendas, pero conoce bien el lado amargo de toda aventura peligrosa, y en qué terminan todas las glorias ("El Hombre es noble, el Hombre es valiente,/ pero el Hombre es... maleza").
Los poemas de John Marr and Other Sailors, With Some Sea-Pieces (1888) vuelven al escenario de su juventud: la soledad del marino, la fatalidad de la naturaleza y su peso metafórico. No hay que olvidar que las mejores piezas marítimas de Melville son testimonios de derrotas, de enfrentamientos entre la pureza (del signo que sea) y la realidad.
En el año de su muerte Melville publicó Timoleon, Etc. (1891), un poemario más heterogéneo, inspirado en la figura del militar y estadista griego que combatió la tiranía. Después vendría, ya póstumo y dedicado a su esposa Elizabeth Shaw, el volumen Hierbas y plantas silvestres (1924). En Timoleon las alusiones a la Antigüedad y a la grandeza clásica subrayan una intención de reflexión sobre el arte. Melville habla entre líneas de su propio oficio, de sus búsquedas y su construcción literaria, finalmente inútiles, destinadas a perderse en el anonimato y la nada. Se puede ver el tono de ubi sunt en el que acomoda sus tragedias personales, su evocación reiterada de la juventud perdida (no sólo la suya) y su volver a las raíces sólidas de lo afectivo: "pero tú, mi soporte; tu amor eterno,/ único y solitario bien, ¡que no perezca!/ Hastiado de haber visto el enjambre del ancho mundo,/ pero bendito al abrazarte".
UN PUERTO SEGURO. La poesía le dio a Melville la revancha de reingresar a la literatura por otra puerta, terminando de derribar cierta imagen de escritor a la ligera que traslada anécdotas propias o ajenas con facilidad e imaginación, algo que de todos modos ningún lector serio de Moby Dick, Benito Cereno o Billy Budd, marinero podría creer. Le dedicó a la poesía mucho más tiempo que a los libros que le dieron fama, olvido y reivindicación, en ese orden. Los registros de sus aventuras marítimas, exceptuando la última y póstuma Billy Budd, marinero, comenzaron en 1846 y tuvieron su inflexión existencial con Moby Dick en 1951. Luego vendrían tres novelas más que no gustaron al público y un puñado de cuentos, todo ello escrito a alta velocidad como para desobstruir una cañería, pero también hecho con la determinación profesional de ganar dinero y mantener a una amplia familia. En total, once años, frente a más de treinta de una poesía que apenas se conoce, compuesta sin urgencia en las horas que sobraban, y en la monotonía feliz del fracaso, la misma que buscaron muchos de sus personajes. En esa poesía reflexionó sobre la democracia estadounidense, la guerra, la amistad, el amor conyugal y filial, la fe religiosa, la duda metafísica, etc.
La vida de Melville había cambiado, asentándose en la rutina: "Hacia el final navegó hacia una extraordinaria calma,/ y ancló en su hogar y llegó hasta su mujer/ y dio un paseo por la bahía de su mano,/ y fue cada mañana a una oficina/ como si su ocupación fuera otra isla", escribe Auden. Pero sus inquietudes profundas siguieron ahí. La noción de paraíso perdido, de búsqueda insaciable, de meta equívoca, en definitiva, de total confusión humana frente a la vida y sus objetos de satisfacción y conquista, están en la poesía como estuvieron antes en la prosa, machacando como un problema irresoluble pero ante el cual la mirada del escritor es más reposada. Los poemas de Piezas de batalla..., por ejemplo, presentan cierta fascinación por el coraje, los ideales de una guerra "justa" (él pertenecía ideológicamente al bando ganador) y la reconciliación fraterna después de la pelea. Pero también muestran su íntima convicción de que toda batalla está perdida y una elegía espera al final, incluso si se triunfa y el trofeo es o quiere ser la más perfecta de las democracias.
Su "mar" tampoco dejó de ser reconocible. Como desierto líquido sobre el que se hacen negocios y se pierden vidas, el mar de Melville y cada uno de sus elementos (barcos, marinos, islas, ballenas, etc.) siempre fueron cifra de algo más, alrededor de un centro que es el hombre moviéndose sin tregua en la creencia de que las respuestas están en otro lado.
Melville busca en la poesía una permanencia, algo de lo que asirse, una defensa ante los cambios incontrolables. Necesita una certeza, un puerto que le permita no dejarse llevar por los avatares del mundo y por los propios (la muerte por suicidio de su hijo Malcolm a los 18 años en 1867 y la de su hijo Stanwix en 1886 por tuberculosis, un matrimonio al borde del divorcio, el fracaso literario, la penuria económica, las crisis nerviosas, la vejez). Imposible saber si lo consiguió. Lo cierto es que hacia el final de su vida volvió a la narrativa y a alta mar. Billy Budd, marinero, novela que le llevó tres años finales escribir, para la cual se documentó y reescribió con ahínco, quizá sea la prosa más poética de Melville, no por las imágenes o el léxico o el escenario (como en Taipi o Las Encantadas), sino por el lirismo esencial y trágico que proyecta, ya no de la mano de un capitán iracundo, sino a través de la belleza serena de un marino analfabeto. En esa despedida sin queja de su último protagonista, Melville pudo haber dicho que Billy Budd también era él, y se le podría creer.
LEJOS DE TIERRA & OTROS POEMAS, de Herman Melville. Ed. Bajo la luna, Buenos Aires, 2008. Distribuye Ediciones del Puerto. 315 págs.