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El mate y el celular

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El País

Raquel San Martín

(desde Buenos Aires)

EN UNA DE las últimas visitas de Jaime Roos a la Argentina, un periodista le preguntó por sus proyectos para el futuro: ¿nuevo disco? ¿otra gira internacional? ¿cambios en su música? Jaime Roos se tomó un momento y respondió: "Yo soy uruguayo, no tengo proyectos".

La pregunta ansiosa por el futuro y la respuesta que se complace en el presente reflejan mejor que cualquier definición teórica la imagen que los argentinos sostienen de los uruguayos. Cuando a un argentino se le pregunta cómo es un uruguayo, usualmente sonríe levemente y lo caracteriza como una persona tranquila, honesta y de palabra, sencilla y algo melancólica; reconoce con un dejo de envidia que tiene una cultura democrática y vive en un país igualitario y progresista, y, si se anima, termina revelando que Uruguay es casi "una provincia argentina", un hermano menor sin mayores ambiciones.

Desarmar las imágenes que los argentinos tienen sobre los uruguayos -inevitables en la construcción común de quiénes somos, de nosotros y ellos- puede ser revelador. Demuestra, por ejemplo, la ausencia de estereotipos negativos sobre los uruguayos en la Argentina y una predisposición en los argentinos, como dijo un oriental con años de residencia en Buenos Aires, "a creer que el uruguayo es un buen tipo". Pero también que la hermandad argentino-uruguaya, envuelta en el territorio común rioplatense y tan predicada, tiene en realidad una base de desconocimiento mutuo y cierta distancia.

Escapar de las imágenes construidas sobre los otros es complicado. Será por eso que los académicos y expertos consultados en Argentina sobre los que viven en la otra banda del río pudieron tomar distancia de algunos estereotipos, pero otras veces terminaron justificando o discutiendo su contenido. Como dice la antropóloga argentina Rita Segato, las identidades nacionales "no son otra cosa que representaciones hegemónicas de nación que producen realidades", construidas por las élites pero propagadas luego por el Estado, por las artes, por la cultura de todos los que constituyen una nación hasta volverse sentido común.

NI ENEMIGOS NI INFERIORES. "Tenemos una relación curiosa con Uruguay. De hermano mayor por un lado, pero a la vez con una imagen muy positiva. Es muy notable e impropio de los argentinos, que a veces estamos más inclinados a actitudes cercanas al racismo con nuestros países limítrofes", describió Carlos Reboratti, geógrafo e investigador del Conicet y de la Universidad de Buenos Aires (UBA), compilador junto con Vicente Palermo del libro Del otro lado del río (Edhasa), que el año pasado reunió trabajos de académicos sobre el conflicto de las pasteras. Siguió: "Cuando los argentinos miramos a nuestros países vecinos vemos países `enemigos`, como Brasil o Chile, e `inferiores`, como Paraguay y Bolivia. Pero Uruguay no entra en ninguna de esas categorías. Como que merecerían ser argentinos pero no se sabe por qué no quieren", ironizó. Lo cierto es que, remarcó, "Uruguay es el más conocido de los países vecinos. No está tan lejos, entrar en él es un cambio que no se nota tanto; los uruguayos hablan distinto, pero no tan diferente a los entrerrianos".

"No se me ocurre un estereotipo fijo sobre los uruguayos, salvo el del mate. Es notable que esto ocurra, para una nación vecina y de la que hay aquí muchos migrantes. No deberían pasar desapercibidos pero pasan. Creo que es porque somos fenotípica y lingüísticamente similares", analizó Alejandro Frigerio, doctor en Antropología, especializado en cuestiones religiosas y de raza y etnicidad, con varios trabajos hechos en Brasil y Uruguay.

Rubén Rada, Víctor Hugo Morales, Enzo Francescoli, Mario Benedetti, Hermenegildo Sábat, Leo Maslíah forman parte del catálogo de uruguayos queridos en la Argentina, con cuyas personalidades se han armado las imágenes que los argentinos tienen de todos los que nacieron en Uruguay. "Ellos hacen un estereotipo tranquilo, confiable, de palabra, honesto, melancólico, de vida pueblerina vista como algo positivo. Los argentinos creen que tenemos una vida menos agresiva, como podría ser la Argentina de los años 40 y 50", enumeró Luis Alberto Quevedo, sociólogo, integrante del consejo académico de FLACSO Argentina, pero sobre todo uruguayo con 30 años de residencia en Argentina. "El complemento de ese estereotipo es el de una persona pachorrienta, provinciana, un tipo con pocas ambiciones, poco emprendedor", agregó, pero aclaró enseguida: "El desequilibrio hacia lo positivo es muy grande. En Argentina, la nacionalidad uruguaya es un pasaporte positivo, te reciben bien". Y recordó cuando, recién llegado a Buenos Aires y con su radicación en trámite, un estudio contable lo tomó como asistente con la sola garantía de ser uruguayo.

EL ESPEJO POLITICO. Los uruguayos, tranquilos pero poco emprendedores; los argentinos, agresivos pero ambiciosos. Las miradas complementarias se ven más claras cuando lo que se compara es la vida política de uno y otro país. Al calor de las crisis de confianza en sus instituciones que la Argentina no deja de atravesar, se descubre en Uruguay un paraíso de la vida republicana. "Uruguay es la primera democracia de América Latina, que se consolida entre 1904 y 1915 y avanza prácticamente ininterrumpida hasta 1973. El dato positivo y a la vez el talón de Aquiles de Uruguay es que armó el primer Estado de bienestar de América Latina, lo que dio por resultado una sociedad bastante igualitaria", apuntó Marcelo Cavarozzi, decano de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín, investigador de los sistemas políticos del continente. "Pero la contracara es que eso funciona en la economía uruguaya como un lastre. Vemos desde Argentina un país que de alguna manera quedó congelado en el tiempo, con un aire decadente pero encantador", apuntó.

Sin embargo, para construir un estereotipo se necesitan dos. Para Cavarozzi,"la mirada a su sistema democrático es bastante reciente. Permanece el estereotipo de que son chicos, modestos y pobres, pero la verdad es que a partir de su misma génesis en su juego de política exterior Uruguay tendió a victimizarse. Le tocaron dos gigantes al lado y eligió esa estrategia", dijo. La figura del senador José Mujica, súbitamente conocido y escuchado ahora en la Argentina, es la que ilustra mejor las distancias. Su vida sencilla en las afueras de Montevideo, que en Uruguay puede ser causa de admiración, en Argentina no puede dejar de ser visto como una extravagancia muy uruguaya.

El fútbol es otra de las arenas en que argentinos y uruguayos definen sus identidades y ponen en escena los rasgos de nacionalidad que atribuyen a otros."Antes, Argentina-Uruguay era un clásico. Nuestro clásico ahora es con Brasil, con el pentacampeón, por esa cosa agrandada de los argentinos, y porque el fútbol uruguayo cayó bastante en los últimos tiempos", sugirió Ezequiel Fernández Moores, periodista deportivo y analista del deporte, actualmente columnista en el diario La Nación, que enumeró sin dudar los rasgos que los argentinos reconocen a los uruguayos en la cancha: "Los uruguayos en el fútbol son tipos derechos, que tienen liderazgo y se lo ganan; tipos con conducta y duros. Los jugadores argentinos están más preparados para las cámaras. Nosotros llevamos el celular y ellos el mate".

Y ejemplificó con algunas figuras del fútbol uruguayo que por aquí son admiradas, por contraste. "Se admira a Francescoli porque jugó en un equipo grande, pero a la vez porque era muy correcto, muy uruguayo. Se portó bien, tuvo calidad y conducta", dijo, y contó la anécdota repetida por aquí, según la cual Francescoli mandaba a su mujer a sacar las entradas cuando iba al cine y él esperaba en el auto, para que no se desordenara la fila cuando la gente le pidiera autógrafos. "Eso es muy uruguayo", remató Fernández Moores. Tan uruguayo como el "maestro" Oscar Tabárez, ex técnico de Boca y hoy en la selección uruguaya, a quien "se recuerda con gran respeto y se lo llama así no porque fuera un genio, en el sentido que le damos acá a esa expresión, sino porque enseñó".

NEGRO AUTÉNTICO. Además, en Uruguay hay negros. Para los argentinos -mejor, para los porteños- es una constatación que merece atención, porque la historia oficial se hizo aquí a partir de hacer invisibible todo lo que no fuera blanco. Los tambores, el candombe, algunos rituales religiosos de origen afro que se mantienen en la cultura más oficial del Uruguay, o la más visible desde afuera, se miran desde Buenos Aires como una señal de autenticidad. "Los argentinos decimos que en Uruguay hay negros y aquí no porque allá los protegieron y acá los matamos", afirmó Frigerio, pero relativizó la idea. "Decir que la negritud es visible en Uruguay no es decir que la negritud define a los uruguayos, como sí sucede en Brasil".

Lo que sí hay es una similitud de varios tipos en los uruguayos que llegan a la Argentina. "Es una migración parecida a la población de Buenos Aires. Los uruguayos que vienen son en general de clase media", dijo Frigerio, y otra vez ejemplificó con Brasil. "La imagen que los porteños tenemos de los brasileños no es la misma que la que tienen en las provincias del Litoral, porque los que llegan allí son distintos".

Otra área importante de migraciones cruzadas han sido las artes plásticas, al punto que, cuando desde los centros del mundo se hace historia del arte, se engloba muchas veces a los dos países como hacedores de un "arte rioplatense". Y si bien Joaquín Torres-García o Pedro Figari fueron bien recibidos en estas tierras, "hay una gran desconexión en las artes visuales de los dos países", según dijo Mario Gradowczyk, ensayista, coleccionista y curador, ex docente en Montevideo y asiduo visitante del país, que se define como "medio uruguayo". "El arte moderno uruguayo está muy bien representado en la Argentina pero no se conoce su arte contemporáneo. Es un problema institucional. No hay en el arte flujo de conocimientos e información. La unidad que se dio en algunos momentos no se ha mantenido y la vinculación se fue deteriorando", analizó.

"Desde aquí los consideramos una provincia menor, es un error craso. El nivel cultural promedio es más alto que el de los argentinos, tienen una visión más compleja del mundo de la cultura y del arte". Y enseguida criticó, paradójicamente, a sus instituciones culturales. "La clase política uruguaya es culta, pero no apoya el campo artístico ni genera recursos para él. El sector privado no ve un lugar en esa actividad; hay una falta de interés en proyectarse y por eso terminan aislándose", afirmó. Lo contrario, dijo, de lo que por estos años se viene dando en la Argentina, convertida cada vez más en un centro de referencia para el mercado artístico regional, y para la cultura en general.

HERMANOS CON FISURAS. Si, al decir de Segato, "la nación es un espacio de deliberación histórica", habrá que pensar que el relato oficial sobre la hermandad rioplatense esconde fisuras. Más allá de las coyunturas políticas y sus consecuencias prácticas, el reciente conflicto entre los dos países por la instalación de las pasteras, y en particular de la empresa Botnia en Fray Bentos, también podría leerse como una puesta en escena de esas imágenes mutuas y complementarias, con más consecuencias negativas para la imagen de los argentinos en Uruguay, y viceversa.

"Durante el conflicto siempre se dejaba claro en Gualeguaychú que el reclamo no era contra el pueblo uruguayo, sino contra los que estaban en el gobierno. La situación ridícula de conflicto no ha llegado a permear nuestra visión de los uruguayos, pero sí al revés. Uruguay siempre ve a Argentina como un hermano mayor caprichoso, pero ahora es casi como un enemigo que se opone a su desarrollo económico. Es un efecto no deseado y complicado de esta situación", apuntó Reboratti.

"En general, las relaciones políticas entre Uruguay y Argentina no han sido muy buenas en el siglo XX. En la época democrática, Raúl Alfonsín y Julio Sanguinetti parecieron acercarse, pero eso no se tradujo en nada práctico", dijo Cavarozzi, y apuntó a un desconocimiento mutuo que se extiende a otros países del continente. "No nos enseñan nada sobre los otros países latinoamericanos, y eso refuerza la ignorancia mutua. Es la lacra latinoamericana, que consolida los estereotipos", dijo.

Como en un espejo, los argentinos encuentran en los uruguayos la contracara de lo que les gusta y lo que detestan de ellos: aplauden la honestidad y la modestia, contra la corrupción y la arrogancia; destacan la tranquilidad y el aire pueblerino, contra la irritación porteña; añoran la calidad democrática y la igualdad, contra la ineficiencia y el abismo entre ricos y pobres. Y aunque en la Argentina no hay chistes sobre uruguayos, prueba irrefutable de que los estereotipos negativos no existen por aquí, la tranquilidad también puede verse como melancolía, la modestia como falta de ambición, las pequeñas dimensiones como problema para proyectarse al mundo. No hay salida: el lector apelará ahora a su idea sobre quienes nacimos del otro lado del río y sabrá perdonar que esta nota, que prometía hablar de los uruguayos, terminó siendo sobre los argentinos.

Argentinos y orientales

Jorge Luis Borges

LOS ARGENTINOS vivimos en la haragana seguridad de ser un gran país, un país cuyo solo exceso territorial podría evidenciarnos, cuando no la prole de sus toros y la ferocidad alimenticia de sus llanuras. Si la lluvia providencial y el gringo providencial no nos fallan, seremos la villa Chicago de este planeta y aun su panadería. Los orientales no. De ahí su claro [sic] que heroica voluntad de diferenciarse, su tesón de ser ellos, su alma buscadora y madrugadora. Si muchas veces, encima de buscadora fue encontradora, es ruin envidiarlos. El sol, por las mañanas, suele pasar por San Felipe de Montevideo antes que por aquí.

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