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Metafísica del crimen

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Eusebi Lahoz

DESDE Catulo, cuyos versos ya destilaban bohemia, o desde los Goliardos, que pusieron patas arriba el siglo XIV con sus poemas alcoholizados y escatológicos, cada época tiene sus malditos, sus enfants terribles: Rimbaud, Baudelaire, Dylan Thomas, Patti Smith, Jim Morrison, el marqués de Sade, o el Conde de Lautréamont.

En Barcelona, hasta hace unos pocos años, existía uno de ellos, poeta, de apellido Fonollosa, y con una actitud tanto o más demoledora frente a la vida que sus compañeros de oficio. En su primer piso de la calle Formatgería del barrio gótico, mucho antes del destape que propició el régimen y la apertura a que se vieron obligados los franquistas, José María Fonollosa ya tenía condecorado su habitáculo como museo erótico con piezas que se había traído de Amsterdam y Nueva York. Se dice que tuvo dos obsesiones, por un lado el sexo, y por otro conversar —de sexo, claro—. Además, así como la mayoría de los malditos no suelen poner reparo a la hora de exhibirse, José María Fonollosa no se dejó fotografiar jamás, incluso lo prohibió en la última rueda de prensa llevada a cabo en Barcelona en 1990, cuando ya cercano a los setenta, el autor presentó su último libro en vida Ciudad del hombre: Nueva York.

Alejado de los círculos literarios, amante de las ciudades y devoto máximo de Nueva York, Fonollosa pasó por el siglo XX de puntillas, como quien no quiere la cosa. Y cuando le tocó irse, lo único que dejó fue unos libros con poemas La sombra de tu luz (1945), Umbral de silencio (1947), ambos con reminiscencias de la generación del 27, Romancero de Martí (1955), publicado en Cuba, que bien pronto el olvido se los llevó a su casa, y Ciudad del hombre, divido entre Nueva York y Barcelona, su obra cumbre.

PECULIAR FIGURA. De su vida se sabe poco. Nació el 8 de agosto de 1922 en el humilde barrio de Casa Antúnez, entre Montjüic y el puerto, en Barcelona. A los catorce años, y tras la temprana muerte de su padre, abandonó la escuela y se puso a trabajar con un abogado. En 1951 se fue a Cuba buscando nuevas perspectivas económicas, pero de esas no encontró ninguna, porque lo que allí descubrió, viniendo como venía de un país mediocre, fue el deslumbramiento y la sensualidad. Iba como representante de libros y de lámparas, y le acompañaron sus hermanas. Y de La Habana pasó a Nueva York para darse de bruces con la fascinación. Luego llegó el malditismo sin trampas: cuarenta años en Barcelona, compaginando el vicio solitario de escribir los poemas que tenía pendientes con el sórdido trabajo en una inmobiliaria. Se presentó a varios concursos; no ganó ninguno. Pero hoy es un poeta de culto, cuyos poemas han sido musicalizados por Albert Pla (Pla Supone Fonollosa, 1995) y Joan Manuel Serrat (Por dignidad, incluida en Nadie es perfecto, 1994).

Sin embargo, el destino de su obra cambió por presentarse a un premio. Pere Gimferrer cuenta en el prólogo de Ciudad del hombre... que cuando él contaba con quince años, y por medio del poeta Ramón Castelltort, que era miembro del jurado del Premio Ciudad de Barcelona, pudo leer varios de los originales presentado a concurso. Entre ellos le llamó la atención el de un tal Fonollosa titulado Ciudad del hombre: New York, que, obviamente, y a pesar de que la mayoría del jurado apostaba por él, no ganó. Cosas de la censura. Es lo que tiene.

Tanto le impresionó a Gimferrer lo leído en aquel manuscrito que cuando en 1988, unos treinta años después, cayó en sus manos un nuevo borrador con el título de Ciudad del hombre, no tardó un segundo en identificar al autor. Era el mismo libro ampliado, pero ambientado en Barcelona. Gimferrer y Vallcorba, el editor, aconsejaron a Fonollosa transmutar la ambientación del poemario a Nueva York, lo cual no requería mayor esfuerzo que sustituir los títulos de los poemas —todos nombres de calles— y añadir el topónimo al título. Así fue como se publicó por primera vez en la editorial Sirmio, en 1990, hoy poemario que agota ediciones y que en el 2000 reeditó El Acantilado.

El libro, cuyo primer poema Hello, New York, dice: "No hay nada bueno en ti. Por eso te amo" despertó, como era de esperar, admiradores y detractores. Entre estos últimos se encontraba el crítico catalán JuliGuillamon, que tildó al poeta de "aficionado" y "megalómano", y que después de charlar con él, en su crítica añadió una descripción del local en el que le había citado el poeta: "Es un local sin alma, al que sólo puede dirigirnos la casualidad o la obstinación. Se podría pensar: el local de un aficionado. En sus primeras palabras se establece la concordancia perfecta entre esa apariencia que confieren los materiales (los ejemplos de mala calidad, la fórmica, el plástico de las sillas) y la propia obra. La literatura no es para él algo premeditado. Es un proceso que no se controla: el del inconsciente sacando de sus entrañas una bolsa de pus, una excrecencia, lo cual es muy probable que Fonollosa tomara como elogio".

CIUDAD DEL HOMBRE. Anticomunista, antivanguardista, anti tópicos, anti todo, la obra mayor de José María Fonollosa vive a su aire, se sitúa en la línea fronteriza entre poesía y narración y tiene tres ejes fundamentales: la ciudad, el sexo y la violencia, además de todos sus derivados, que no son pocos, como las drogas, el crimen, la prostitución, la misoginia. El tono que utiliza es conversacional, y le viene dado por el uso del endecasílabo blanco, que permite fundir relato, pensamiento y poesía otorgando proximidad al lector: "Yo quiero que sufras lo que sufro:/ aprenderé a rezar para lograrlo./ Yo quiero que te sientas tan inútil/ como una vaso sin whisky entre las manos;/ que sientas en el pecho el corazón/ como si fuera el de otro y te doliese./ Yo quiero que te asomes cada hora/ como un preso aferrado a su ventana/ y que sean las piedras de la calle/ el único paisaje de tus ojos./ Yo deseo tu muerte donde estés./ Aprenderé a rezar para lograrlo." Imaginarse a Fonollosa volviendo de la inmobiliaria y encerrándose en su casa a escribir estos poemas es algo más cercano al gore que al dandysmo. No obstante, José Ángel Cilleruelo ha señalado en el prólogo de Ciudad del hombre: Barcelona, recuento de sus últimos 83 poemas inéditos publicado por DVD en 1996, que, a pesar de sus tres ciudades (Nueva York, Barcelona y La Habana) también contaba con algunos, escasos, amigos, que convivían con él en su último ático de la calle Besalú de Barcelona, como el rotativo la Vanguardia —una biblia para el poeta—, incontables discos de jazz, unas cuantas montañas de libros o el crítico Alfredo Papo, a quien aconsejó en su libro El Jazz en Cataluña.

La ciudad es la columna vertebral en la obra de Fonollosa. Por eso Fonollosa es un poeta del siglo XX, el siglo de consolidación de las urbes como refugio de inmigrantes y rabias, de vagabundos, de solitarios con todos los trenes perdidos de antemano, las ciudades que cobijan reductos periféricos propicios para el vicio, el crimen, el sexo por el sexo. La ciudad aglutina en sus entrañas la desesperación y el odio, el resentimiento, las drogas, el machismo, el racismo, la demencia, en contra de los fastos de las clases altas, cultas al servicio de las modas. En la voz del poeta hablan personajes de la calle, como la muerte y otros entes marginales, nihilistas, agnósticos, violadores, traficantes, asesinos o chulos, y habla también la voz autobiográfica, en parte real y en parte ficticia, que se complementan y que a veces hasta resultan entrañables, tal como el propio Albert Pla apreció cuando musicó Times Square III: "Pobre muchacha hermosa que deprisa/ hacia mí vienes al cruzar la calle/ y pasas por mi lado, sin saber/ que yo soy la razón de tu existencia./ Ni siquiera me ves. Y te sonrío./ Admiro tu cabello, culo y piernas./ Estás buena. Te haría muy dichosa./ Pero tú te lo pierdes con tu prisa./ Pobre muchacha hermosa apresurada".

LA POESÍA O LA VIDA. Se debe concebir Ciudad del hombre, que empezó en 1948, como libro escrito en el curso de la vida, al igual que La realidad y el deseo de Cernuda o Cántico de Guillén. Y como un ejercicio en vano de cualquier salvación.

Pere Gimferrer ha visto en el poemario un espíritu whitmaniano. Como Whitman, el poeta es aquí un "cosmos" y es "hijo de Manhattan. Quien habla es un solo hombre y muchos hombres a la vez". Y ha visto, además, en la sequedad verbal de los versos una "estilización del laconismo desgarrado del mundo pop, a modo de versiones lunáticas de letras de blues, tangos o boleros".

El día 8 de octubre de 1991 José María Fonollosa tenía una cita a las nueve de la mañana a la que no acudió. Ante el retraso, después de los avisos y las esperas, la guardia urbana entró en el inmueble. Sobre la mesa estaba La Vanguardia desplegada, estirado en la cama un infarto con cuerpo de hombre, y en la mesita, entre apuntes, borradores y un testamento escrito a lápiz, su último poema, todavía caliente:

"No a la transmigración en otra especie./ No a la post-vida, ni en cielo ni en infierno./ No a que me absorba cualquier divinidad./ No a un más allá, ni aun siendo el paraíso/ reservado a islamitas, con beldades / que un libro garantiza siempre vírgenes./ Porque esos son los juegos para ingenuos/ en que mi agnosticismo nunca apuesta./ Mi envite es al no ser. A lo seguro./ Rechaza otro existir, tras consumida/ mi ración de este guiso indigerible./ Otra vez, no. Una vez ya es demasiado".

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