Gabriel Sosa
EN 1902 JOSEPH CONRAD publica, en The Blackwood’s Magazine, El corazón de las tinieblas, uno de sus relatos más logrados, que con el tiempo sería reconocido como una de las obras maestras de la literatura en lengua inglesa. Obra emblemática, admirable, discutible, alegórica, realista, perturbadora y quién sabe cuánta cosa más, la novela de Conrad resulta ser, atravesando el tiempo y manteniendo su calidad metafórica intacta, la herramienta perfecta para analizar qué es, qué fue y qué puede llegar a ser el resultado del largo y sangriento historial de encuentros entre Europa y Africa. A cien años de su publicación, esta novela corta se ha vuelto una especie de piedra de toque para analizar las relaciones entre Europa y Africa, y en sentido más amplio entre el primer y el tercer mundo.
LA NOVELA. Conrad viajó al Congo Belga en 1890, como empleado de la Sociedad Anónima Belga para el Comercio en el Alto Congo, para hacerse cargo de un barco fluvial. Poco después debió retornar a Europa gravemente enfermo, pero el breve período que pasó en Africa fue suficiente para impresionarlo ante el espectáculo de la rapacidad colonial, del sufrimiento de los africanos y del choque entre el industrialismo capitalista colonial y la economía y sociedad nativas, desvalidas ante el asalto europeo.
El Estado Libre del Congo fue una creación personal del rey Leopoldo de Bélgica, quien en 1885 convenció a las demás potencias europeas que le cedieran a título personal (no como colonia de su país, que sólo existía como tal desde 1860) la explotación de un territorio varias veces superior en superficie a la misma Bélgica, en las márgenes del río Congo. De inmediato se creó la mencionada Sociedad, que se abalanzó sobre Africa con un ejército de mercenarios, criminales, aventureros, burócratas y gente confundida, decididos a saquear hasta el límite de lo posible sus riquezas. Cuando el nuevo régimen se instaló en la zona (anteriormente el Reino del Congo era un país libre, que mantenía amistosas relaciones con el reino de Portugal), al menguante pero firme tráfico de esclavos se añadió, como elemento devastador, la brutalidad de los patrones. Tan deshumanizado y bestial era el trato que recibían los africanos que un documento belga de la época, dando cuenta de la escalofriante indiferencia que mostraban los blancos ante la vida de los africanos, ante las constantes muertes debidas a trabajos forzados, torturas, castigos o simples asesinatos, aclara que "No los matábamos, se morían". El brutal trato de la Sociedad a la población local ha llevado incluso a que varias veces se acuse a Bélgica de haber perpetrado el primer genocidio de la época moderna.
El corazón de las tinieblas tiene lugar en ese mismo reino de terror, pero desde la perspectiva europea. Mientras los nativos sufrían los abusos y desmanes europeos, éstos estaban convencidos de llevar adelante una misión civilizadora y hasta benefactora, y eran insensibles al sufrimiento que provocaban. Por formación y estupidez, eran incapaces de reconocer como seres humanos a los africanos. En ese ambiente infernal Marlow, un inglés contratado por la compañía, debe remontar el río (se trata del río Congo, aunque su nombre no se menciona en la novela) hasta la más avanzada de las estaciones de recolección de marfil, que ha estado aislada por varios meses. En esta estación el encargado es un alemán, Kurtz, sobre quien hay rumores que indican que ha empleado métodos particularmente bestiales para obtener las inmensas cantidades de marfil que remite a sus patrones. El viaje de Marlow está repleto de escenas perturbadoras y magníficas, algunas casi surrealistas, como la que recibe a Marlow a su llegada por mar a Africa: frente a la costa, balanceándose en "el oleaje aceitoso, viscoso, un barco de guerra francés bombardea metódicamente una costa vacía, un pastizal donde no hay ni siquiera una choza"; inútilmente el barco, "con su enseña colgando lánguida como un trapo", estaba "incomprensible, disparando contra el continente". El encuentro final con Kurtz, un remedo de superhombre que se ha erigido rey o deidad local de las tribus cercanas y que preside un régimen de terror, es una de las metáforas más poderosas jamás escritas sobre la condición humana. Kurtz, admirado y temido por todos los que lo conocen, resultó destruido en toda su capacidad intelectual y en toda su fibra moral por el contacto con la jungla, con el "corazón de las tinieblas" según el punto de vista europeo, y su misión civilizadora terminó en el descenso a la locura y la brutalidad. El informe de Kurtz para la Sociedad, que comienza meditando sobre la condición benéfica y enaltecedora del trabajo de la Sociedad en Africa, termina con un grito de demencia y desesperación, un aullido desesperado de "¡Maten a todos los salvajes!" Kurtz, enfrentado a ese corazón oscuro que resulta ser un vacío cósmico que el europeo se descubre incapaz de absorber, termina vaciado de su capa de civilización, devuelto a sus sentidos más primitivos y rebajado al bestialismo.
LOS ENSAYOS. En el 2002 se organizó en Barcelona una exposición dedicada al primer siglo del libro de Conrad, visto bajo la luz de las relaciones entre los continentes. Acompañando el evento es que se publica Planeta Kurtz, una recopilación de artículos sobre Africa, los africanos, Conrad, el colonialismo y el largo sufrimiento del continente. La mayor parte de los autores son africanos, y la selección incluye sociólogos, militantes políticos, escritores, psicólogos, así como detractores y admiradores de Conrad, aunque pocos nombres (o ninguno) sonarán familiares al lector americano. Para dar interés general al libro, los editores decidieron incluir el guión radiofónico que sobre El corazón de las tinieblas escribiera Orson Welles en 1938, y que fue la base de su primer proyecto cinematográfico, el que luego abandonara para filmar Citizen Kane. En la visión de Welles, y añadiendo otra lectura al libro de Conrad, Kurtz es un remedo de Hitler, un dictador civilizador industrialista a quien el poder y la soledad vuelven un dirigente brutal y un asesino. Finalmente, cuatro décadas después de que Welles abandonara su proyecto, la versión más célebre de la novela en el cine fue realizada por Francis Coppola, quien la tituló Apocalypse Now, la llevó al siglo XX y a la guerra de Vietnam, y en un homenaje al potencial de la narración de Conrad, mantuvo intactas sus premisas y su poder perturbador.
Desde el punto de vista africano, tal como queda expuesto en Planeta Kurtz, los sentimientos ante el libro son encontrados. En un extremo se sitúa el novelista y ensayista nigeriano Chinua Achebe, quien con un descuidado desprecio muy típico de los extremismos de los años 70 descarta de plano a Conrad y a su libro, acusándolo, posiblemente con razón, de racista. Achebe analiza poco su postura y no se preocupa por encontrar valores redentores en Conrad, que no por discutibles e hijos de su época, son menos evidentes y admirables. El que otro ensayista del libro, más pro-Conrad, incluya a Achebe en una lista de grandes escritores que comparte con Cervantes, Shakespeare, Kafka, Dickens y García Márquez entre otros, y la aclaración de que el nigeriano tiene varias novelas publicadas, no alcanzan para diluir la sospecha de que, con todo su abandonado radicalismo y su desprecio, un libro entero de Achebe no debe valer lo que alguna de las páginas magistrales de Conrad.
Planeta Kurtz es, como la lectura de la novela a la que apostilla, una experiencia perturbadora, aunque menos compacta y sugestiva. El amplio abanico de los ensayos, desde un innecesario análisis sicológico de El corazón de las tinieblas hasta una inquietante recopilación de informes de época sobre la barbarie belga en el Congo, o hasta una detallada y precisa cronología de la historia de esa región de Africa, delinean una panorámica abierta, el resumen de un caso no cerrado. Africa y el Congo siguen sufriendo nuevos vejámenes y nuevos desprecios, y las heridas de aquellas viejas aventuras "civilizadoras" no terminan de cerrar. Incluso a lo largo del libro aparece, nunca muy explícitamente, nunca fundamentada, la melancólica y atroz sospecha de que las injurias fueron demasiado profundas, las sangrías demasiado prolongadas, de que Africa está demasiado maltrecha por los siglos de explotación y que la recuperación es tal vez imposible, que el triste espectáculo al que se asiste en la actualidad es una etapa en la larga e irrevocable agonía de un continente, condenado por la rapacidad y la estupidez de extranjeros codiciosos.
En ese panorama desolador, el libro de Conrad, escrito en el momento crítico de ese proceso de desmembramiento, es a la vez un análisis de las causas morales del crimen, un retrato impecable de la mentalidad colonial y, dentro de sus limitaciones e implicancias, un mea culpa y una denuncia. ¿Y por qué Planeta Kurtz es un título tan apropiado para generalizar el tema? Porque una de las grandes virtudes de El corazón de las tinieblas es ser una metáfora universal, que se aplica por igual al colonialismo del siglo XIX y a la tan mentada globalización del siglo XXI. Alguna fábrica Nike en algún oscuro rincón de Asia está, en este mismo momento, dirigida por un émulo de Kurtz.
PLANETA KURTZ. CIEN AÑOS DE EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS de Joseph Conrad. Jorge Luis Marzo y Marc Roig, editores. Mondadori, Barcelona, 2002. 287 pp.