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Jungla de asfalto

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Son uruguayos que no debían morir, pero fallecieron. Toda muerte es un episodio triste. Pero usualmente los decesos se producen por lo que para simplificar se denominan "causas naturales".

En las circunstancias que nos ocupan, no hay nada natural en las muertes. Se trata de gente de trabajo que cae ante ladrones homicidas. Hace apenas dos días, un almacenero del Barrio Campisteguy de Las Piedras, fue asesinado durante una rapiña. El hombre atinó a manotear un cuchillo y uno de los tres atacantes lo mató de un disparo en el pecho.

Es el cuarto comerciante asesinado en el mes de julio de 2011. Si miramos hacia el pasado, advertimos que casi hubo una víctima de este tipo por mes, contando desde el 7 de julio de 2010, cuando fue muerto el encargado de una tornillería de La Unión.

Entretanto el Ministerio del Interior sigue sin encontrar medios hábiles para luchar contra el flagelo de la inseguridad. Luego de cada hecho de sangre, las palabras "se investiga" suenan huecas y la exasperación de la ciudadanía está ilustrada por actitudes como la de vecinos del Cerro que por segunda vez en menos de una semana se manifestaron públicamente contra la falta de seguridad, sin lograr la atención de las autoridades. Es más, 400 firmaron un pedido de entrevista al ministro del Interior y hasta el mortífero pasado jueves, no habían recibido respuesta.

La ciudad de Montevideo se ha convertido en una jungla del asfalto y si tenemos en cuenta cosas como que hasta un sonado asalto a un banco lo acaba de concretar, exitosamente, un solitario sujeto cuya única arma aparente era un paraguas, es evidente que la población puede esperar cualquier cosa.

Es triste, pero es así.

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