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Sir Home Popham, un tipo astuto

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Luciano Álvarez

Tentar la biografía de Sir Home Riggs Popham obligándose a la prolija relación de sus hechos, implicaría un tedioso catálogo curricular. Por el contrario, olvidarlos para esbozar su personalidad caleidoscópica sería otro error, tanto como limitarse a los detalles novelescos de su vida. La National Portrait Gallery de Londres guarda un retrato del entonces teniente Popham, a los veintiún años.

La pose está lejos de la solemnidad que implicaba ese tipo de pinturas. Salvo por un discreto mar al fondo y el uniforme de gala, podría situarse en un pub londinense, acodado al mostrador, la chaqueta suelta, el sombrero en la mano y abiertos los dos primeros botones del chaleco. Aparece parado sobre su pierna derecha, la izquierda cruzada por delante, el pie apoyado sobre la punta del botín. Sus labios se estiran levemente, en una sonrisa sardónica con algo de "yo no fui, pero sí" que se repite en otros retratos más conocidos.

Nació en 1762, vigésimo primer hijo de Stephen Popham, cónsul británico en Marruecos; Mary Riggs, su madre, murió en el parto. Stephen reincidió en nuevos matrimonios y Home tuvo un total de 43 hermanos.

A los 13 años fue inscripto en la Universidad de Cambridge, pero la aventura pudo más y al año siguiente (1778) ingresó a la Armada Real Británica para pelear contra los independentistas norteamericanos. Tampoco faltó a las guerras del ciclo napoleónico: estuvo en Egipto, Dinamarca, España, Sudáfrica y el Río de la Plata

Su gloria militar no se basó en el heroísmo o el talento táctico, sino en su capacidad como organizador de la logística durante las operaciones militares. Poseedor de una inteligencia vivaz y auténtica curiosidad científica, fue miembro de la Royal Society, publicó decenas de informes de gran utilidad para la navegación y en 1803 perfeccionó el "Vocabulario Telegráfico de señales Marítimas por banderas" que usaría, dos años más tarde, la Armada Real Británica en la batalla de Trafalgar; trabajó en él hasta sus últimos días.

No carecía de la disciplina propia de su oficio militar, a la que sumaba la audacia del aventurero y una desmesurada egolatría que fomentaba el resentimiento entre sus colegas.

Sin embargo nunca descuidó la práctica de un trato agradable y seductor, capaz de encantar a personajes como el Zar Pablo I, Wellington o Francisco Miranda.

El gusto por los negocios tampoco le fue ajeno. A los 25 años pidió licencia de la Armada y se fue a la India, donde su familia tenía lucrativas actividades comerciales, que incluían el contrabando bajo la mirada complaciente de ciertas autoridades británicas. Allí se casó en 1788 con Elizabeth Moffat.

En 1793, su barco fue confiscado por contrabando, introduciéndolo en otra de sus actividades más constantes: la comparecencia ante los tribunales, ya como demandado o enjuiciado, ya como demandante.

Con astucia, inteligencia y buenos apoyos limitó sus condenas y acrecentó sus triunfos, aunque sus enemigos nunca se cansaron de reprocharle negocios turbios con el Zar de Rusia, con el corrupto Lord Henry Melville, primer Lord del Almirantazgo o que su invasión al Virreinato del Río de la Pla- ta (1806-1807) fuera movida menos por el interés político que por el asalto a las riquezas españolas.

Este episodio fue proyectado el 12 de octubre de 1804 durante una cena de la que participaron Lord Melville, Francisco Miranda, el primer ministro William Pitt y Popham, quien, dos días más tarde presentó un documento donde se explicitaban los objetivos: promover la independencia de Sudamérica, favorecer gobiernos amigos y disfrutar de todas las ventajas comerciales para las manufacturas y la navegación británicas. Para asegurar el proyecto, Gran Bretaña ocuparía una serie de enclaves militares, tal como hiciera con Gibraltar. La estratégica plaza fuerte de Montevideo habría de ser una de ellas.

La cambiante política europea dilató el proyecto durante dos años hasta que Popham, desde El Cabo, por su cuenta y sin saber que su mentor, el primer ministro Pitt, había muerto, se lanzó sobre el Río de la Plata y plantó la bandera británica. Francisco Miranda se quejó amargamente: "No era cuestión de entrar a aquel país como amos y confiscadores sino, al contrario, como aliados y sostenes de su independencia, para beneficio del comercio y el intercambio".

Sus adversarios le acusaron de haber involucrado a Gran Bretaña en una aventura privada y lo llevaron ante un Consejo de Guerra en marzo de 1807, que se limitó a la formalidad de una reprimenda, mientras una multitud lo aclamaba a la salida. Uno de sus adversarios no se abstuvo de lamentar que los habitantes de Buenos Aires no le hubiesen ahorcado. En ese mismo año se publicó un libro en cuya portada se lee: "Un total y correcto informe sobre el juicio de Sir Home Popham. Incluyendo la totalidad de los debates que tuvieron lugar entre ese oficial y el Sr. Jervis, el abogado del almirantazgo, que actuó en esta ocasión como fiscal y también las observaciones de los miembros de la corte. -- Junto con un prefacio y una reivindicación de Sir Home Popham, particularmente contra ciertos ataques realizados contra él durante el juicio. -- Y un apéndice con documentos importantes, que nunca se han publicado; y entre otros una interesante carta del señor Grenyille a Sir Home Popham." En esta larga titulación, sin embargo se omite el nombre del autor que no figura en ninguna otra parte del libro.

Sir Home Riggs Popham murió el 20 de septiembre de 1820, en su propiedad cerca del castillo de Windsor. Asomarnos al carácter y la peripecia de individuos como Popham puede ser una variable no menor para explicar como fue posible que desde el pequeño archipiélago de 315 mil kilómetros cuadrados naciera un imperio que llegó a ocupar una quinta parte de la tierra, una cuarta parte de la población mundial y dejó una profunda huella en la cultura humana.

En 1991 Hugh Popham, seguramente un descendiente, publicó una biografía cuyo título no hubiese disgustado a Sir Home Popham "A Damned Cunning Fellow" que pudiera traducirse como "Un tipo condenadamente astuto"

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