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Un hombre solo en la silla de Pedro

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Luciano Álvarez

Desde el temprano 1941 a la actualidad, se han publicado más de ciento veinte libros sobre Eugenio Pacelli, el Papa Pío XII (Roma, 1876 - 1958). Basta para explicar el interés y actualidad del tema decir que cuarenta y cinco de ellos están fechados en los últimos diez años. La inmensa mayoría de estos trabajos académicos giran sobre un tema central y excluyente: ¿Cómo juzgar la actuación de Pío XII en relación a los nazis y el Holocausto?

En la inmediata posguerra las alabanzas a la conducta del Papa fueron unánimes: "Ante todo, dirigimos un reverente homenaje de gratitud al Sumo Pontífice y a los religiosos que, siguiendo las directrices del Santo Padre, vieron en los perseguidos a hermanos, y con valentía y abnegación nos prestaron su ayuda, inteligente y concreta, sin preocuparse por los gravísimos peligros a los que se exponían" (Giuseppe Nathan, comisario de la Unión de comunidades judías italianas, 7 de septiembre de 1945). Dos semanas más tarde, Leo Kubowitzki, secretario general del Congreso judío internacional presentó "al Santo Padre, en nombre de la Unión de las comunidades judías, su más viva gratitud por los esfuerzos de la Iglesia católica en favor de la población judía en toda Europa durante la guerra". Al mes siguiente ochenta delegados de sobrevivientes judíos expresaron "el sumo honor de poder agradecer personalmente al Santo Padre la generosidad demostrada hacia los perseguidos durante el terrible período del nazi-fascismo".

Cuando murió, en 1958, Golda Meir envió un elocuente mensaje: "Compartimos el dolor de la humanidad (...). Cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo, la voz del Papa se elevó en favor de sus víctimas. La vida de nuestro tiempo se enriqueció con una voz que habló claramente sobre las grandes verdades morales por encima del tumulto del conflicto diario. Lloramos la muerte de un gran servidor de la paz". En el mismo sentido se expresó el gran rabino de Jerusalén, Isaac Herzog.

Sin embargo, desde mediados de los años sesenta, la percepción fue cambiando y los reproches a "el silencio de Pío XII" sobre el exterminio judío, se fueron convirtiendo en una suerte de verdad tácita, hasta culminar con obras como "El Papa de Hitler" (1999) de John Cornwell, un escritor inglés, católico. Su Pío XII es un antisemita de vieja data, un hombre incapaz de tomar posición, de admitir sus errores o denunciar la política criminal de los nazis, mientras se preocupa fundamentalmente de salvaguardar a la Iglesia Católica dentro del nuevo orden.

La tesitura opuesta ha sido enarbolada, lógicamente por un grupo de historiadores católicos como Margherita Marchione o el jesuita Pierre Blet, uno de los responsables de la publicación de doce volúmenes con documentos del Vaticano relativos a la Segunda Guerra Mundial. El propio Blet publicó luego un libro de síntesis basado en esta documentación.

Sin embargo algunas de las defensas más sólidas sobre la actuación de Pío XII provienen de investigadores judíos como el teólogo Pinchas Lapide autor de "Los tres últimos Papas y los judíos" y en particular el rabino David Dalin, autor de "El mito del Papa de Hitler" (2004) y "La guerra de Pío" (2005). "Pío XII fue uno de los personajes más críticos del nazismo -escribe Dalin-. De los 44 discursos que Pacelli pronunció en Alemania, entre 1917 y 1929, cuarenta denuncian los peligros de la ideología nazi emergente y las ideologías `poseídas por la superstición de la raza y de la sangre`". En el 2003, Gary Krupp, un empresario judío de New York, que creció "despreciando a Pío XII", creó una fundación "Pave the Way" (Construir el Camino) con la misión de identificar y eliminar todos aquellos obstáculos no teológicos entre las distintas religiones y asumió como una de sus tareas mayores la recopilación de documentos que reivindicaran a Pío XII.

El caso, cuyos datos generales apenas esbozo, constituye, de por sí un desafío emblemático para quién se aventura, parafraseando al Dante, en "esta salvaje selva, áspera y fuerte "que da temor al pensamiento" en procura menos de juzgar que de comprender. Aunque la vasta bibliografía, resuelva algunas cuestiones, se mantienen y se proyectan algunos asuntos eternos, en particular los que se vinculan a la acción pública de los líderes.

En un libro reciente, Peter Godman (Hitler y el Vaticano, 2010) define la conducta de Pío XII como la de un "oportunista" en el sentido noble del término, es decir un realista capaz de sopesar cada una de sus decisiones y procurando actuar en el momento justo. "El Papa -dice el rabino Dalin- consideró varias veces la posibilidad de hacer una denuncia pública del nazismo. Pero sabía también que ponía en riesgo la vida de muchas personas. Ya había ocurrido después de la publicación de la (encíclica) Mit brennender Sorge, y había tenido la oportunidad de ver que no había producido beneficio alguno, al contrario, la situación se había agravado. Pío XII sabía que una declaración pública `debe ser considerada y sopesada con seriedad y profundidad, en el interés de aquellos que más sufren`. Incluso la Cruz Roja llegó a las mismas conclusiones: "Las protestas no sirven y, es más, podrían producir daño a las personas que se intenta ayudar." Marcus Melchior, gran rabino de Dinamarca, que sobrevivió al Holocausto dijo: "Si el Papa hubiera hablado, Hitler habría masacrado a muchos más de los seis millones de judíos y quizá a 10 millones de católicos".

Como en la novela de William Styron "La decisión de Sofía", estos dilemas son capaces de destruir el espíritu de quien debe asumirlos.

Resulta estremecedor siquiera intentar el ejercicio de ponerse en el lugar del hombre responsable de una organización, de la suerte de millones que, al final de cuentas, se encuentra solo frente a su conciencia y debe discernir sobre las consecuencias de cada una de sus acciones, con frecuencia sin la opción entre una buena y una mala, sino entre muchas malas.

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