NUEVA YORK | NEWSWEEK
En la moda, es fácil detectar una falsificación: la grifa Burberry puede indicar una marca, pero el color de la trama no es exacto, el precio es demasiado accesible para ser verdadero y el vendedor opera desde un mercado en una calle de mala reputación como Canal Street, en Nueva York.
¿Qué ocurre con la comida falsificada? No es tan fácil de descubrir, en gran medida, debido a que a la mayoría ni siquiera se le ocurre que sea falsa. En general, las personas presumen que obtienen el producto con los detalles que indica la etiqueta. De acuerdo con lo que coinciden en señalar numerosos expertos, no se puede tener seguridad absoluta.
Cuando el FBI calificó a la falsificación como "el delito del siglo", no se refería solo a carteras de mujer de Prada o relojes Rolex falsos. La industria de los alimentos falsos tiene un valor anual de US$ 49.000 millones, de acuerdo con lo que señala el Instituto Aduanero Mundial, e involucra a todo, desde manjares hasta jugo de frutas en caja. "Los productos son movidos alrededor del mundo con tanta celeridad ahora, que se abren amplias oportunidades", sostiene John Spink, experto en alimentos falsos, quien se desempeña en la Michigan State University (MSU), de Estados Unidos. "La demanda por comida de bajo precio virtualmente asegura que el problema persistirá y crecerá".
Ante esa realidad, MSU inició el Programa de Protección de Productos y Contra la Falsificación, que es el primero de su tipo y reunirá a diversidad de expertos en seguridad alimentaria, derecho penal, comercio internacional e ingeniería, con la finalidad de desarrollar un centro para trazar estrategias contra las falsificaciones.
El fraude alimentario, que típicamente significa la adulteración intencional de comida con ingredientes más baratos para obtener mayores ganancias, tiene una larga y fascinante historia, tanto en Estados Unidos como en Europa. Sin embargo, hasta tiempos recientes, el problema no recibió preferente atención, debido a que el fraude de esas características ocupa una extraña brecha entre seguridad de los alimentos (la especialidad qie aborda la contaminación accidental de comida) y la defensa de los alimentos o bioterrorismo (aborda la adulteración intencional del suministro de alimentos por parte de grupos terroristas). Ahora, el enfoque ha cambiado.
En 2008, las autoridades de China informaron que la leche había sido adulterada con melamina -un químico que hace aparecer a la leche como si tuviera un más alto contenido de proteínas- lo que causó que 900 chicos tuvieran que ser internados al sufrir problemas en los riñones. Cuando seis bebés murieron, un incendio mediático puso en el centro de la atención el fraude alimentario en China y desató una ola de pánico en Estados Unidos.
Con el transcurso de los años, escándalos menores han suministrado un flujo constante de títulos en los diarios. Cognac francés adulterado con licor producido en Estados Unidos y miel mezclada con azúcares más baratos como el jarabe de maíz de alta fructosa, fueron detectados por inspectores estadounidenses. En 2008, autoridades encargadas de la seguridad alimentaria requisaron más de 10.000 cajones de aceite de oliva extra puro falsificado, por un valor superior a los US$ 700.000, de lugares de almacenaje en Nueva York y Nueva Jersey.
Parte del problema que enfrenta Estados Unidos es la magnitud de la eventual escena del delito. Hay más de 300 puertos de ingreso al país, por los que pasa el 13% de los suministros de alimentos. La FDA (la autoridad federal que controla alimentos y medicamentos) solo cuenta con los recursos para inspeccionar alrededor del 2% de esos alimentos. "En términos de prioridades, el fraude alimentario con frecuencia aparece al fondo de la lista", señala el oficial de seguridad de alimentos de la FDA, Martin Stutsman.
Pero, Spink dice que no es necesario monitorear todo. "Lo que se debe hacer es enfocar la química del delito", afirma. "Eso significa entender a los propios autores del fraude: quiénes son, cuáles son sus motivaciones y cómo encuentran las oportunidades de hacerlo". "Sobre la base de lo que conocemos de la adulteración de alimentos, la FDA cumple una magnífica tarea al abordarlo. El problema es que no entendemos lo suficiente".
La mayoría de los experos coincide, en defensa de la FDA, que -más allá del escándalo de la melamina- la falsificación de alimentos no plantea riesgos significativos a la salud. "El intento es estafar a la gente y no enfermarla", dijo Stutsman. "Los falsificadores con más experiencia harán sus productos lo más parecido posible a los auténticos, debido a que no quieren que los descubran". Pero, no es difícil imaginar los riesgos implícitos: por ejemplo, un producto adulterado puede generar una reacción alérgica grave.