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Familia diversa

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GERARDO SOTELO

La discusión parlamentaria sobre el proyecto de ley que autorizó la adopción para parejas homosexuales permitió que asomaran algunos temas centrales en la sociedad contemporánea, como la compleja situación de la familia, el respeto a la diversidad sexual y el rol del Estado en estos delicados asuntos.

La idea de que hay un modelo ejemplar de organización familiar, liderada por una pareja casada y heterosexual, parece reflejar una fantasía más que una visión cabal de la realidad. Es probable que existan argumentos estadísticos para demostrar que en su seno los niños crecen más felices, pero eso no cambia la situación.

Los datos empíricos también indican que aquel "modelo ideal" está en retroceso y constituye sólo un tercio de las familias uruguayas, mientras se extienden las familias monoparentales, a cargo de mujeres solas, pobres y jóvenes. Para los hijos criados en tales condiciones, el debate en torno a la pareja heterosexual debe sonar por lo menos extraño.

El temor a aceptar que las parejas gay adopten niños parece afectar más los prejuicios que los valores de sus detractores. Uno de estos prejuicios nace en un error de percepción: como tradicionalmente la pareja cumplió con el doble rol reproductor y afectivo, se parte del supuesto de que se trata de lo mismo. Lo primero deriva, en efecto, de un vínculo heterosexual, pero lo segundo está referido a la capacidad de amar y es independiente de la sexualidad.

Suele escucharse también que los niños y niñas criados por una pareja gay se pierden conocer el universo afectivo y psicológico del género ausente y que eso puede condicionar su sexualidad y su desarrollo emocional. El argumento es plausible pero si existieran evidencias científicas de tales riesgos, debieron aparecer en el debate con más fuerza y convicción. En todo caso, se pudo buscar un mecanismo compensatorio, como la inclusión de una tercera figura del género ausente como corresponsable de la adopción, para no dejar a ese niño o niña sin sus padres o madres sustitutas.

La crítica de varios de los opositores a la ley parte del supuesto (no siempre confesado) de que el vínculo homosexual es de por si inconveniente, y que el Estado no debería exponer a tan mal ejemplo a los niños bajo su tutela. Pero en la sociedad contemporánea (y la uruguaya casi lo es) también existen personas que aceptan la homosexualidad como algo natural. La mayoría, incluso, sin practicarla. Es difícil pensar que el Estado entre en consideraciones legales sobre la sexualidad de los adoptantes sin incurrir en un acto de discriminación injustificada.

El obispo católico de Montevideo, Nicolás Cotugno, quiso ponerlo en términos bíblicos al recordar que Dios creó al ser humano "macho y hembra", con lo que estaba "todo dicho". Nótese que las parejas gay no se oponen a que los heterosexuales vivan según este precepto bíblico, ni dejan de ser machos y hembras por ser homosexuales. Tal vez sus hijos adoptivos estén en mejores condiciones de vivir una sexualidad no impuesta, respetando e integrando al diferente y promoviendo una sociedad diversa y tolerante.

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