Paulina, Diego y su gata Sabrina, los uruguayos que viajan en una combi del 89 con destino al próximo mundial

Ella es de Melo y él de Canelones. En junio de 2024 decidieron dejarlo todo y salir a viajar en una camioneta que transformaron en hogar. Aunque no tienen una ruta, sí tienen un objetivo: llegar a la final del mundial 2026.

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Diego, Paulina y su gata Sabrina en el salar de Uyuni.

Era 31 de diciembre de 2024. Diego y Paulina estaban en Boliviay, por primera vez desde que salieron de Uruguay, la combi en la que viajan —una camioneta Volkswagen del año 89— tenía el combustible en reserva. Estaban en Colchani, una pequeña ciudad a 20 kilómetros del salar de Uyuni. Querían llegar al salar para pasar esa noche y empezar el año allí, pero en varias zonas de Bolivia conseguir nafta es una tarea bastante difícil.

Habían conocido en el camino a otros uruguayos que estaban viajando por el país y habían coordinado para pasar fin de años juntos, pero estaban en la misma situación: sin combustible no se podía avanzar hacia ninguna parte. Después de muchas idas y venidas, de hablar con todas las personas que pudieron, consiguieron que alguien les vendiera un poco, compraron carne para hacer un asado y se fueron al salar.

Allí se encontraron con los otros uruguayos, armaron un refugio con las camionetas para guardarse del viento, miraron uno de los atardeceres más impresionantes que habían visto nunca, colgaron una bandera de Uruguay para dejar su huella en el lugar, cocinaron, recibieron a una pareja de Perú y a otra de Chile, escucharon Los Fatales y la primera noche del 2025 les confirmó que estaban justo donde tenían que estar.

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Diego, Paulina y otros uruguayos en el salar de Uyuni

Esta es la historia de Diego y de Paulina o de cómo dos uruguayos de 29 años —él de Canelones, ella de Melo— decidieron dejarlo todo, comprar una camioneta del año 89, transformarla en una casa y salir a viajar sin rumbo, pero con un objetivo: llegar a la final del mundial 2026 en Estados Unidos con la esperanza de ver a la Selección Uruguaya.

“Desde que tengo 16 años siempre tuve en la cabeza las ganas de viajar, y siempre me enfoqué en eso. Primero había pensado en ser mozo y guardavidas para poder viajar haciendo temporadas, no lo hice, empecé la facultad de piscología como para tener la seguridad de un título, pero me tuve que poner a trabajar y no la terminé. Trabajaba en un laboratorio y me gustaba, pero en un momento no aguanté más y decidí irme en bici hasta las Cataratas del Iguazú. Estuve cinco meses viajando y fue como una preparación para saber si realmente era lo que quería”, dice Diego.

Cuando regresó a Uruguay ya tenía la combi y la decisión de irse otra vez. Había conocido a Paulina antes del viaje y la relación se había interrumpido por el tiempo en el que él estuvo lejos. Cuando volvieron a encontrarse ella le dijo que se iba con él. Lo primero que hicieron fue mirar tutoriales y videos para transformar una camioneta en un sitio para vivir. Armaron un sofá que por la noche despliegan y hacen cama, procuraron tener algo de espacio de almacenamiento, compraron un lavarropas, un baño y una ducha portátil, una conservadora que alguna vez cambiarán por heladera, dos estaciones de energía, una antena de internet satelital. Aprendieron las básicas de la mecánica y salieron a hacer ruta. Primero hicieron un viaje hasta Mendoza. Fueron ellos dos y Sabrina, su gata. Probaron la camioneta, aprendieron que no podían exigirle tanto, que tenían que cuidarla más. Después sí, cuando estuvieron listos, los tres se largaron a la aventura sin saber cuál sería el próximo destino.

Llegaron a Río Grande del Sur en pleno junio de 2024. Decidieron empezar por Brasil porque sabían que las combis habían sido muy conocidas allí y que, si les pasaba algo, seguro encontrarían quien pudiera ayudarlos. De ahí siguieron a las cataratas para que Paulina conociera —“Fue una experiencia hermosa conocer ese lugar, fue el primer shock”, dice. Viajaron a Paraguay y se quedaron en una ciudad que se llama Hernandarias, con la combi estacionada en un parque, durante más tiempo del que esperaban: Paulina tuvo un problema en una muela y necesitó un tratamiento.

De esa ciudad y de ese país Paulina y Diego hablan, sobre todo, de su gente, de lo hospitalaria que fue, de la manera en la que los recibió. De al misma forma hablarán de todo el viaje: los lugares y los paisajes son impresionantes, pero son las personas las que hacen la diferencia.

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Diego y Paulina viajando

Después partieron para Bolivia, donde se enfrentaron con algunos choques culturales que no se esperaban y supieron que eso también era parte del viaje.

Hoy están en el norte de Argentina, en Jujuy. Tuvieron que regresaron porque a Diego se le vence la libreta de conducir y tienen que volver a Uruguay para renovarla y continuar. Están aprovechando el tiempo para trabajar —Paulina es analista en marketing y diseñadora y Diego programador— y esperando a que llegue el momento de volver.

No les preocupa, porque si algo les ha dejado este viajees que todo, al final, tiene un sentido, un por qué. “Estamos haciendo lo que nos gusta y eso es lo que importa. Y es lo que nos gusta compartir: hay que animarse a hacer lo que a uno le gusta, porque capaz que te pasás toda la vida en un lugar solo por comodidad y al final no te gusta. Hay que animarse, que no pasa nada. Y si pasa, seguro que hay alguien para ayudarte”.

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