Washington - A finales de 1901, Auguste D., una mujer de 51 años desorientada, desmemoriada y neurótica fue hospitalizada en la ciudad alemana Fráncfort y atendida por el doctor Alois Alzheimer, quien la trataría durante un tiempo.
Cuando se enteró de su muerte cinco años más tarde, Alzheimer, quien para entonces se había trasladado a Múnich, solicitó el historial y el cerebro de su antigua paciente.
La investigación de los tejidos cerebrales de Auguste quedaría plasmada en el informe que Alzheimer presentó ante la Sociedad de Psiquiatras del Sureste de Alemania el 3 de noviembre de 1906, hace justo un siglo.
Ese estudio detalló por primera vez las características de una dolencia que pasaría a conocerse como "mal de Alzheimer" y que supone la causa más común de demencia, un proceso degenerativo que afecta a unos 28 millones de personas en todo el mundo.
Cien años después, el Alzheimer, una dolencia que se caracteriza por la pérdida progresiva de memoria y otras facultades mentales y que en última instancia provoca la muerte, es todavía un misterio sin curación.
Aun así, los últimos avances científicos, la mayoría de ellos en EE.UU. y Europa, ofrecen motivos para la esperanza.
La acumulación excesiva en el cerebro de proteínas beta (en forma de placas beta-amiloide) y tau (en forma de nudos tau) representa la manifestación física del Alzheimer.
Las placas se acumulan en los espacios entre las células nerviosas, mientras que los ovillos o nudos neurofribilares se forman dentro de esas células.
Poco a poco la conexión entre las células se pierde y muchas de ellas mueren.
La mayoría de investigadores sostiene que la formación de placas es el desencadenante de la enfermedad.
Los partidarios de esa teoría creen que son esas placas las que causan la pérdida de memoria, los cambios de personalidad y el irreversible declive cognitivo que va aparejado con el mal.
Para esos científicos, el objetivo es detener la formación de las placas, lo que permitiría controlar la enfermedad.
De ahí que busquen producir una vacuna que estimule la generación de anticuerpos contra las proteínas beta.
En esa línea trabajan compañías como Elan Pharmaceuticals y Wyeth Research, que tuvieron ya éxito parcial con un experimento realizado en el año 2000, al lograr detener el deterioro de los pacientes que reaccionaron a la vacuna.
La prueba se detuvo entonces porque algunos participantes sufrieron inflamación cerebral. Las empresas buscan ahora elaborar una vacuna menos tóxica.
Una alternativa a las vacunas es la fabricación de anticuerpos en un laboratorio que posteriormente se inyectarían.
Los estudios preliminares son esperanzadores y un análisis realizado por Wyeth muestra que una única dosis logró una mejora considerable en sólo cuatro meses. El método ralentiza la enfermedad y revierte sus efectos.
EFE