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Crónica de "Amor de cuarentena": un mundo de fantasía en WhatsApp y con Rogelio Gracia

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Rogelio Gracia. Foto: Marcelo Bonjour

EN PRIMERA PERSONA

"Amor de cuarentena" es una experiencia teatral vía WhatsApp que comenzó a principios de mayo, con elenco estelar. Esta es una crónica en primera persona

Dice Rogelio que me debe resultar raro su mensaje, y que ojalá no me resulte inoportuno. Dice, en un audio en el que las eses suenan bien fuerte, como si la boca estuviera demasiado pegada al micrófono, que pensó bastante antes de establecer contacto pero que cuando el sol apareció pensó en mí —que me le aparecí en los pensamientos— y que aunque siempre me parecieron cursis las postales de amaneceres y atardeceres, me manda una desde su ventana. Después, a los pocos minutos, dice que no sabe si me extrañó pero que sí me pensó, y que hacía mucho no me pensaba. Se ríe mientras habla, con risa tímida, un poco avergonzada, y me manda “Solo importas tu” de Franco De Vita. No puedo, mientras tarareo el estribillo, evitar la sonrisa.

Es miércoles y el primer contacto real que tengo con Amor de cuarentena, esta experiencia teatral vía WhatsApp que comenzó el 6 de mayo y hoy estrena una nueva vuelta (entradas en Redtickets), sucede entre las 19.18 y las 19.36, entre el frío y la escasa luz de mi comedor, mientras trabajo. Un rato antes había recibido una serie de indicaciones desde ese mismo número que, en la previsualización de mi celular, figuró como “Amor”. Es imprescindible agendar este número, no podrás responder los mensajes, recomendamos usar auriculares, buscá un tiempo y espacio ideal para escucharlo.

No lo hago. Me dejo los auriculares mientras sigo tecleando sobre el cambio físico de Adele y escucho a Rogelio Gracia que insiste en que me debe resultar rarísimo que vuelva a aparecer en estos tiempos, pero que son tiempos raros que se prestan para eso, la rareza. No puedo contestar, son las reglas, pero compro todo lo que entra en tres audios, una foto y una canción. No puedo contestar y me gana el nerviosismo de los niños que acaban de hacer su gran travesura, me gana cierta nostalgia de ausencias, me gana la sensación de intimidad.

Rogelio no me conoce. Nunca lo vi en persona, ni siquiera en teatro; no sabe que hace 20 años mi madre me trajo un autógrafo suyo; no sabe que fue, en mi niñez, el primero al que más o menos identifiqué como galán uruguayo cuando lo vi en El año del dragón. Nunca habíamos hablado (hasta ayer, que lo contacté para la foto que ilustra esta nota. “Fuiste mi amor de cuarentena”, le dije y respondió: “Qué vergüencita”).

Rogelio Gracia. Foto: Marcelo Bonjour
Rogelio Gracia. Foto: Marcelo Bonjour

Rogelio no sabe, pero por dos semanas soy su ex; yo y todas las personas que lo elegimos para atravesar esta experiencia. Para otros, esta historia se completó con Noelia Campo o Victoria Rodríguez, con Nacho Cardozo o Delfina Chaves, con Gustavo Saffores o Leonor Chavarría, con Germán Weinberg. Una ex en la que pensó en estos días raros y a la que le escribió uno y otro día, entre fotos, videos, canciones y audios de la brisa y del silencio, hasta que no lo hizo más. La experiencia dura 15 días.

Sus palabras son, en verdad, las de Santiago Loza, el argentino que armó este texto que para Uruguay dirige Ximena Echeverría. Las palabras evocan, por momentos de forma demasiado poética para lo que se espera de un intercambio de WhatsApp, detalles mínimos, recuerdos y experiencias diarias. Lo que pasó con unas postales, el café y la risa y la voz, la necesidad de tomar sol y de tener conciencia de la piel y así.

Aquel nerviosismo infantil del primer día es, luego, reemplazado por una placidez que prescinde de urgencia. El texto tiene momentos reiterativos y le falta un sacudón, un quiebre; pasa el tiempo y el monólogo gira alrededor de lo que fue y de lo que es este repentino reencuentro virtual. Y cuanto más simple es, cuanto más espontáneo parece, mejor funciona. La selección musical de Rogelio va de “Beija Flor” a “Hasta el fondo del río”, la producción de los audios se esfuerzan por ser hogareña. Hay movimiento de fondo y suma, pero para la segunda mitad de la experiencia ya necesito algo más. Todo el material es pregrabado y se le podría reclamar más frescura.

El malestar, el ruido en la comunicación, el cambio llega recién en los últimos días. De golpe toda la evocación bella se convierte en amargura, y el Polaco Goyeneche canta “Como dos extraños” y el final queda cerca. El último día, Rogelio admite que sus mensajes son exagerados y dice que ahora, después de este intercambio, ya se puede retirar. Dice que va a dejar de hablar y que ponga empeño en ser feliz, y es un final de cursilería pero con un buen dejo agridulce.

Amor de cuarentena funciona en gran parte como un espejo en el que, en este encierro, se pueden ver las ausencias y algunas cuestiones muy personales que afloran con el distanciamiento social. “Teatro no es”, me dijo la directora Ximena Echeverría hace unos días, pero sí que es una experiencia artística diferente y desafiante. No hay imagen, no hay cuerpo presente más que la creación de un amor, un desafío interesante en tiempos de productos culturales fácilmente digeribles.

Amor de cuarentena es la invitación a un mundo de fantasía en el que hay que creer un rato cada día, y no es poco.

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