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"Santa Evita": cómo es la serie en la que Natalia Oreiro se convierte en Eva Perón

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Natalia Oreiro como Eva Perón en "Santa Evita". Foto: Star+
GEMELOSphotography

RESEÑA

El País vio y repasa los primeros episodios de la serie con Natalia Oreiro como Eva Perón; se estrena este martes, en el 70° aniversario de la muerte de Evita.

El titular es de enero de 2020 y confirma lo que hace días es un rumor que crece: Natalia Oreiro, la uruguaya que ya fue Gilda, uno de los mayores íconos populares de la cultura argentina, ahora será Eva Perón, Evita, en una serie que promete. Fue, en las pruebas, la que mostró más “brillo”, asegura el equipo de producción.

Entonces llega la pandemia y empieza una puja con las postergaciones, los contratiempos, los cambios, el rodaje rioplatense y Santa Evita, un sueño del streaming regional, se dilata. Se la promete para un semestre y se la pasa para otro y así va, a los tumbos, hasta que llega. Finalmente, llega.

Este martes, un 26 de julio en el que se cumplirán exactos 70 años del fallecimiento de Evita, se estrenará en Star+ la miniserie basada en la novela de Tomás Eloy Martínez que, en siete episodios, narrará el derrotero del cuerpo sin vida de la Primera Dama, y el nacimiento de una leyenda.

Es una apuesta ambiciosa. Contenido original de Disney en América Latina, tiene de productora ejecutiva a una estrella de Hollywood, la mexicana Salma Hayek, un aspecto que encabeza el listado de destaques en la campaña promocional. Dirigen el colombiano Rodrigo García Barcha, que pasó por series como Los Soprano, tiene una película premiada en Cannes (Things You Can Tell Just by Looking at Her) y es el hijo de Gabriel García Márquez; junto con Alejandro Maci, el argentino detrás de Los que aman, odian y de guiones de ficciones como Tumberos o Lalola.

Escribieron Marcela Guerty y Pamela Rementería, que firman incontables éxitos de la televisión argentina; se filmó en más de 40 locaciones, participaron 1.300 extras y los números detrás de la reconstrucción de época son impecables.

Es, así, una apuesta ambiciosa.

Pero también es una empresa audaz. Santa Evita tiene, al menos, tres frentes que atender: abordar en clave de ficción a una figura de semejante magnitud; lograr que la audiencia reconozca a Evita y Juan Domingo Perón en las caras, las voces y los cuerpos de Oreiro y Darío Grandinetti; y trasladar al lenguaje audiovisual el texto de Tomás Eloy Martínez. Y este último es el desafío crucial.

Santa Evita, la novela, es un clásico de la literatura argentina, un best seller donde la historia se cuenta con absoluta brillantez. La serie se inspira en ella y toma su nombre, su argumento y buena parte de los diálogos que aparecen en sus páginas. Y en lo demás se esfuerza. ¿Porque cómo se imprime tanta poesía en un thriller con porte de producto mainstream?

A su novela, Martínez la empieza así: “Al despertar de un desmayo que duró más de tres días, Evita tuvo la certeza de que iba a morir. Se le habían disipado ya las atroces punzadas en el vientre y el cuerpo estaba de nuevo limpio, a solas consigo mismo, en una beatitud sin tiempo ni lugar. Solo la idea de la muerte no le dejaba de doler. Lo peor de la muerte no era que sucediera. Lo peor de la muerte era la blancura, el vacío, la soledad del otro lado: el cuerpo huyendo como un caballo al galope”.

Natalia Oreiro como Eva Perón en "Santa Evita". Foto: Star+
"Santa Evita" comienza con la muerte de Eva Perón. Foto: Star+

Esa certeza, esa blancura y esa soledad están sobre los hombros de Oreiro en la primera escena de Santa Evita, un 26 de julio de 1952 de lluvia y de fatalidad. Esta Eva de la pantalla, esa Eva compuesta por la actriz, está esquelética y demacrada, la espalda arqueada por el sufrimiento, las trenzas angelicales, el semblante amargo marcado por lo inminente y el temperamento intacto. Esa Eva ordena y lamenta: es la idea de la muerte que no le deja de doler.

En los tres primeros episodios de la serie, a los que tuvo acceso El País, Oreiro se desdobla. Es, por un lado, el cuerpo inerte de la nombrada Jefa Espiritual de los argentinos, ese cuerpo diminuto en el que se evidencia su compromiso con el papel (tuvo que perder mucho peso para encarnar a Evita en sus últimos momentos), ese cuerpo que dio pie a vínculos tan complejos y perturbadores.

Por otro, es la joven con sueño de actriz, cabello morocho y una vivacidad que cuando no era “nadie”, cuando era una Duarte de Junín, cautivó al entonces secretario de Trabajo y Previsión Juan Domingo Perón. Lejos de la imitación, pero con un claro trabajo en los gestos y en el decir, en la voz, para lograr el mayor parecido posible, Oreiro es una Evita sólida. Lo mismo aplica para el Perón de Grandinetti.

Santa Evita, la serie, concentra su atención en el periplo del cadáver de la mujer, embalsamado tras su fallecimiento, celosamente cuidado durante tres años, secuestrado y profanado durante más de una década y finalmente enterrado en 1976. Y reparte el foco con la figura de Eva en sí: la niña, la adolescente, la artista, la política, la mujer enamorada, la querida, la odiada, la venerada, la rechazada. “Esa mujer”, como se titula el piloto: la Chinita, la Cholita y la “yegua”, el mote que el coronel Moori Koenig (un correcto Ernesto Alterio) demanda a su séquito.

Natalia Oreiro como Eva Perón en "Santa Evita". Foto: Star+
Oreiro es Evita en la serie que se estrena el martes. Foto: Star+

Hay, con la salvedad de los flashbacks que reconstruyen a Eva antes de ser Evita, por lo menos tres líneas temporales centrales: la que ronda su muerte, en 1952; la de 1955, el año en que el cadáver es secuestrado; y la de 1971. Allí, un periodista con la cara de Diego Velázquez, que hace un muy sensible trabajo, sigue el rastro del cuerpo, entre la obsesión y el peligro constante, latente.

Él desde su investigación, Moori Koening y algunos de sus secuaces, y el español responsable del embalsamiento, Pedro Ara (Francesc Orellá, el de Merlí), generan a su manera una relación conflictiva con Eva Perón, y ahí entran en juego muchas de las pulsiones del relato: el afecto, la admiración, incluso la ternura, la repulsión, el desagrado, la violencia.

Todo es intensificado por la música incidental, embellecido por la precisa reconstrucción de época y potenciado por la verdad que respalda a esta historia. Después, los códigos de la ficción juegan su parte, y en vez de poesía el espectador podrá ver morbo en la reconstrucción de algunos episodios. Pero esa valoración será individual: en lo colectivo, lo global, Santa Evita funciona en toda su ambición, atrapa y trae, al formato estrella del siglo XXI, una historia sin igual. La historia de esa mujer.

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