Revelando el costado oscuro del divo

| Su ex esposa tahitiana afirma en sus memorias que el actor era egoísta, posesivo y abusador

MASCARAS. Tras la poderosa apariencia de una de las grandes figuras del cine americano había un hombre complejo y contradictorio. 200x250
MASCARAS. Tras la poderosa apariencia de una de las grandes figuras del cine americano había un hombre complejo y contradictorio.

el pais de madrid/Octavi Martí

Tarita, la esposa haitiana de Marlon Brando, cuenta en un libro su relación tormentosa con el actor, las brutales palizas que él le propinaba y las humillaciones que sufrió junto a los hijos que tuvo con el mito, al que presenta como un hombre egoísta que arruinó su vida. No es fácil la vida cotidiana junto al tipo que sedujo a medio mundo con Un tranvía llamado deseo (1951); que nos explicó que las revoluciones son siempre traicionadas en Viva Zapata (1951); puso de moda la iconografía de la moto, la chaqueta de cuero y las ray-ban en El salvaje (1952); que se apoderó del verbo shakespeariano en Julio César (1953); nos descubrió la mezcla explosiva de espíritu crístico con la pulsión masoquista en El rostro impenetrable (1960), Motín a bordo (1962) o La jauría humana (1965); que se complació en la impotencia en Reflejos tus ojos dorados (1967); dio vida a un agente de la CIA antes que la CIA fuera inventada en Queimada (1970); simbolizó a todos los americanos de la generación perdida en Ultimo tango en París (1972), o supo dar rostro a quienes están en relación directa con el Mal en El Padrino (1972) y Apocalypse Now (1979). Tarita Teriipaia, fugaz actriz, amante temporal y madre de dos de los numerosos hijos de Brando, ha publicado ahora en Francia unas memorias -Marlon, mon amour, ma déchirure (Marlon, mi amor, mi sufrimiento)- en las que se expone una vez más la dificultad de vivir y sobrevivir a una estrella refulgente.

COMIENZOS. Tarita es hija de una modesta familia tahitiana. Su infancia y adolescencia transcurren en Bora Bora, rodeada de 11 hermanos, viviendo en una casa de una sola habitación, en medio de una gran pobreza que no es angustiosa. En Bora Bora, a los 16 años, ve las primeras tiendas de su vida y "yendo de un escaparate a otro, comprendo lo que significa ser pobre, la tristeza de no tener dinero para comprar esas pocas cosas que tanto me apetecen". No quiere volver al bachillerato "porque aún veo con horror las manos del profesor sobre mis pechos, buscando mi vientre mientras los otros alumnos le contemplan y se ríen".

Una hermana mayor, casada e instalada en la capital del archipiélago, Papeete, sirve de puente para que Tarita abandone el hogar familiar. Primero trabaja al servicio de Anna, la hermana; luego, como mujer de la limpieza en un hotel. Más tarde se integra a un grupo de bailarinas que ofrece una modesta coreografía basada en el tamuré, una de las danzas locales.

Tarita tiene 19 años cuando los americanos desembarcan en Papeete. Un equipo, dirigido primero por Carol Reed y luego por Lewis Milestone, se instala en la isla para rodar Motín a bordo, una superproducción con Marlon Brando, Trevor Howard y Richard Harris. Las películas "para todos los públicos" necesitan de una historia de amor, que alguien haga perder la cabeza a Fletcher Christian, es decir, a Marlon Brando. "Una criada del hotel, que había hablado con un tipo de la MGM, nos sopló que los americanos buscaban una chica para encarnar a Maimiti". Tarita no sabe nada de Maimiti, de la historia de la Bounty, de los rebeldes que se instalaron luego en la isla de Pitcairn. "Los de la MGM habían visto nuestro espectáculo de danza el sábado y propusieron contratarnos a todas. Aunque sólo sea por tres meses, ¡cobrar por bailar! ¡Sólo unos americanos podían plantearlo!".

El primer encuentro con Brando marca el tono. Tarita recuerda haber sonreído, dado las gracias y sorprenderse de que él, en su francés precario, le dijera: "Quizá está noche yo podría encontrarme con tú". No hubo empero, de momento, primera noche para una Tarita que acababa de descubrir el maquillaje. "Empezaron a ponerme cremas en la cara y yo protesté, diciendo que no estaba enferma y que no quería que nadie tocase mi cabello. Tuvieron que explicarme que no se trataba de medicamentos, sino de maquillaje".

Brando es paciente. Varias veces acude al bungaló de Tarita y entra sin que le inviten. No pasa nada. Él le propone salir a pasear, a beber algo en su residencia, pero ella, que apenas chapurrea el inglés, se niega. Una vez acabado el rodaje en Tahití, todo el equipo marcha hacia Hollywood. Tarita necesita que sus padres la autoricen a salir de la isla, y éstos, aunque no están de acuerdo, firman el papel.

En Hawai, Tarita descubre el teléfono, que no sabe utilizar, la bañera y la televisión. En Los Angeles, en el hotel donde se aloja, recibe nuevas visitas de Marlon, una de ellas muy violenta. Luego el acoso cambia de signo: Brando se presenta bajo la piel de una víctima, habla de sus dos matrimonios rotos -con Anna Kashfi y Movita Castañeda-, de los que tiene dos hijos, Christian y Miko, que escapan a su tutela. "Es la primera vez que no le tengo miedo, sino todo lo contrario, pues todo lo que de él emana esa noche se me antoja tranquilizador". Tan tranquilizador fue que Tarita acepta quedarse "a dormir con él, pero sólo dormir". Y por eso se mete en la cama vestida. Según su versión, "durante los seis primeros meses de vida en común dormí vestida y Marlon no me tocó".

PASIONES. Es ella quien decide el momento en que pueden convertirse en amantes. "Me parece que nos quedamos en casa durante varios días, confundiendo el día y la noche, sin responder al teléfono, hambrientos como náufragos, amándonos". Pero él sigue necesitando de otras mujeres, y eso no es del agrado de Tarita, que protesta ruidosamente antes de aceptar que "él imponga su peculiar manera de compartir una historia de amor". Durante cuatro o cinco días no dice nada y de pronto "me llama al hotel y yo tengo que reunirme con él de inmediato en Mulholland Drive" hasta que él comunica que marcha hacia Londres, Roma, San Francisco o París. Sin ella.

El tópico, de Gauguin a Marlon Brando, quiere que los tahitianos tengan esa actitud simple y natural para la felicidad. Es decir, basta con un telefonazo para que estén contentos. Y se les puede pedir todo: "Tarita, quiero un bebé tahitiano", dice Brando. "¿Y cómo voy a seguir haciendo cine con un bebé?", se pregunta ella, que ha firmado con la MGM por siete años y debe empezar una nueva película en un plazo breve. "¿Como que no quieres sacrificar tu carrera por un hijo? Es tu vida la que vas a estropear haciendo cine", insiste él. "El cine no está pensado para los tahitianos. Los tahitianos son felices en Tahití, lejos del cine, de Hollywood, de esa ciudad espantosa en la que nada es auténtico, en la que nada es bello. El cine sólo es bueno para los americanos, gente desnaturalizada que ha asesinado a los indios y que, aún hoy, rechaza la igualdad con los negros".

Y Marlon Brando no sólo piensa en lo que conviene a Tarita y los tahitianos, sino que procura imponérselo. "Luego comprendería que era él quien había convencido al productor Aaron Rosenberg, que era amigo suyo, para que anulase mi compromiso en el segundo film". Cuando ella queda encinta, él lo celebra. Ella no sabe si seguir adelante con el embarazo, pero él es tajante: "Yo sí quiero ese bebé. ¿Me entiendes, Tarita? Yo lo quiero y, por tanto, vas a guardarlo". Pocas semanas después, ese mismo Marlon Brando deseoso de una nueva paternidad cambia de parecer debido al embarazo de Tarita, con la que no está casado, pues cree que puede poner en peligro sus demandas ante los jueces para recuperar el derecho de visita de sus hijos Christian y Miko. De pronto, él mismo organiza el aborto, pero ahora ella ya no tiene ninguna duda: ha comprendido que la influencia de Brando le impedirá ser actriz. Él se indigna: "No quieres al niño, sino mi dinero, mi nombre". En vano Tarita afirma que el hijo será sólo de ella, Brando repite una y otra vez: "Aunque vayas a Tahití, yo nunca seré el padre. No digas que yo soy el papá, porque lo negaré". Durante la presentación de Motín a bordo en Japón, al día siguiente de la proyección para los emperadores, Marlon reúne a su secretaria y amante ocasional Alice, a la esposa de su colaborador Léo y a Tarita, embarazada de tres meses, para ofrecer a las dos primeras fastuosos regalos y nada a la tercera. Así era el divo.

Cuando recaen sobre los hijos los pecados de los padres

Si Teihotu no despertó el instinto paterno de Brando, Cheyenne, la hija que Tarita tuvo después logró que Marlon permaneciese varias semanas seguidas en Tahití, dedicado a la vida familiar. Sin embargo hubo problemas. Tarita decidió bautizar a la niña y llamarla como ella. "Dios no existe. Es una tontería eso de bautizar a los críos y, además, el nombre Tarita no me gusta", le gritó indignado Brando por teléfono. Días más tarde, reclamó que madre e hija viajaran a Washington. Al llegar descubrieron que era para asistir a una gran concentración de indios. Allí Brando "levantó a la niña y pidió a los jefes allí reunidos poder llamarla Cheyenne, es decir, que todo el viaje y nuestra hija no eran sino un pretexto para que él pudiera expresar su amistad con los indios, y que éstos le reconocieran como uno de los suyos". El reconocimiento oficial de paternidad llegó recién tres años después, una vez conseguido el divorcio de su última esposa.

Sin embargo, los asuntos más graves que cuenta Tarita en su libro son los ligados a la muerte de Dag, el compañero sentimental de Cheyenne. El libro no da una versión definitiva, sino que todo queda en la misma nebulosa de siempre: ¿accidente, pelea, asesinato? Lo que sí queda claro es que Brando no aceptó que su hija pudiera estar enferma y necesitara ayuda psiquiátrica: "Mi hija está bien. Todo lo que tiene ahora va a solucionarse solo", insistía. Tras esa afirmación se ocultaba quizá un secreto mayor: abusaba de su hija. Cheyenne afirma: "Siempre fui sacrificada en el altar de Marlon Brando, al servicio de su felicidad", y recuerda cómo papá "me manoseaba los pechos cuando yo ya salía con Dag". La infeliz Cheyenne, cuando huye del provinciano y sofocante Tahití y busca ayuda en su padre, se encuentra con que éste, el mismo que niega que ella tenga trastornos graves, la encierra en un hospital de Los Angeles y se desentiende de ella. Al año siguiente, cuando Cheyenne parece recuperarse gracias a un tratamiento atento y muy abierto que sigue en París, Brando la rapta para tenerla sólo para él unos pocos días. El resultado de todo el embrollo familiar es conocido: Cheyenne se suicida, y luego, escribe Tarita. "un Brando decadente quiere hacer revivir el espíritu de la difunta a partir de un mechón de pelo".

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