Posicionándose

Jorge Abbondanza

Los barbarismos cunden cada día más en el español que utilizamos los criollos, donde hay verbos descabellados como vacacionar, efectivizar o agendar, pero sin embargo se levantan pocas voces de alarma contra esas y otras desfiguraciones del idioma. La gente sensata sabe que una lengua no es un mausoleo académico donde nada cambia, sino un organismo vivo cuyo empleo exige flexibilidades capaces de incorporar voces populares cuando corresponde, enriqueciéndose con la conquista de neologismos que actualizan el habla y la escritura. Pero el uso de fealdades, deformaciones y disparates es otra historia, donde se viola no sólo la hermosura del idioma sino que se destroza la sintaxis, se pervierte el vocabulario y se generalizan términos inaceptables, en parte por la ignorancia de sus bellos equivalentes castellanos (descontracturar a cambio de distender, por ejemplo).

El problema se agrava con ciertas herramientas manejadas habitualmente por jóvenes, como los mensajes de texto de los celulares, donde la abreviación —que ya era usual en los e-mails— ha avanzado hasta configurar un lenguaje críptico que puede colaborar en el devorador empobrecimiento de la lengua. Eso se suma a la escasez de recursos expresivos que padece la juventud de hoy, donde el descuido ortográfico por vía escrita se asocia a otras penurias por vía oral hasta desembocar en una gradual incapacidad para comunicarse, para transmitir ideas, para entablar un diálogo y para hacerse entender debidamente. Las carencias en el método de enseñanza, el consumo diario de medios masivos como la televisión, donde reinan las torpezas lingüísticas, y la indulgencia generalizada con que se tolera cualquier aberración, determinan que se hable y se escriba cada día peor.

No es nada inofensivo ese proceso, que tiene lugar mientras en el mundo globalizado se redacta en inglés el 70 por ciento de los textos de Internet, lo cual colabora en la catástrofe idiomática denunciada por la Unesco. Porque según ese organismo, desaparece una lengua cada dos semanas y la mitad de las 6.000 que se hablan en el planeta están condenadas a morir en los próximos años. Esa evaporación es constante y afecta sobre todo a los idiomas que carecen de escritura, que son el 80 por ciento de los 2.000 hablados hoy en Africa. Que se borre un idioma no sólo afecta a la diversidad sino al uso de instrumentos de comunicación que van extinguiéndose y al sello de identidad comunitaria que supone una lengua. El inglés es el idioma materno de 400 millones de personas pero es utilizado por 2.000 millones, es decir la tercera parte de la humanidad, como signo de dominio que refleja otros rasgos de hegemonía política, cultural y económica de las sociedades anglosajonas.

Defender la limpidez y la riqueza heredadas de una lengua es una manera de combatir esa masificación mundial. La mejor arma de una tradición, una historia colectiva y una cultura que pretendan sobrevivir sin corromperse, es el buen empleo de un idioma que sepa expresarlas y transmitirlas para que no enfermen ni mueran los valores que se busca defender con el instrumental de la palabra. El 96 por ciento de la humanidad habla sólo un 4 por ciento de los idiomas vivos (como el chino, el inglés, el hindú, el español) mientras el 4 por ciento restante de la gente utiliza un 96 por ciento de lenguas en vías de extinción. Por el momento, el español está respaldado por los 425 millones de personas que lo emplean, pero otras lenguas tienen menos usuarios y están condenadas a desvanecerse silenciosamente. Esa es también una manera de hacer callar a los pueblos y de que se pierdan para siempre otras visiones del mundo.

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