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Antes de su regreso, Níquel repasó su historia y sus discos junto a El País

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Níquel en Little Butterfly Records. Foto: Fernando Ponzetto.

ENTREVISTA

El 7 y 8 de noviembre, Níquel celebrará su regreso a los escenarios con dos shows en el Auditorio Nacional del Sodre. Antes, habló con El País.

Jorge Nasser se ríe mientras relata la noche en que descubrió que Níquel estaba transformándose en un fenómeno popular. “Estábamos yendo en un taxi a tocar al Teatro Stella y vimos a un montón de gente amontonada en la esquina. ‘Che, ¿pasó algo?’, preguntamos. Pensábamos que había un accidente, pero era la gente que venía vernos”, le dice a El País. “Ese nivel de fe nos teníamos”, completa Pablo “Pato” Dana.

En esa noche de 1991 iban a presentar De memoria, un álbum homenaje al rock local de los primeros setenta, y el éxito de aquel show les permitiría llegar al Teatro Solís. En cuestión de meses, pasaron de tocar en boliches a uno de los teatros más importantes de la ciudad.

A casi 30 años de ese recital, los músicos de Níquel se juntaron en Little Butterfly Records, —ubicado a apenas unos metros del Teatro Stella— para repasar algunos momentos de su trayectoria. Están preparándose para celebrar su regreso oficial a los escenarios —aunque el año pasado hicieron una aparición sorpresa en el Teatro Movie y luego un show memorable en Magnolio Sala—, tras 20 años de espera.

El 7 y el 8 de noviembre, repasarán su discografía con dos recitales en el Auditorio Nacional del Sodre, que incluirán a numerosos invitados (ver recuadro). Rodeados de discos, vinilos y cassettes, un sábado de tarde Jorge Nasser, Pablo “Pato” Dana, Roberto Rodino, Wilson Negreyra y Gonzalo De Lizarza (la nueva incorporación del grupo, aprobada por el guitarrista original, Pablo Faragó), hablaron con El País.

—¿En qué momento se dieron cuenta de que podían volver con Níquel?

Wilson Negreyra (W.N.): Fue combustión espontánea. Es una celebración y se produjo así. Es como el disco de John Hiatt: Bring The Family (risas).

Jorge Nasser (J.N.): Sí. Empezó a haber ambiente de reunión y sabíamos que podíamos. Pero no fue muy pensado. En Níquel hay amor, entonces las experiencias vividas en común te unen de una forma especial, y más en una banda de rock.

—Estuve en el show que ofrecieron en diciembre en Magnolio Sala y vi la emoción del público por reencontrarse con sus canciones. ¿Son conscientes del legado de Níquel en el público?

J.N.: Lo de la gente siempre. Vamos a ver qué pasa en el Auditorio, que es la parte que más sorpresa que me va a causar. Es la parte de la interrogante que te fascina un cacho. Es como cuando sos pibe y vas a entrar al Tren Fantasma y sabés que va a pasar algo, pero igual ejerce una fascinación. Realmente es una burbuja el escenario.

Pablo Dana (P.D.): Sí, es una burbuja. Y de esa manera sumás todas las energías y tirás algo bueno para afuera. Si la gente está pronta a recibir eso, entonces es un show. Lo que yo no tenía ni idea era el efecto que tenía Níquel en la música. La gente es muy directa y te lo dice, pero cuando en 2011 se hizo Níquel te muestra, el haber visto a los músicos venir a rendir pleitesía y decirnos que se sacaban nuestras canciones fue toda una sorpresa. Fue mi momento: "Ah,¿sí?" (risas).

J.N.: Lo que pasa es que teníamos mucha conexión con el público, pero entre las bandas era un ambiente más compartimentado. En los noventa había como una especie de individualismo, y cada uno estaba con su proyecto.

W.N.: Eso se terminó ahora...

—Antes de esta entrevista estuve repasando el disco De Memoria, donde rescataron la tradición del rock uruguayo de los setenta. Es interesante porque la dictadura hizo que esa tradición quedara cortada, y en los ochenta el rock posdictadura no tenía al repertorio de Psiglo ni al de Días de Blues como referencia.

J.N.: Sí, lo que generó de esa connotación social y de puente entre épocas está clarísima. De eso no habría mucho que agregar, pero lo que es interesante es el proceso musical. Grabamos todos juntos en Sondor, con la consola vieja que había hecho el ingeniero Abal, que era la que se usaba en los sesenta. En De memoria tocamos todos los temas en vivo, juntos. En una tarde hicimos las bases, clavábamos las voces y seguíamos. En un momento terminamos haciendo "Cuna de mi muerte” con una percusión industrial (risas).

P.D.: La base de las percusión era una llanta de camión (risas). Fue un punto superimportante el De memoria, porque no eran nuestros temas y podíamos hacer lo que queríamos. Fue dejarse volar.

J.G.: Y bueno, es demencial lo que toca Hugo Fattoruso en "Vamos a mirarnos más de fuerte", de Urbano Moraes. También está la inclusión de cuerdas en "Milonga de pelo largo". Y después está lo de la murga...

W.N.: Era el año ‘91 y a Jorge se le ocurrió la idea de llamar a Contrafarsa para fusionar “Vuela”, de Días de Blues, con la murga. Fue la primera vez que en el Uruguay que una banda de rock clásico se fusionaba con murga.

J.N.: Sí. Tenemos un pasado que consideramos glorioso, a nivel personal y emocional.

——Ustedes habían sacado su primer disco, Níquel, con un sonido de new wave, y fue en Gusano loco cuando se acercaron al rock clásico que definiría el resto de sus discos. ¿Cómo fue ese cambio?

J.N.: Veníamos del primer disco, que grabamos con Estela Magnone. Lo que habíamos hecho era más con new wave; muy sofisticado en el momento. Había mucha influencia de B-52 y Talking Heads. No sé por qué empezaron aparecer composiciones con el rock suburbano argentino, como “Por qué no puedo amarte”. Esto era raro...

W.N: Era un back to the roots...

J.N: Ahora esto no tiene gracia. Es un honky tonk, pero en ese momento era raro. Era una locura.

—Jorge, ¿en qué momento te diste cuenta de que había que cambiar el sonido?

J.N: Debe haber sido alguna tarde después de una noche en Buenos Aires con la barra que conocía allá. Era algo que tiene que ver con la pluma. Creo que acá hay una conjunción de que hay una pluma y que las canciones te van guiando. Somos muy devotos de las canciones. Somos muy cuidadosos y para nosotros la canción manda. Estuvimos vichando cositas nueva, y es como que seguimos dándole bola a las canciones. No sabés cómo aparecen. En ese momento apareció la epifanía del rock suburbano y que se venía de vuelta. Gusano loco es del ‘88, pero empezamos a tocar lo que soñábamos a partir de los ‘90. Es un disco anticipatorio, en ese sentido. Es como que estás con antenas bajando lo que justo hace otro tipo en otro lugar. Tenés que tener la esperanza de que estás creando algo en consonancia con todos, sin necesitar saberlo.

Níquel, repasando sus discos junto a El País. Foto: Fernando Ponzetto.
Níquel, repasando sus discos junto a El País. Foto: Fernando Ponzetto.

—Ahora que lo mencionás, el disco Buena caballo! salió el mismo año que Sin documentos, de Los Rodríguez. Ambos se centran en ese rescate del rock clásico, así que estaban en consonancia con la explosión del rock en español.

J.N.: Creo que había una claridad de darse cuenta de que estaba la necesidad de crear un rock en español. Había estado la experiencia toda de los setenta y había que crear un nuevo songbook. Cada disco tenía que distinto, no es como ahora que las bandas tienen una guía de cómo construirse. Antes era: “rompete todo contra lo que venga. Probá lo que sea, pero probá”.

—Fueron una de las bandas más populares de los noventa. ¿En qué momento se dieron cuenta de que le habían llegado a la gente?

J.N.: En la presentación de De memoria, que vimos a toda la gente amontonada en la esquina y pensamos que hubo un accidente (risas). Fue un boom a partir de ahí.

W.N.: Y el apoyo de Omar Gutiérrez fue muy importante.

P.D.: Hay una combinación de factores muy diferentes. La banda logró un nivel de exposición de tocar todo el tiempo en el lugar que se pudiera. Íbamos a tocar en la televisión y no queríamos meter playback, entonces íbamos unas cuantas horas antes a probar sonido. La televisión no estaba preparada para eso…

J.N.: Ahí está. Fue la primera vez que se empezó a escuchar música en vivo en televisión desde Discodromo. Fue ahí una cosa media meteórica y enloquecedora. Explotó y nos dejábamos llevar por la situación. Siempre tratábamos de ser fieles a la música y no perder la cabeza. Me acuerdo de tocar para 5000 personas en los 200 años de Melo y la amplificación no estaba preparada para tanta gente. No sé qué habrán escuchado (risas)…

P.D.: Lo loco es que quiero mostrar la imagen paralela. Nosotros seguíamos peleándola y nunca decíamos: “Ya está”.

J.N: Era un ritmo frenético de hacer cosas, como si eso se fuera a terminar.
P.D.: Sí, era una sensación de que en el momento en que dejáramos de tocar se va iba todo a la mierda.

—Recién mencionaron que tocaban en la televisión sin hacer playback. También le dieron mucha importancia a lo visual y a cómo sonaban en vivo. ¿Sienten que ayudaron a generar una profesionalización en el rock uruguayo?

P.D.: Nosotros teníamos una idea de lo que tenía que ser la excelencia. Ahora, ¿en qué contribuimos? La historia lo dirá.

J.N.: Era el modelo gringo...

P.D.: Se sacaban todas las fotos y se filmaba todo lo que se necesitara. Siempre tuvimos claro que el mensaje tenía que llegar...

J.N.: Claro. En nuestro club, la palabra “pop” es algo lindo, pero en Uruguay ser pop es mala palabra. Eso es algo malo del rock uruguayo. Nosotros siempre estuvimos en contra de ciertos paradigmas y eso fue lo que hacía que la banda fuera punzante respecto a cierto discurso hegemónico. Una de esos discursos era considerar al pop como algo malo, pero en realidad es bárbaro. Nos divertía pincharle el globo al establishment, pero cuando llegamos al disco Pueblo chico, infierno grande nosotros éramos el establishment.

P.D.: Sí, pero igual seguíamos haciendo fuerza para que las cosas sean como tenían que ser. Teníamos la intención de internacionalidad.

J.N: Queríamos hacer lo que ahora están haciendo La Vela y No Te Va Gustar…

P.D.: Claro. Hoy tener una banda ensayada y tener una buena producción es el cero, pero me acuerdo de que en esa época, cuando nos querían insultar, nos decían: “Son muy profesionales”. ¡Eso era un insulto! Eso era muy de gueto, pero nosotros siempre seguimos grabando.

J.N: Yo me acuerdo de que yo componía desenfrenadamente, y Rodino nos decía: "Nos van a matar". Fue en la época de Pueblo chico, infierno grande. Y al final nos mataron; duramos un disco más.

Níquel, en la puerta de Little Butterfly Records. Foto: Fernando Ponzetto.
Níquel, en la puerta de Little Butterfly Records. Foto: Fernando Ponzetto.

¿Sienten que ese disco fue el punto de quiebre de la banda?

P.D.: No le podemos echar la culpa a Pueblo chico...

J.N.: Perdimos un poco la conexión. Es algo que pasa en las grandes bandas. La gente que pasaba de escuchar "Lluvia de amor" y "Candombe de la aduana” a "La Gamela", se quería matar. No entendieron nada. Me acuerdo que cuando mandaron el disco a México, nos llamaron del sello a decir: "No sabemos cómo hacer el marketing porque hay cuatro bandas distintas". Pero bueno, con Pueblo chico era lógico que nos tropezáramos.

P.D: Se deshilachó. Es un proceso natural. Es un grupo humano y tiene un ciclo, por distintos factores.

J.N: Yo le digo "el sismo". La ida de Roberto y Pato. Como quedamos Pablo (Faragó) y yo, seguimos un tiempo más e hicimos Prueba viviente, pero fue en un ambiente de ya estábamos viendo de salida y de; "Ya cumplimos". Fue como volver al sonido de Gargoland, después de Pueblo Chico, que fue un porrazo.

—Ya que mencionaron a Gargoland, ¿cómo recuerdan la grabación del disco?

J.N.: Grabábamos blues totalmente borrachos porque teníamos miedo. Estaba buenísimo, pero era dificilísimo, y no teníamos tanta referencia para poder afanarle piques. “Hoy es uno de esos días” lo grabamos una noche, totalmente borrachos. Cuando lo escuchamos al otro día para borrarlo nos dimos cuenta de que estaba buenísimo. Después aprendimos que el blues se grababa así, dándolo todo y al borde de todo. Para mí Gargoland es el único disco conceptual de Níquel. Hay una poética que abraca todo el disco, que habla de “los gárgolas”; unos tipos de personas, que eran como...

P.D.: Una bala atómica.

J.N: Me acuerdo de que escuchábamos el primer disco solista de Keith Richards, Talk Is Cheap, que estaba estallidos creativos y le teníamos que robarle todos los sonidos. Estudiábamos todo porque había mucho amor por el rock...

W.N.: Y también por la canción latinoamericana. Pero que en Amo este lugar revisitamos un tema de Milton Nascimento: "Para Lennon y McCartney".

J.N.: Lo que pasa es que teníamos la voluntad de que el sonido tuviera un color local. Por eso terminamos tocando “Violín del Becho” o “Milonga Hey”, que era la sofisticación. La vocación nació en "Candombe de la Aduana" porque nos gustaba esa cosa de la ciudad y yo había acompañado a Jaime Roos y al “Canario” Luna. Al disco le pusimos Buena caballo!, porque era lo que le gritaban a los murgueros. Me acuerdo de que cuando salió, Tabaré Couto, que era el periodista estrella de la época, nos entrevistó y la primera pregunta que nos hizo fue: “¿Por qué le pusieron ese nombre?”, como si hubiera sido algo que ofendiera al rock por ser demasiado popular. En ese momento no estaban mezclados el rock y la murga, o el rock y el fútbol.

¿Qué esperan de los shows de noviembre?

J.N.: Vamos a hacer todo lo que podamos hacer y tengamos ganas. Es como una aventura. Queremos desafiar al loco que nos escuchaba: “¿Querés ver rock y tu señora no te deja ir a ver a Once Tiros? Bueno, a Níquel no te lo podés perder” (risas). Creo que eso va a sumar una capa de la veteranada, pero la idea es que también vaya gente que nunca nos vio. El día de Magnolio había. También tenemos ganas de grabar algo. Las ideas que se han manejado hasta ahora están buenas y este tipo de cosas son las que nos dan el combustible.

en el auditorio nacional del sodre

Níquel: dos recitales con invitados

El 7 y 8 de noviembre, Níquel celebrará su regreso en el Auditorio Nacional del Sodre. Además de repasar todos los éxitos de su discografía, el grupo contará con invitados de varias épocas de su formación. Al escenario subirán Estela Magnone y Enrique “Garza” Sosa.

Para este regreso, Gonzalo De Lizarza reemplazará al guitarrista original del grupo, Pablo Faragó. "Para mí era una banda de cabecera, y los escuchaba desde que era un botija" le dice a El País. "Para el show que hicimos en Magnolio Sala, fue tanta la buena energía de ellos que no sentí nervios. Fue uno de los recitales más gozados de mi vida".

Quedan entradas para la segunda función, y se venden en Tickantel.

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