Tamara Silva Bernaschina tiene 24 años, es estudiante avanzada en Licenciatura en Letras y Tecnicatura en Corrección de Estilo, y ya recibió varios premios literarios. Desde que la autora nacida en Minas lanzó su primer libro, Desastres naturales, en mayo de 2023, despertó un fenómeno poco frecuente en la literatura uruguaya contemporánea. Recibió dos premios Bartolomé Hidalgo —uno por narrativa y otro como revelación— y un Premio Nacional de Literatura, agotó cinco ediciones de su debut y fue el centro de unas cuantas reseñas elogiosas.
El éxito de su primer libro tuvo continuidad con Temporada de Ballenas, una obra que despegó con un buen augurio: obtuvo una mención de honor en los Premios Onetti en la categoría de obra inédita. “Es una novela de apariencia simple pero con una gran cantidad de capas de sentido”, declaró el jurado tras el fallo. “Narrada con un estilo rico y expresivo, construye un mundo y personajes que nos permiten reflexionar sobre la soledad, la familia y el deseo, en un mundo amenazado por la explotación sin límites de nuestros recursos naturales”.
Con ese precedente, Temporada de Ballenas se convirtió en una novela sumamente anticipada. Sin embargo, cuando se lo menciona, a la autora que reparte su vida entre Montevideo y Aiguá se le escapa una risa ligera, casi incrédula. “Me sorprendió que haya gente esperándola antes de que llegara a librerías”, asegura. “No es que sea un misterio porque tengo en cuenta la buena prensa que salió sobre Desastres naturales y que mucha gente lo comentó en redes, pero es una dimensión que ya me excede y está buenísima”.
Si hubiese que definir el presente de Silva Bernaschina, de eso se trata: de la sorpresa continua. No solo por los premios, las entrevistas y que gente espere sus libros, sino por la relación que despertó con sus lectores. “Me han escrito por Instagram para contarme las circunstancias en que leyeron Temporada de ballenas o decirme que el libro los acompañó en una sala de espera. Es rarísimo contarle eso a alguien y a la vez es muy lindo de leer; es tremenda alegría”, cuenta.
El alcance de su obra no limita al ámbito local. En mayo viajó a Ciudad de México como invitada de la Feria Internacional del Libro Universitario y el encuentro con lectores que no conocían la existencia de Maldonado ni Lavalleja —los departamentos donde se desarrollaban varios de los cuentos de Desastres naturales— le permitió confirmar que su narrativa no necesitaba de la cercanía para tener fuerza. “Fue increíble ver que algo que sentía tan particular funcionara en otro territorio y en otras sensibilidades”, dice. La semana que viene repetirá la experiencia, pero esta vez en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
La preparación de este viaje, junto a la época de parciales finales y la reciente presentación de Temporada de ballenas en el Museo de Historia Natural, tienen tomada la agenda de la autora, que atraviesa días cargados de actividad. Sin embargo, un viernes a la tarde nos encontramos en un café de Cordón para dialogar sobre su nuevo libro, que publicó Estuario y se vende por 490 pesos. Está escrito en tinta azul y se acompaña de preciosas ilustraciones de Lucía Boiani. Ya tiene su segunda edición y es un libro imprescindible de la cosecha local de 2024.
Pero, ¿de qué se trata Temporada de ballenas? Es, como define la autora, “una novela acuática” inspirada en un ejercicio de Estudios Culturales del Agua, un seminario de su facultad. “Tuve que escribir un texto breve, que no tenía que ver específicamente con ninguna de las historias que están en el libro, pero fue un ejercicio que me llevó a pensar en el agua en un sentido más amplio que solo el mar”, explica.
Desde entonces, el agua comenzó a fluir no solo como un tema, sino también como un eje estructural para lo que luego se convirtió en Temporada de ballenas, una novela fragmentada que transcurre en dos registros: una historia infantil y otra adulta. “El agua es como una máquina del tiempo porque es la misma que hace 10 años pero a la vez no”, asegura. “Me parecía interesante que pudiese ser un canal de comunicación entre ambas historias para que puedan ir y venir e incluso mezclarse”.
El relato es, en definitiva, una cartografía interna en la que el agua es un punto de partida para cada capítulo. La playa, una piscina, una cañada y el río son las más explícitas, pero también están los más sutiles: la humedad, el goteo, las lágrimas y hasta la saliva. Es entonces cuando la autora evoca y deforma sus recuerdos de la niñez para abordar temas como los miedos, los primeros acercamientos a la muerte y el entendimiento de un mundo interno y externo que recién se está construyendo.
—En ese marco, la presencia de los abuelos y la de una bisabuela que acababa de ser operada del corazón se vuelven una pieza clave del relato. ¿Qué te interesa de ese universo que, a su vez, funciona como primer acercamiento a la muerte?
—El mundo de los abuelos parece como un mundo velado al que la niña no llega acceder del todo. Es como que todo lo que se le dice está censurado, porque ella no termina de entender lo que le pasa a su bisabuela y no puede dimensionar la muerte ni por qué nadie se pone triste cuando ocurre. Me interesa ese misterio que rodea a los abuelos y que tiene que ver con que nunca terminás de entender qué familia tenían antes de ser mis abuelos o sus enfermedades; sabés que no están bien, pero no sabés qué pasa.
—La búsqueda de lo invisible también es una parte esencial de Temporada de ballenas.
—Me interesa pensar en los sonidos que nunca escuchaste y en las imágenes que nunca viste. En la novela hay una metaconstrucción de los personajes, que se obsesionan con esas imágenes que no vieron y esos sonidos que no escucharon, y lo siento como parte central de su deseo.
—Te mencioné al mundo de abuelos como una inspiración para Temporada de ballenas, pero la niñez es otro de los elementos centrales de la narración. Es una inspiración que ya había estado presente en algunos de los cuentos de Desastres naturales. ¿Qué es lo que más te interesa de la evocación de la infancia?
—Para mí, el juego de evocar la niñez tiene mucho que ver con inventar. Creo que a todo el mundo le pasa eso de pensar en la infancia y acordarse de cosas que nunca pasaron o que sí pasaron pero de formas distintas, en los recuerdos creés que había gente que estaba presente pero en realidad no. Es una distorsión total la que va de los 5 a los 10 años; es todo misterioso y parece ser un verano eterno. La voz infantil en que habla en Temporada de ballena es una evocación y a la vez trata de hacerla hablar no desde el recuerdo, porque está narrado en presente. Tiene algo como esa carga de inocencia, de sorpresa y de misterio, y no es un "yo me acuerdo de cuando iba a la piscina", sino un "estoy yendo a la piscina con mis amigos". En la novela, además, coexisten dos presentes distintos y ninguno es más importante que el otro; son dos registros que conviven.
—Una de las cosas que más me cautivó del libro es que, además del agua, el puente entre las historias desde la infancia y desde la adultez se unen a través del latido de un corazón: una de las primeras escenas es la de una familia reunida para escuchar el corazón recién operado de la bisabuela Pocha, y luego la protagonista ya adulta encuentra en los latidos de una ballena que canta a 52 hercios una forma de reencontrarse con su niñez.
—Sí. Yo lo pensé como un regreso desde lo absurdo: la búsqueda de la ballena para escucharla latir y juntarse con un científico para crear un aparato que le permitiera lograrlo. Quería potenciar esa situación que es media rara, pero en que en ese universo funciona muy bien. Los latidos del corazón de Pocha capaz no hacen sentido si se ve de afuera, pero en este tejido de historias que se van formando, se genera una función poética que va más allá de lo absurdo y de lugar ir a escuchar a una ballena que canta a una frecuencia distinta.
—Ya publicaste dos libros. ¿Qué temáticas sentís que te mueven hoy a escribir?
—Creo que hay algo que surgió en Desastres naturales, que es la escritura mirando hacia lo no humano y que en Temporada de ballenas agarra más fuerza por estar pensando en una materia, en formas y en sonidos. Es algo que me reinteresa y que siento que atraviesa todo lo que hago: es como tratar de ponerle atención a cosas que están fuera de nosotros, y que son muy difíciles de encapsular en un texto. Cuando el lenguaje no es suficiente, ahí pasa algo maravilloso.
—¿Sentís que la escritura te ha ayudado a explicarte o entender ciertos asuntos de tu mundo interno?
—Creo que sí, así como me pasó con el psicoanálisis cuando empecé. Tiene que ver con pensar en voz alta cosas que me están pasando a un nivel muy complejo e interno, y luego llevarlo a una dimensión que se puede leer y entender. Eso es lo que más me gusta de la escritura: cuando te metés con una idea o una imagen que está ahí, enmarañada, y después termina convirtiéndose en varios párrafos de algo más ordenado. Luego, lo leés y decís: "Bueno, esto es lo que quería decir".