Rick Lyman I New York Times
"¿Me puede dar un poco de agua?", le pregunta suavemente Mickey Rourke a la moza del Hotel Chateau Marmont, mientras señala al pequeño perro que se escabuye entre las patas de la mesa. Sus dedos gruesos y callosos retiran los lentes de sol, revelando unos ojos negros y un rostro curtido. Un poco hinchado, otro tanto arrugado, pero sigue siendo el rostro del protagonista de La ley de la calle, hace dos décadas. "Me encantan los perros", dice mientras Loki, una mezcla de terrier y chihuahua salta a su falda y comienza a examinar lo que hay en la mesa. Rourke la abraza gentilmente y le ofrece un poco de espuma de su capuchino.
Créase o no, Mickey Rourke se encuentra en el medio de un intento de "comeback". Esta vez, trata de regresar de un pozo tan profundo que la mayoría ya ha olvidado dónde estaba enterrado. Rourke consiguió un papel secundario importante en un próximo estreno (Spun, donde interpreta a un fabricante de metanfetamina) y papeles menores en otros dos films: Once upon a time in Mexico y Masked and anonymous. Aceptó hacerlos por poco o nada de dinero, con la esperanza de refrescarle la memoria a Hollywood y conseguir algo más sustancial en el futuro.
"Me di contra la pared hace aproximadamente cinco años", dice Rourke. "Recuerdo mirarme al espejo y pensar: ‘Mira lo que te ha pasado’. Había perdido todo ¿sabes? Mi credibilidad, mi matrimonio, mi dinero, mi alma. Tenía que cambiar y entendí que actuar era lo único que me quedaba". Nadie lo quería contratar o mantener una reunión con él. Vivía de lo que podía vender de las posesiones que recordaban su status como estrella de cine. Pero hace dos años recibió la llamada de David Unger, un agente joven y ambicioso. "Me salvó", admite Rourke.
El actor, que dice tener 48 años aunque algunos le acreditan cuatro más, dice que los días en que los ejecutivos de los estudios lo consideraban como a un galán protagónico, los críticos lo comparaban con James Dean y actores más jóvenes se colaban a las filmaciones para verlo trabajar, ya pasaron hace mucho.
En esos tiempos, el nombre de Rourke iba antes que el título de la película, tenía un Rolls-Royce, una corte de aduladores, una gran casa en Benedict Canyon y una actitud hostil hacia los aspectos comerciales del negocio del cine. Coleccionaba enemigos con ligereza y dejaba en claro en cada oportunidad que podía que él no le chupaba las medias a nadie. Ahora dice que lo único que intentaba demostrar era que él era una persona directa, pero lo que ocurrió es que terminó en la categoría "directo para video".
Como resultado, muchos lo consideran —si es que alguien se acuerda— como otro de los tantos ejemplos de autodestrucción, un Cecil B. DeMille de los zombies de Hollywood, un sobreviviente de un terrible accidente en la intersección del autodesprecio y el respeto por sí mismo. "Quemé muchos puentes, ¿sabes? La gente me repite: ‘Vas a regresar, vas a hacerlo’. Pero para mí no es tan fácil tener un ‘comeback’ como lo tuvo, por ejemplo, John Travolta. Pasé demasiados años siendo como era para que eso ocurra. Pero gracias a Dios que hoy en Hollywood hay una generación más joven de directores y ejecutivos, si no no tendría la mínima oportunidad. Lo único que no quiero es entrar a un restaurante y notar que la gente diga o sienta ‘Oh no, él no’, algo que me pasó varias veces".
ORIGENES. Philip Andre Rourke Jr. nació en Nueva York, pero se mudó a Miami cuando era niño junto a su madre, un nuevo padrastro, un hermano, una hermana y cinco medio hermanos. No habla mucho de esos días, pero hay indicios de una situación doméstica violenta y pequeñas escaramuzas con la ley. A los 19 años regresó a Nueva York y llegó al Actor’s Studio, donde desarrolló un intenso amor por la actuación y un temperamento volátil. Lo que no pudo desarrollar fue una carrera profesional. "Me reunía con gente que me miraba raro y ya me enojaba. No quería alcahuetear a nadie para conseguir un papel".
De Nueva York se fue a Los Angeles, pero los trabajos no aparecían. "Recuerdo que me las arreglaba como guardia de seguridad en un club nocturno de travestis en Hollywood Boulevard y una noche me llama mi agente para decirme que me había conseguido un papel. Era en la película Cuerpos ardientes (1981, Lawrence Kasdan)". Poco después, llamó la atención en la película de Barry Levinson Diner y de la noche a la mañana se convirtió en el actor más codiciado de Hollywood, el heredero de James Dean, el primer nombre en la agenda de cualquier agente de actores.
Al principio, ni su imagen de chico malo y revoltoso perjudicaba su carrera. Hollywood ha probado repetidas veces que aguanta sin problemas las payasadas siempre y cuando las películas recauden cifras multimillones (¿alguien dijo Russell Crowe?). Pero las películas de Rourke no recaudaban tanto. Su mayor éxito en esos términos, Manhattan Sur (1985, Michael Cimino) "solo" recaudó 18 millones de dólares. Y a medida que pasaban los años, Rourke se comportaba más y más erráticamente, peleándose con ejecutivos y rechazando buenos papeles. "Los rechazaba por las razones más estúpidas", dice hoy. "Si no me gustaba la ropa del director, decía que no. Si no me caía bien el actor con el que iba a trabajar, también. Así me perdí varios papeles, algunos de los cuales luego fueron para actores que obtuvieron postulaciones para los Oscar".
También se rodeaba de gente poco confiable, una manada de vagos, motoqueros y malandras. Lo que lo mantenía a flote durante esos años era el recuerdo de su fama y una extraña suerte de "sex appeal". Pero también el hecho de que, fuera de los Estados Unidos, su personaje desaliñado y que exhibía una barba de tres días era muy popular. En su país, sin embargo, los críticos lo rechazaron. En 1982, la Asociación Nacional de Críticos lo eligió mejor actor secundario por su papel en Diner. Pero ocho años después, Rourke ganaba otro tipo de premios, los Razzies (para lo peor del año), por sus participaciones en Horas desesperadas, una desastrosa remake de un clásico de Bogart y Orquídea salvaje, una producción porno-soft donde Rourke aparecía con el rostro desfigurado por unos implantes en los pómulos mal puestos.
Hoy dice buscar que lo juzguen por su presente, no por lo que fue: "Es muy difícil para mí mirar atrás. Durante muchos años, intenté derrotar al sistema y salirme con la mía. Pero al final, el sistema me pegó una patada en el trasero".(Traducción, Fabián Muro)
Los nuevos proyectos de Rourke
David Unger dice que en realidad no conocía mucho de la complicada historia de Mickey Rourke. "Sólo conocía su trabajo, y también sabía que para muchos actores más jóvenes, era una especie de ícono".
Lo conoció y le cayó bien: "Desnudó su alma ante mí. Pero además, se mostó muy realista y razonable acerca de lo que quiere alcanzar. Sabía que tenía muchos obstáculos para superar pero, como me dijo, confiaba en que aún tenía la capacidad de volver a ser un actor y quería una oportunidad para demostrarlo".
Rourke repite una y otra vez lo agradecido que le está a Unger: "Es mucho mejor tenerlo como amigo a él que a los vagos con los que antes andaba. Esa gente concordaba con todo lo que yo decía, pero estaban conmigo por el dinero. Una vez que el dinero dejó de llegar, desaparecieron, no sin antes robarme todo lo que pudieron".
Sin embargo, el primer proyecto que Unger le trajo —Spun— no le gustó: "No me agradaba el personaje y no quería hacerlo, porque además no me iban a pagar dinero, sino tickets de alimentación". Pero Unger no se rindió. Para el agente, esta era una oportunidad para Rourke de ponerse en contacto con esa generación más joven de directores, en este caso Jonas Akerlund, un sueco famoso por sus videoclips. Akerlund, a su vez, dice que el actor se portó muy bien: "Me pareció una persona sensata y astuta. Entendió lo que el personaje requería y no me dio ningún problema durante el rodaje, al contrario".
Otro director con el que Rourke hizo buenas migas fue el chicano Robert Rodriguez, exitoso realizador de películas como La balada del pistolero, Miniespías y Del crepúsculo al amanecer. Rodriguez lo dirigió en Once upon a time in Mexico (Erase una vez en México), su nueva película. "Me di cuenta enseguida que Robert me juzgaba de acuerdo a lo que yo hacía como profesional y no por las historias que pudo haber oído sobre mí", expresó Rourke luego de finalizado el rodaje.