Buenos Aires | Gustavo Laborde
Viggo Mortensen regresó a Buenos Aires, ciudad donde pasó buena parte de su adolescencia, para presentar el film Océano de fuego. Periodistas de Argentina, Chile, Colombia y Uruguay se dieron cita en un hotel de la capital porteña para conversar con este actor de 45 años que, luego de encarnar al mismísimo Rey de los Hombres en la trilogía de El señor de los anillos, asume su primer protagónico en esta película que narra las aventuras del legendario jinete Frank T. Hopkins.
Mortensen llega a uno de los salones del hotel completamente vestido de negro, desde su botas tejanas de media caña, hasta su chaqueta, pasando por su camisa de seda. Sólo un detalle rompe su uniforme azabache: en el ojal izquierdo de su saco, justo encima de su corazón, porta el escudo azulgrana de San Lorenzo de Almagro, el club de sus amores. Lleva el cabello ligeramente largo y húmedo. Cuando entra a la habitación dice un "hola" apenas audible. Rubio, de ojos verdes, un metro ochenta de altura y un pequeña cicatriz sobre el labio superior, Viggo Mortensen no tiene la actitud de una super estrella de Hollywood. Con los brazos, cuan largos son, pegados al cuerpo, los hombros levemente encorvados y una bolsa de papel en su mano derecha, el actor parece más bien un tipo tímido, desvalido incluso. Saluda a todos por igual: con un apretón de manos. Le pregunta a cada uno de los periodistas de dónde es, cuándo llegó, hasta cuándo se queda y cómo fue el viaje. "¿En algunas partes de Colombia también usan el ‘vos’, no?", le dice a un periodista caleño. Habla con mucha calma y un inconfundible tono porteño que sólo encuentra fisuras en unas erres débiles, que denuncian el sustrato inglés del hablante.
Nacido en Nueva York de madre estadounidense y padre danés, criado en Venezuela y Argentina, Mortensen aprendió a andar a caballo en campos de la provincia de Buenos Aires y del Chaco. Ese conocimiento que adquirió de niño le fue de gran utlidad a la hora de rodar Océano de fuego, el film en el que encarna a Frank Hopkins, un vaquero famoso por su destreza como jinete que, junto a su caballo de raza Mustang, llamado Hidalgo, es desafiado por un jeque a competir en una carrera de 4.800 kilómetros a través del desierto de Arabia, convirtiéndose así en el primer extranjero en participar en el torneo de resitencia que no en vano lleva el nombre de "océano de fuego".
Mortensen se sienta en la cabecera de una larga mesa de madera. Sobre ella apoya un termo y un mate. Los implementos no son muy criollos que se diga: el mate es de los tipo vaso, forrado en metal; el termo tiene forma jarra, es totalmente plateado y tiene una elegante asa de acero inoxidable. Sin embargo, Mortensen sabe cebar un auténtico mate amargo. Mientras se ocupa en tan pampeanos menesteres el periodista colombiano le dice: "el argumento de esta película aparece como típicamente americanista, en la que el cowboy es el héroe de la carrera". El actor chupa de la bombilla y con toda calma le dice, interrumpiéndolo: "Yo no diría que es típicamente americanista". Su tono es amable, pero firme. "Es una película de aventuras como las que se hacían antes, como la de los años 50. Es una película hollywoodense, al estilo de la ‘vieja escuela’. Aún así tiene cierta subversión. Toca temas, ideas y cosas que no suelen estar presentes en las películas de Hollywood, como que se escuche hablar el idioma árabe, o que se muestre la matanza indígena de Wounded Knee. O que se muestre a Hopkins como un hombre complicado, que miente por razones económicas. La película retrata a un héroe arquetípico que va a un lugar del mundo desconcido para él y se porta con cierta dignidad. Es obvio que él no puede saber cómo funcionan las cosas en otra parte del mundo y aunque no conoce esa cultura, se interesa por ella, está con los ojos abiertos y aprende de ella. No importa si gana la carrera, lo que importa es que vuelve a casa con lo que aprendió. Es el ciclo clásico de cualquier cuento de héroes: hay un desafío y no importa tanto si tiene éxito o no, sino la experiencia que queda de ese reto. Luego el héroe vuelve a su tierra, a su pueblo, y comparte lo que ha ganado. Eso es lo que me interesó. Además muestra a un héroe que tropieza, que a veces no quiere seguir adelante, pero que tiene a su caballo, que viene a ser como su conciencia. El caballo muchas veces tiene más ganas que él de seguir adelante", dice Mortensen.
Aunque adquirió gran fama luego de la archioscarizada trilogía de El Señor de los Anillos, Mortensen tiene una amplia carrera que lo llevó a trabajar bajo las órdenes de directores como Brian de Palma, Ridley Scott, Peter Weir, Gus van Sant o Jane Campion, entre otros, y compartir el set con Sandra Bullock, Demi Moore, Al Pacino y Sean Penn. Pero recién ahora le llega, en rigor, su primer papel protagónico. "No lo tomo como algo diferente", dice al respecto. "No es que no sienta mayor responsabilidad. Siempre tomo mi trabajo en serio, pero al mismo tiempo, si no me gusta la película, no te voy a decir que no la vayas a ver, pero podemos hablar de otra cosa. Podemos hablar de San Lorenzo. Bueno, para hablar de San Lorenzo no hay que tener excusa,siempre podemos hablar de San Lorenzo", confiesa con humor. "Pero esta película me gusta y la recomiendo porque me gusta, no porque sea mi trabajo hacerlo", aclara.
HISTORICO. Océano de fuego está basada en un personaje histórico que es una de las leyendas del Oeste. En el último cuarto del siglo XIX, Frank T. Hopkins trabajaba en el correo a caballo, actividad a partir de la cual comenzó a cobrar fama como el mejor jinete de Estados Unidos. Supuestamente hijo de madre india y padre blanco, Hopkins en sus años de decadencia se ganaba la vida montando espectáculos en los que mostraba su habilidad para cabalgar su corcel llamado Hidalgo.
En 1890 recibe la invitación de un jeque árabe —que en el film es interpretado por Omar Sharif, quien abandonó su largo ostracismo para integrarse a esta producción— que lo reta a refrendar su título de mejor jinete en un carrera que se realizó todos los años durante tres siglos a lo largo del desierto arábigo. La leyenda cuenta que Hopkins, con su caballo mestizo, fue el primer forastero en participar de esta competencia a la medida de los jinetes beduinos y los caballos árabes y, según la tradición de los indios norteamericanos, en ganarla.
Hopkins, al igual que Mortensen, es un hombre que oscila entre dos culturas diferentes. "Supongo que es algo que me ha servido", admite. "Mi experiencia de viajar mucho, de hablar más de un idioma y conocer más de una cultura me ha enseñado que no existe una cosa como la sangre pura. Todos tenemos una madre y un padre, y aunque pertenezcan a una misma raza, siempre van a ser sangres diferentes, aunque ambos sean rubios y de ojos claros. La idea de pureza racial es estúpida. Entonces imagino que mi propia experiencia me puede haber ayudado, porque tengo ese punto de vista. Me gusta que una película clásica de Hollywood hable de eso y muestre cierto respeto a culturas diferentes. Yo he conocido muchos cowboys, y los he estudiado bastante, y no son como se los suele ver: tipos individualistas que aplastan el individualismo del otro. Ese arquetipo es más bien parte de la propaganda nortemaericana. Ellos no son así. Tienen sentido del humor y tienen, sí, opiniones fuertes pero también se interesan por los otros", asegura.
Pocas veces se da que un actor se encuentre durante tres años consecutivos en el centro de la atención de los espectadores de cine de todo el mundo. Mortensen es uno de ellos y, acaso, el magnético personaje de Aragorn puede resultarle una carga difícil de dejar atrás. "Para todos los que participamos de El Señor de los Anillos el éxito de la trilogía nos marcó mucho. Pero nunca pensé si la gente siempre me iba a ver como Aragorn. Yo comencé a rodar esta película cuando aún no habíamos terminado con El Señor de los Anillos. Tuve que viajar desde un rodaje a otro varias veces, del desierto de Marruecos a Nueva Zelandia e incluso, cuando aún no había terminado la última parte de la trilogía yo ya comencé la promoción de Océano de fuego. Es decir, para mí no estaba tan nítido el fin de una etapa y el comienzo de otra. No fue planeado. Bueno, si la gente cada vez que me ve piensa en Aragorn, la verdad es que no puedo hacer nada. No tengo la costumbre de forzar a la gente a que piense de otra forma", señala con su proverbial calma.
En un momento en el que las relaciones entre el mundo árabe y el occidental son tan delicadas, muchos suspicaces podrían ver en Océano de fuego una propaganda de que lo estadounidense es superior a lo árabe. "La película fue rodada hace dos años, por cuestiones comerciales —había otras que debían estrenarse antes— el film se estrena recién ahora. En esta película muchos han visto paralelos con la invasión a Irak, pero se comenzó a rodar dos años antes de la invasión. Eso sí, cuando terminamos ya sabíamos que la invasión era inminente. Sin embargo, todos nosotros pensábamos que la película no tenía que ver con eso. Nuestro protagonista se va a esa parte del mundo y se porta con dignidad y respeto. Creo que es un buen ejemplo", dice Mortensen, un declarado opositor a la política que lleva adelante George W. Bush.
Caballos salvajes americanos
Océano de fuego plantea una competencia no sólo entre los jinetes beduinos, conocedores del desierto, y un cowboy americano que se da mucha maña. El torneo también opone dos razas de caballo: los pura sangre árabes y los mustang, el caballo salvaje americano.
Los mustang son una raza híbrida que desciende del caballo español, que el conquistador trajo a América y que a partir del siglo XVI formaron manadas salvajes que se recorrían libremente el territorio de Estados Unidos. A principios del siglo XX se calculaban un millón de mustangs salvajes, pero su depredación los hizo peligrar hasta la extinción, por lo cual fueron, hasta ahora, protegidos por ley. Estos caballos eran los favoritos de los jinetes del Pony Express (como F.T. Hopkins) que cubrían largas distancias de una costa a otra. Aquellos jinetes —que pasaban hasta 20 horas arriba del caballo, sobre el que comían, dormían y hasta desde donde hacían sus necesidades— los escogían por la enorme resistencia de estos animales: sus cascos duros, sus corazones grandes y su capacidad para vivir en condiciones climáticas extremas, les permitían cubrir largos trayectos y hasta ser imbatibles en carreras de larga distancia. Se dice, además, que son los rivales naturales de los pura sangre árabes. Todo esto está retratado en el film Océano de fuego.
Al terminar el rodaje Viggo Mortensen adquirió el caballo que protagoniza el film, un tubiano que debió soportar los rigores de un rodaje que lo llevó de las nieves de Dakota a los calores extremos del desierto de Marruecos. Este animal, llamado J.T., actualmente pasta tranquilo en el rancho de su dueño en Los Angeles.
Un artista muy inquieto
Además de la actuación, el actor cultiva otras disciplinas artísticas. Como un hombre del Renacimiento, pero de principio del siglo XXI, Mortensen escribe poesía, toma fotografías, toca música y pinta cuadros. Además dirige la editorial Perceval Press, a través de la cual publica sus propios libros y los de otros autores que tengan dificultades para dar a conocer sus trabajos. La línea editorial de Perceval Press se podría definir como alternativa y, en buena medida, contestataria. Uno de los autores a los que edita Mortensen es al lingüista y pensador Noam Chomsky, uno de los intelectuales que mayor oposición ofrece a la globalización en general y a política de George W. Bush en particular.
En Buenos Aires, Mortensen obsequió a los periodistas —con dedicatoria personal incluida—uno de los últimos títulos de la editorial. Se trata de The horse is good, algo así como un diario fotográfico del rodaje de Océano de fuego pero centrado en los caballos del film, entre los que se destaca el protagonista. Con encuadres insólitos y largas exposiciones, el ojo de Mortensen busca capturar momentos y gestos, pero también colores y texturas, que en buena medida revelan su vocación pictórica.
El libro —dedicado a Frank T. Hopkins y al caballo J.T.— además trae dos viejas fotografías: una de 1932, donde se ve a Star Viggo, padre del artista, montando una cabra y otra de 1970, tomada en el Chaco, donde se ve a Viggo y a sus dos hermanos montando a caballo.